/ jueves 10 de marzo de 2022

Reflexiones en Textos Cortos | Dejar de saborear


-Mira lo que comí (no está muy bueno) pero… Está padre el lugar y el emplatado ¿no? -

Una de las necesidades biológicas más importantes del ser humano es comer, el acto de ingerir algo externo para uso y funcionamiento del cuerpo es básico para la supervivencia y la continuidad de la propia vida.

Atravesado por un componente civilizatorio que involucra volver complejo y pensar lo que se consume, el acto de comer desglosa un montón de clasificaciones y categorizaciones respecto a lo que se designa como alimento; no sólo se trata de encontrar combustible para el cuerpo, también mantenerlo en “buen funcionamiento”, ausente de enfermedad; pero anteponiendo el placer en el acto de algo tan básico como comer. Hemos hecho de una necesidad biológica, una satisfacción personal.

En una ocasión escribí una columna que se llamó: “Cocinar para sobrevivir” en la que describía la importancia de cocinar como un acto no sólo placentero e individual, también colectivo, es importante que a través de la cocina seamos reconocidos por otros, además de que cuando los alimentos se comparten se logra un vínculo maravilloso, no hay cosa más humana que darle de comer a alguien que no soy yo, la sociología le dice “el otro”, la religión “el prójimo”.

Sin embargo, la cocina y la alimentación son atravesados por el propio capitalismo, donde algo se produce para ser consumido, pretendiendo que se haga del consumo algo frecuente; además de cargar un significado particular a quien consume para sentirse diferente y distinguirse de otros.

Designado dentro del Marketing, la personalización del gusto es parte del nuevo circuito capitalista, la producción masiva ya no constituye un resultado cuando es mucho más rentable individualizar el consumo, para que los seres humanos adjudiquen un sentido propio a lo que consumen; es decir: “Yo consumo algo diferente a lo que consumes tú”, la diferenciación entre seres humanos para sentir que tienen una presencia irrepetible en el mundo es seductora.

Anteriormente los grupos sociales tenían que hacer actividades distintas para diferenciarse y generar identidad entre sus miembros, ahora la identidad se da a partir de lo que se consume y eso invariablemente alcanza a la alimentación.

Hace varios años fui con una amiga a un restaurante en Metepec, Estado de México, el lugar se caracterizaba por tener un ambiente que se asemejaba a cualquier restaurante de lujo, mesas de madera con cristal, sillas acojinadas, paredes con grandes ventanales que iluminaban el interior, menús con atractivo diseño gráfico. Pero servían arroz rojo como el que sirven en cualquier fiesta patronal en un pueblo, pollo rostizado como el que se encuentra en una rosticería de alguna esquina concurrida. Eso sí, los precios no eran como el de una fonda económica. ¿Por qué alguien iría a algún restaurante en donde los alimentos no tienen nada de extraordinario? Pues sí, para diferenciarse, separarse y subir sus fotografías a redes sociales en comparación con los que van a las fondas económicas. En Instagram se pueden ver los emplatados, pero no se saborea la posible pésima calidad de ellos.

Lo visual es el terreno en disputa de los jóvenes, incluso cuando se alimentan.


-Mira lo que comí (no está muy bueno) pero… Está padre el lugar y el emplatado ¿no? -

Una de las necesidades biológicas más importantes del ser humano es comer, el acto de ingerir algo externo para uso y funcionamiento del cuerpo es básico para la supervivencia y la continuidad de la propia vida.

Atravesado por un componente civilizatorio que involucra volver complejo y pensar lo que se consume, el acto de comer desglosa un montón de clasificaciones y categorizaciones respecto a lo que se designa como alimento; no sólo se trata de encontrar combustible para el cuerpo, también mantenerlo en “buen funcionamiento”, ausente de enfermedad; pero anteponiendo el placer en el acto de algo tan básico como comer. Hemos hecho de una necesidad biológica, una satisfacción personal.

En una ocasión escribí una columna que se llamó: “Cocinar para sobrevivir” en la que describía la importancia de cocinar como un acto no sólo placentero e individual, también colectivo, es importante que a través de la cocina seamos reconocidos por otros, además de que cuando los alimentos se comparten se logra un vínculo maravilloso, no hay cosa más humana que darle de comer a alguien que no soy yo, la sociología le dice “el otro”, la religión “el prójimo”.

Sin embargo, la cocina y la alimentación son atravesados por el propio capitalismo, donde algo se produce para ser consumido, pretendiendo que se haga del consumo algo frecuente; además de cargar un significado particular a quien consume para sentirse diferente y distinguirse de otros.

Designado dentro del Marketing, la personalización del gusto es parte del nuevo circuito capitalista, la producción masiva ya no constituye un resultado cuando es mucho más rentable individualizar el consumo, para que los seres humanos adjudiquen un sentido propio a lo que consumen; es decir: “Yo consumo algo diferente a lo que consumes tú”, la diferenciación entre seres humanos para sentir que tienen una presencia irrepetible en el mundo es seductora.

Anteriormente los grupos sociales tenían que hacer actividades distintas para diferenciarse y generar identidad entre sus miembros, ahora la identidad se da a partir de lo que se consume y eso invariablemente alcanza a la alimentación.

Hace varios años fui con una amiga a un restaurante en Metepec, Estado de México, el lugar se caracterizaba por tener un ambiente que se asemejaba a cualquier restaurante de lujo, mesas de madera con cristal, sillas acojinadas, paredes con grandes ventanales que iluminaban el interior, menús con atractivo diseño gráfico. Pero servían arroz rojo como el que sirven en cualquier fiesta patronal en un pueblo, pollo rostizado como el que se encuentra en una rosticería de alguna esquina concurrida. Eso sí, los precios no eran como el de una fonda económica. ¿Por qué alguien iría a algún restaurante en donde los alimentos no tienen nada de extraordinario? Pues sí, para diferenciarse, separarse y subir sus fotografías a redes sociales en comparación con los que van a las fondas económicas. En Instagram se pueden ver los emplatados, pero no se saborea la posible pésima calidad de ellos.

Lo visual es el terreno en disputa de los jóvenes, incluso cuando se alimentan.