/ miércoles 25 de julio de 2018

Portaleando


De crisis a crisis

La crisis que atraviesa en este momento al PRI no es idéntica a la del PRD, aunque ambos tienen motivos para preocuparse después del colapso que sufrieron el primer domingo de julio.

El PRI no está en peligro inmediato de desaparecer, aunque podría cambiar de nombre como ya lo hizo en dos ocasiones en su larga y poco accidentada historia.

Cierto, no va a ser el partido hegemónico en el próximo sexenio, pero puede recoger los pedazos y rehacerse como ya lo hizo en dos sexenios de régimen panista.

Esta vez la herida es más profunda, pero no puede asegurarse que vaya a ser mortal, pues si bien la cúpula priista parece no haber entendido la lección del año 2000, la que acaba de pasarle encima puede dejarle las enseñanzas necesarias –muy claras esta vez− para que, dejando atrás los viejos errores, vuelva a la carga, pero cuidando esta vez de no tropezar con la misma piedra.

Dicen que la mayor virtud de un político es su habilidad de convencer a los demás de que aquello que propone es lo mejor. Y en ese sentido los gobiernos priistas no han sido muy eficientes, ya que han dado la impresión, algunas veces, de que en las grandes acciones ellos van por un camino y la gente por otro. Y esto sucede no porque todos los proyectos estén equivocados, sino porque la gente no los comparte debido a que no se los han vendido convenientemente. Se puede volcar un aluvión de propaganda sobre un gran proyecto, explicarlo y repetir hasta el cansancio sus ventajas, pero si no se ha interpretado correctamente la voluntad popular en torno de él, si no se ha “vendido” la idea para que todos la entiendan y la hagan suya, nada bueno sucederá, ya que no es posible hacer feliz a alguien a su pesar.

Para recuperarse rápidamente del nocaut, el PRI tendrá que hacer el gran esfuerzo de ponerse en sintonía con los electores, con su propia organización y lograr que exista el acompañamiento necesario para llegar al final sin votos de castigo, ya que en los pasados comicios –y esto se ha dicho hasta la saciedad− la intención de la gente fue responder, por un lado, al magnífico trabajo de Morena en torno a la política del cambio y, por el otro, votar contra el PRI.

Sin quitarle un ápice de su valor al contundente triunfo logrado por la perseverancia de Andrés López Obrador, conviene tener en cuenta que muchos votaron por él debido a que logró convencerlos enarbolando en el momento preciso la política del cambio, pero otros porque solamente querían que perdiera el PRI… y eran priistas.

Para emerger nuevamente de la crisis, el partido que fundó el general Plutarco Elías Calles tendrá que convencer, primero, a sus propios feligreses –los que aún le quedan y los que deseen volver− y después, claro, salir de pesca.


De crisis a crisis

La crisis que atraviesa en este momento al PRI no es idéntica a la del PRD, aunque ambos tienen motivos para preocuparse después del colapso que sufrieron el primer domingo de julio.

El PRI no está en peligro inmediato de desaparecer, aunque podría cambiar de nombre como ya lo hizo en dos ocasiones en su larga y poco accidentada historia.

Cierto, no va a ser el partido hegemónico en el próximo sexenio, pero puede recoger los pedazos y rehacerse como ya lo hizo en dos sexenios de régimen panista.

Esta vez la herida es más profunda, pero no puede asegurarse que vaya a ser mortal, pues si bien la cúpula priista parece no haber entendido la lección del año 2000, la que acaba de pasarle encima puede dejarle las enseñanzas necesarias –muy claras esta vez− para que, dejando atrás los viejos errores, vuelva a la carga, pero cuidando esta vez de no tropezar con la misma piedra.

Dicen que la mayor virtud de un político es su habilidad de convencer a los demás de que aquello que propone es lo mejor. Y en ese sentido los gobiernos priistas no han sido muy eficientes, ya que han dado la impresión, algunas veces, de que en las grandes acciones ellos van por un camino y la gente por otro. Y esto sucede no porque todos los proyectos estén equivocados, sino porque la gente no los comparte debido a que no se los han vendido convenientemente. Se puede volcar un aluvión de propaganda sobre un gran proyecto, explicarlo y repetir hasta el cansancio sus ventajas, pero si no se ha interpretado correctamente la voluntad popular en torno de él, si no se ha “vendido” la idea para que todos la entiendan y la hagan suya, nada bueno sucederá, ya que no es posible hacer feliz a alguien a su pesar.

Para recuperarse rápidamente del nocaut, el PRI tendrá que hacer el gran esfuerzo de ponerse en sintonía con los electores, con su propia organización y lograr que exista el acompañamiento necesario para llegar al final sin votos de castigo, ya que en los pasados comicios –y esto se ha dicho hasta la saciedad− la intención de la gente fue responder, por un lado, al magnífico trabajo de Morena en torno a la política del cambio y, por el otro, votar contra el PRI.

Sin quitarle un ápice de su valor al contundente triunfo logrado por la perseverancia de Andrés López Obrador, conviene tener en cuenta que muchos votaron por él debido a que logró convencerlos enarbolando en el momento preciso la política del cambio, pero otros porque solamente querían que perdiera el PRI… y eran priistas.

Para emerger nuevamente de la crisis, el partido que fundó el general Plutarco Elías Calles tendrá que convencer, primero, a sus propios feligreses –los que aún le quedan y los que deseen volver− y después, claro, salir de pesca.

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