/ miércoles 7 de octubre de 2020

Portaleando | Cuesta arriba

Cuando todavía se desconoce el costo total que va a tener la pandemia que azota a nuestro país se siguen sumando obstáculos que detienen la recuperación que habrá de lograrse en el menor tiempo posible.

La pandemia está en curso y aumenta el volumen de recursos empleados para frenar o amortiguar sus efectos.

Lo más lamentable es la pérdida de vidas humanas, el duelo por los muertos que dejará huellas profundas en las familias como si la nación se hubiera visto sacudida por un cataclismo o por una guerra salvaje, injusta e irracional.

Es lamentable también la situación de personas que, habiendo sufrido la enfermedad se recuperaron pero que aún se ignora su podrían padecer secuelas cuyo alcance y naturaleza no es posible determinar, puesto que las investigaciones clínicas y de laboratorio no han concluido.

El impacto de la crisis es también motivo de seria preocupación si se tiene en cuenta está golpeando tanto al sector público como al privado, aunque no a todos de la misma manera, puesto que hay también niveles y desigualdades del daño sufrido.

Se pueden recuperar empleos y pequeños negocios, que son los más afectados, pero pasará tiempo antes de que la situación de las familias, sobre todo de clase media y baja, vuelva a ser la misma, pues aunque las cifras de la macroeconomía no son tan alarmantes como pudieran ser, la realidad cotidiana de quienes menos tienen refleja una depresión importante.

Súmese a esto la difícil circunstancia que atraviesan algunas actividades, como la instrucción pública, y se tendrá una idea más clara del impacto negativo que la crisis podría tener en la nueva generación, tanto en su crecimiento intelectual como en la búsqueda del bienestar, si es que ocurre un rezago importante en la trasmisión del conocimiento motivado por la deserción escolar y por la ausencia de incentivos culturales.

Sin embargo, no estamos viviendo en el infierno descrito por Dante Alighieri ni nada que se le parezca. No hay todavía una tétrica leyenda como la que adorna la puerta celosamente vigilada por el can Cerbero: “Oh, los que entráis: perded toda esperanza”.

Lo peor que podríamos hacer ahora es sentirnos derrotados y pensar que la creatividad, la resistencia y el talento de los mexicanos ha perdido una de sus grandes batallas.

La reacción, a fin de cuentas, tiene que ser vigorosa, optimista y, dentro de todos los males, entusiasta, porque no será ésta la primera ni la última vez en que el país sea puesto a prueba y vaya hacia adelante.

La experiencia demuestra que es precisamente en los momentos más difíciles cuando el pueblo sabe remover obstáculos y remontar pendientes. El camino, hoy, es cuesta arriba.

Cuando todavía se desconoce el costo total que va a tener la pandemia que azota a nuestro país se siguen sumando obstáculos que detienen la recuperación que habrá de lograrse en el menor tiempo posible.

La pandemia está en curso y aumenta el volumen de recursos empleados para frenar o amortiguar sus efectos.

Lo más lamentable es la pérdida de vidas humanas, el duelo por los muertos que dejará huellas profundas en las familias como si la nación se hubiera visto sacudida por un cataclismo o por una guerra salvaje, injusta e irracional.

Es lamentable también la situación de personas que, habiendo sufrido la enfermedad se recuperaron pero que aún se ignora su podrían padecer secuelas cuyo alcance y naturaleza no es posible determinar, puesto que las investigaciones clínicas y de laboratorio no han concluido.

El impacto de la crisis es también motivo de seria preocupación si se tiene en cuenta está golpeando tanto al sector público como al privado, aunque no a todos de la misma manera, puesto que hay también niveles y desigualdades del daño sufrido.

Se pueden recuperar empleos y pequeños negocios, que son los más afectados, pero pasará tiempo antes de que la situación de las familias, sobre todo de clase media y baja, vuelva a ser la misma, pues aunque las cifras de la macroeconomía no son tan alarmantes como pudieran ser, la realidad cotidiana de quienes menos tienen refleja una depresión importante.

Súmese a esto la difícil circunstancia que atraviesan algunas actividades, como la instrucción pública, y se tendrá una idea más clara del impacto negativo que la crisis podría tener en la nueva generación, tanto en su crecimiento intelectual como en la búsqueda del bienestar, si es que ocurre un rezago importante en la trasmisión del conocimiento motivado por la deserción escolar y por la ausencia de incentivos culturales.

Sin embargo, no estamos viviendo en el infierno descrito por Dante Alighieri ni nada que se le parezca. No hay todavía una tétrica leyenda como la que adorna la puerta celosamente vigilada por el can Cerbero: “Oh, los que entráis: perded toda esperanza”.

Lo peor que podríamos hacer ahora es sentirnos derrotados y pensar que la creatividad, la resistencia y el talento de los mexicanos ha perdido una de sus grandes batallas.

La reacción, a fin de cuentas, tiene que ser vigorosa, optimista y, dentro de todos los males, entusiasta, porque no será ésta la primera ni la última vez en que el país sea puesto a prueba y vaya hacia adelante.

La experiencia demuestra que es precisamente en los momentos más difíciles cuando el pueblo sabe remover obstáculos y remontar pendientes. El camino, hoy, es cuesta arriba.

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