/ sábado 24 de abril de 2021

Reflexiones en textos cortos | Los tiempos del aburrimiento y el consumo


Mientras caminaba hacia la tienda, me preguntaba cuándo fue la última vez que estuve aburrido, en verdad no lo recuerdo. Me dio gusto saberlo, y no, tampoco es que me la pase trabajando; pero he encontrado siempre una ocupación y una fuente de acciones, hay tanto por hacer que a veces las 24 horas parecen insuficientes. Si no se trabaja, se mira una serie, un libro, un texto pendiente, se habla con personas o se mensajea, se cocina o incluso se puede limpiar la casa pues siempre hay algo que está sucio. La Pandemia ha generado ocupaciones dentro de cuatro paredes, pero para muchos si no se está afuera el aburrimiento se apodera de los cuerpos.

El aburrimiento es como un estado de no saber qué hacer, ni consigo mismo, no se sabe ni pensar, ni realizar; no hay en qué ocuparse, ni la mente, ni el espíritu, ni el cuerpo.

Que la gente no encuentre qué hacer, me inquieta, hasta el exceso y el ocio deben cumplir un propósito, de descanso, placer, catarsis; la tensión liberada por el estrés, el reposo necesario de los que se encuentran cansados. Y el establecimiento de los momentos vuelven las actividades mucho más propositivas. Hasta el exceso debe perseguir un objetivo.

No sentencio el exceso, muchas veces es necesario para alcanzar un orgasmo durante la relación sexual o estar ebrio y adquirir esa sensación “no grata” pero disfrutable como diría el novelista Hemann Hesse. La cosa es la frecuencia de esos estados que llevan a la pérdida del interés.

No me ha dejado de sorprender la actividad sexual de mis alumnos, dentro de su edad que merodea en los 20s, han tenido una incontable cantidad de experiencias sexuales y una pérdida del goce de lo sexual, se vuelve tan habitual que incluso más que un aprendizaje de sus propios cuerpos en relación con otros, lo ejercen para generar un tema que posteriormente se conversa.

Una sociedad aburrida es necesaria para un sistema que se mueve por el dinero, donde el único escaparate para el pensamiento ordinario es el consumo. De una serie televisiva cuya temporada se termina en un fin de semana, de una bebida alcohólica que se prueba en una reunión de cada viernes casi de forma religiosa, enfrentar el aburrimiento para el capitalismo solamente es adquiriendo a través de la compra.

Algunos artistas y escritores hacen del consumo de alcohol y drogas una fuente de inspiración para el flujo de sus ideas. El símbolo céntrico donde se encontraban las drogas y el alcohol, era el eje para que giraran los grupos sociales, pero había una forma en la que se pensaba el consumo y era todo menos el antídoto para el aburrimiento.

Cuando escuchaba a mis alumnos hacer planes para irse de fiesta luego de una semana pesada de exámenes me resultaba satisfactorio la programación de su actividad que en todo caso era ajena a mí, pero su consumo tenía un propósito, una forma de conciliarse con el olvido de liberar la mente saturada y no de llenarla ante el vacío de su aburrimiento.


Mientras caminaba hacia la tienda, me preguntaba cuándo fue la última vez que estuve aburrido, en verdad no lo recuerdo. Me dio gusto saberlo, y no, tampoco es que me la pase trabajando; pero he encontrado siempre una ocupación y una fuente de acciones, hay tanto por hacer que a veces las 24 horas parecen insuficientes. Si no se trabaja, se mira una serie, un libro, un texto pendiente, se habla con personas o se mensajea, se cocina o incluso se puede limpiar la casa pues siempre hay algo que está sucio. La Pandemia ha generado ocupaciones dentro de cuatro paredes, pero para muchos si no se está afuera el aburrimiento se apodera de los cuerpos.

El aburrimiento es como un estado de no saber qué hacer, ni consigo mismo, no se sabe ni pensar, ni realizar; no hay en qué ocuparse, ni la mente, ni el espíritu, ni el cuerpo.

Que la gente no encuentre qué hacer, me inquieta, hasta el exceso y el ocio deben cumplir un propósito, de descanso, placer, catarsis; la tensión liberada por el estrés, el reposo necesario de los que se encuentran cansados. Y el establecimiento de los momentos vuelven las actividades mucho más propositivas. Hasta el exceso debe perseguir un objetivo.

No sentencio el exceso, muchas veces es necesario para alcanzar un orgasmo durante la relación sexual o estar ebrio y adquirir esa sensación “no grata” pero disfrutable como diría el novelista Hemann Hesse. La cosa es la frecuencia de esos estados que llevan a la pérdida del interés.

No me ha dejado de sorprender la actividad sexual de mis alumnos, dentro de su edad que merodea en los 20s, han tenido una incontable cantidad de experiencias sexuales y una pérdida del goce de lo sexual, se vuelve tan habitual que incluso más que un aprendizaje de sus propios cuerpos en relación con otros, lo ejercen para generar un tema que posteriormente se conversa.

Una sociedad aburrida es necesaria para un sistema que se mueve por el dinero, donde el único escaparate para el pensamiento ordinario es el consumo. De una serie televisiva cuya temporada se termina en un fin de semana, de una bebida alcohólica que se prueba en una reunión de cada viernes casi de forma religiosa, enfrentar el aburrimiento para el capitalismo solamente es adquiriendo a través de la compra.

Algunos artistas y escritores hacen del consumo de alcohol y drogas una fuente de inspiración para el flujo de sus ideas. El símbolo céntrico donde se encontraban las drogas y el alcohol, era el eje para que giraran los grupos sociales, pero había una forma en la que se pensaba el consumo y era todo menos el antídoto para el aburrimiento.

Cuando escuchaba a mis alumnos hacer planes para irse de fiesta luego de una semana pesada de exámenes me resultaba satisfactorio la programación de su actividad que en todo caso era ajena a mí, pero su consumo tenía un propósito, una forma de conciliarse con el olvido de liberar la mente saturada y no de llenarla ante el vacío de su aburrimiento.