/ lunes 11 de diciembre de 2017

Reflexiones y Alucinaciones

Como estaba previsto en la convocatoria expedida por el PRI, el pasado domingo, 3 de diciembre, José Antonio Meade se registró como precandidato a la presidencia de la República. Por haber sido el único en hacerlo, la Comisión Nacional de Procesos Internos le entregó, en ese mismo acto, la constancia de precandidato por ese partido.

Históricamente es el primer ciudadano que llega a esa candidatura sin haber hecho talacha partidista: nunca colocó propaganda de candidato alguno; en la vida hizo trabajo de partido; jamás ocupó un cargo dentro de la estructura partidista y mucho menos un cargo de representación popular; ¡bueno! Ni siquiera hizo el intento por adherirse al Revolucionario Institucional durante los primeros cinco años del gobierno del presidente Peña. Estos candados que por muchos años fueron requisitos indispensables para contender para cualquier cargo de elección, se suprimieron en el último Congreso Nacional para allanarle el camino a quien desde el vértice del poder había sido selecto desde los inicios del sexenio.

Su encomienda: que el PRI gane las elecciones de 2018 para que ese partido continúe detentando el poder. Sin embargo, pese a la publicidad que de todo tipo ha empezado a circular y de la estruendosa acogida que la clase política de ese partido le ha brindado, a mi ver el apartidista José Antonio Meade no la tiene fácil. Deberá sortear difíciles escollos dentro y fuera del partido que ahora en sus más altos niveles lo cobija, lo aplaude, lo elogia y casi lo venera. ¿Cuáles serán esos obstáculos que Meade deberá sortear?

Entre otros, convencer a los auténticos priistas: aquellos que durante toda su vida se la han rifado con su partido, como ellos dicen, ¡en las buenas y en las malas! A toda esa estructura partidista que proceso tras proceso recorre los caminos, las calles y los barrios, tocando puertas y ventanas para convencer a sus vecinos a votar por el partido de sus padres y de sus abuelos; a todos aquellos que los apellidos “Meade” o “Kuribreña” no les dice nada, sólo asombro, dudas e interrogantes. En ese sentido, por “extraordinario” o “superdotado” que parezca ser, José Antonio Meade no deja de ser para las bases del PRI un “extraño”, un “arribista”, un hombre sin definiciones partidistas.

¿Cómo entender la dualidad política, por no decir doblez, del precandidato Meade? ¿Cómo explicar para convencer a las bases priistas que su precandidato, con el fervor que trabajó para el conservador partido del PAN durante los gobiernos de Fox y Felipe Calderón, ahora lo hará también, ya como presidente, con el Revolucionario Institucional, enarbolando sus causas? Será difícil de explicar y mucho más de convencer.

Entre la alta clase política priista, el precandidato no tiene problema, no tiene que convencer a nadie; la gran mayoría no se mueve por principios ideológicos sino por compromisos e intereses; son todos aquellos que el pasado día 3 lo vitorearon y lo ungieron como su precandidato y quienes el día 19 de febrero lo designarán unánimemente como su candidato.

Sin embargo, no pocos, sino cientos, miles de priistas se preguntarán seguramente: ¿qué no había un priista con méritos suficientes, honesto, preparado, con experiencia, con carisma, con credibilidad entre los cientos o miles que integran la clase política de ese partido, en vez de un funcionario apartidista, sin arraigo entre las bases y sin compromiso con los principios del PRI?

La decisión cupular tomada a favor de José Antonio Meade, pareciera que efectivamente no hay entre los miles de priistas, alguien en quien la gente creyera. ¿Estará tan desgastado el PRI y lo que éste representa, para que quien o quienes toman las grandes decisiones, prefirieron jugársela con alguien ajeno a su militancia? Lo anterior nos lleva a plantear el tema de la ideología que aquí y en cualquier parte del mundo es la parte medular de cualquier partido. ¿O será que los principios ideológicos son cosa del pasado y que en la actualidad lo único que interesa es mantener el poder por encima de todo?

¿Dónde quedaron entonces los principios del PRI que se han enarbolado por cerca de noventa años? ¿O es que ya no existen o nunca existieron? ¿O es que realmente el PRI y el PAN (el PRIAN) son la misma cosa?

