/ miércoles 15 de abril de 2020

Portaleando | Zopilotes


Era de esperarse que los abusos en el comercio grande y pequeño empezaran a darse a raíz de los tristes acontecimientos de marzo cuando una legión de consumidores se abatió sobre las tiendas a proveerse de lo necesario para un período de confinamiento que ya desde entonces se pensaba que podía ser largo.

El caso es que las tiendas de víveres y productos para el hogar no cerraron, sino que restringieron la entrada y se limitaron a ir a la bodega cada vez que los productos en existencia bajaban en los estantes.

El problema consistió en que los productos agotados durante las compras de pánico reaparecieron unos días después, pero no a los mismos precios, sobre todo en las tiendas pequeñas.

Ya no se diga en alimentos de consumo indispensable, como son el huevo y la tortilla, sino en algo tan simple como el agua embotellada que se disparó hacia las alturas, de manera que un contenedor de cinco litros hoy se vende en tienditas a 25 pesos cuando el garrafón de 20 litros costaba 38 pesos, lo que en términos reales significa un aumento de precio, sólo de contenido, del 62 por ciento.

Los que volvieron a las farmacias a comprar pequeños frascos de gel antibacterial, que estuvo agotado, se encontraron con la novedad de que el precio era mucho más alto que antes de que empezara la emergencia sanitaria.

Estos son, si se quiere, unos sencillos ejemplos de un fenómeno que se está generalizando en el comercio popular, pues se da la circunstancia de que, mientras que, por un lado, los dueños de locales comerciales se quejan de las pérdidas que están sufriendo desde que les bajaron las cortinas y lanzan un desesperado S.O.S. al gobierno, en demanda de apoyo, por el otro, muchos de los que decidieron seguir trabajando buscaron inmediatamente la forma de convertir la emergencia en una oportunidad para ganar lo que en tiempos normales no se habrían siquiera imaginado.

Esta es una situación que se observa, en pequeña y gran escala, cada vez que se presenta una emergencia como la que hoy está viviendo el país. Quienes están luchando por conservar el empleo, aunque sea con paga reducida, o que, de plano, ya lo perdieron, tienen que enfrentar ahora un doble problema: el riesgo de perder la salud y la falta de recursos frente a la carestía.

En la medida en que se prolongue la situación de emergencia –que parece ir para largo− la situación se va a poner más difícil, como siempre, para los que menos tienen.


Era de esperarse que los abusos en el comercio grande y pequeño empezaran a darse a raíz de los tristes acontecimientos de marzo cuando una legión de consumidores se abatió sobre las tiendas a proveerse de lo necesario para un período de confinamiento que ya desde entonces se pensaba que podía ser largo.

El caso es que las tiendas de víveres y productos para el hogar no cerraron, sino que restringieron la entrada y se limitaron a ir a la bodega cada vez que los productos en existencia bajaban en los estantes.

El problema consistió en que los productos agotados durante las compras de pánico reaparecieron unos días después, pero no a los mismos precios, sobre todo en las tiendas pequeñas.

Ya no se diga en alimentos de consumo indispensable, como son el huevo y la tortilla, sino en algo tan simple como el agua embotellada que se disparó hacia las alturas, de manera que un contenedor de cinco litros hoy se vende en tienditas a 25 pesos cuando el garrafón de 20 litros costaba 38 pesos, lo que en términos reales significa un aumento de precio, sólo de contenido, del 62 por ciento.

Los que volvieron a las farmacias a comprar pequeños frascos de gel antibacterial, que estuvo agotado, se encontraron con la novedad de que el precio era mucho más alto que antes de que empezara la emergencia sanitaria.

Estos son, si se quiere, unos sencillos ejemplos de un fenómeno que se está generalizando en el comercio popular, pues se da la circunstancia de que, mientras que, por un lado, los dueños de locales comerciales se quejan de las pérdidas que están sufriendo desde que les bajaron las cortinas y lanzan un desesperado S.O.S. al gobierno, en demanda de apoyo, por el otro, muchos de los que decidieron seguir trabajando buscaron inmediatamente la forma de convertir la emergencia en una oportunidad para ganar lo que en tiempos normales no se habrían siquiera imaginado.

Esta es una situación que se observa, en pequeña y gran escala, cada vez que se presenta una emergencia como la que hoy está viviendo el país. Quienes están luchando por conservar el empleo, aunque sea con paga reducida, o que, de plano, ya lo perdieron, tienen que enfrentar ahora un doble problema: el riesgo de perder la salud y la falta de recursos frente a la carestía.

En la medida en que se prolongue la situación de emergencia –que parece ir para largo− la situación se va a poner más difícil, como siempre, para los que menos tienen.

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