 

romeromisael68@gmail.com

Como estaba previsto en la convocatoria expedida por el PRI, el pasado domingo, 3 de diciembre, José Antonio Meade se registró como precandidato a la presidencia de la República. Por haber sido el único en hacerlo, la Comisión Nacional de Procesos Internos le entregó, en ese mismo acto, la constancia de precandidato por ese partido.

Históricamente es el primer ciudadano que llega a esa candidatura sin haber hecho talacha partidista: nunca colocó propaganda de candidato alguno; en la vida hizo trabajo de partido; jamás ocupó un cargo dentro de la estructura partidista y mucho menos un cargo de representación popular; ¡bueno! Ni siquiera hizo el intento por adherirse al Revolucionario Institucional durante los primeros cinco años del gobierno del presidente Peña. Estos candados que por muchos años fueron requisitos indispensables para contender para cualquier cargo de elección, se suprimieron en el último Congreso Nacional para allanarle el camino a quien desde el vértice del poder había sido selecto desde los inicios del sexenio.

Su encomienda: que el PRI gane las elecciones de 2018 para que ese partido continúe detentando el poder. Sin embargo, pese a la publicidad que de todo tipo ha empezado a circular y de la estruendosa acogida que la clase política de ese partido le ha brindado, a mi ver el apartidista José Antonio Meade no la tiene fácil. Deberá sortear difíciles escollos dentro y fuera del partido que ahora en sus más altos niveles lo cobija, lo aplaude, lo elogia y casi lo venera. ¿Cuáles serán esos obstáculos que Meade deberá sortear?

Entre otros, convencer a los auténticos priistas: aquellos que durante toda su vida se la han rifado con su partido, como ellos dicen, ¡en las buenas y en las malas! A toda esa estructura partidista que proceso tras proceso recorre los caminos, las calles y los barrios, tocando puertas y ventanas para convencer a sus vecinos a votar por el partido de sus padres y de sus abuelos; a todos aquellos que los apellidos “Meade” o “Kuribreña” no les dice nada, sólo asombro, dudas e interrogantes. En ese sentido, por “extraordinario” o “superdotado” que parezca ser, José Antonio Meade no deja de ser para las bases del PRI un “extraño”, un “arribista”, un hombre sin definiciones partidistas.

¿Cómo entender la dualidad política, por no decir doblez, del precandidato Meade? ¿Cómo explicar para convencer a las bases priistas que su precandidato, con el fervor que trabajó para el conservador partido del PAN durante los gobiernos de Fox y Felipe Calderón, ahora lo hará también, ya como presidente, con el Revolucionario Institucional, enarbolando sus causas? Será difícil de explicar y mucho más de convencer.

Entre la alta clase política priista, el precandidato no tiene problema, no tiene que convencer a nadie; la gran mayoría no se mueve por principios ideológicos sino por compromisos e intereses; son todos aquellos que el pasado día 3 lo vitorearon y lo ungieron como su precandidato y quienes el día 19 de febrero lo designarán unánimemente como su candidato.

Sin embargo, no pocos, sino cientos, miles de priistas se preguntarán seguramente: ¿qué no había un priista con méritos suficientes, honesto, preparado, con experiencia, con carisma, con credibilidad entre los cientos o miles que integran la clase política de ese partido, en vez de un funcionario apartidista, sin arraigo entre las bases y sin compromiso con los principios del PRI?

La decisión cupular tomada a favor de José Antonio Meade, pareciera que efectivamente no hay entre los miles de priistas, alguien en quien la gente creyera. ¿Estará tan desgastado el PRI y lo que éste representa, para que quien o quienes toman las grandes decisiones, prefirieron jugársela con alguien ajeno a su militancia? Lo anterior nos lleva a plantear el tema de la ideología que aquí y en cualquier parte del mundo es la parte medular de cualquier partido. ¿O será que los principios ideológicos son cosa del pasado y que en la actualidad lo único que interesa es mantener el poder por encima de todo?

¿Dónde quedaron entonces los principios del PRI que se han enarbolado por cerca de noventa años? ¿O es que ya no existen o nunca existieron? ¿O es que realmente el PRI y el PAN (el PRIAN) son la misma cosa?

 

romeromisael68@gmail.com

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