Seguramente que los resultados que ha tenido Meade durante su precampaña, a unos días de terminar, empiezan a preocupar a los estrategas del PRI y del gobierno: el apartidista José Antonio Meade no convence, no tiene ángel, carece de empatía, algo tan indispensable para ganar una elección presidencial; pero además, su credibilidad ha empezado a empañarse.
Meade, mediante una campaña de medios bien orquestada, fue exhibido, antes de que Videgaray lo destapara, como un funcionario modelo: cinco veces secretario de estado, dos en los gobiernos panistas y tres en el gobierno del presidente Peña. En esos cargos -se magnificaba- se había conducido con responsabilidad, capacidad, entrega y compromiso, ¡ah! y una honestidad a toda prueba. Vamos, no había cola que le pisaran, como se dice de una persona intachable: Pepe -qué pésimo apelativo le dieron- era el hombre que el PRI necesitaba.
Quien o quienes lo seleccionaron para tamaña empresa, seguramente esperaban que tan pronto como se supiera que él era el elegido, vendrían los apoyos de los diversos sectores del PRI y de la misma sociedad, y su imagen, supuestamente intachable, subiría tan rápido como la espuma; pero no fue así.
Desde que inició su precampaña y hasta la fecha, se le ha visto tibio, falto de ideas, sin convicciones políticas, sin ofertas para lo que México realmente necesita. Su discurso ha sido el de un priista, como el más añejo de los priistas, enfocándose a defender los programas del presidente Peña, cuando una mayoría no quiere saber nada de eso. Quiérase o no, José Antonio Meade no aporta nada nuevo: representa el continuismo del sistema. Para muchos, el PRI se equivocó.
Su forma de ser y de actuar es obvia; no podría ser de otra manera. El PRI no seleccionó a un político sino a un tecnócrata, a un burócrata; en el mejor sentido de la palabra, a un servidor público que cumple lineamientos, que sigue lo programado, que actúa conforme al formato preestablecido.
Una vez ungido, por quien verdaderamente manda en el Institucional, acudió a las sedes de cada uno de sus sectores a solicitar su apoyo, a que lo aceptaran “como suyo”; sin embargo, no era su medio, no era su entorno; nunca había cruzado sus puertas, desconocía sus espacios y lo peor, ignoraba el modus operandi de esa institución nonagenaria.
Para José Antonio Meade, todo era nuevo, empezó de cero: tuvo que leer seguramente, a marchas forzadas, los documentos básicos de ese partido para poderlo entender: sus estatutos, su declaración de principios, su plataforma política y su programa de acción ¡Qué lamentable! Como todo era nuevo para él y carecía además de un equipo sólido para su nueva tarea, que sólo se da con el tiempo, le conformaron uno, encabezado por Aurelio Nuño, como coordinador de campaña; poco después le incorporaron a Eruviel Ávila, exgobernador del Edomex y, para colmo, le acaban de designar últimamente, al ex priista y ex panista Javier Lozano, como su vocero.
Como se ve, las cosas no le están saliendo al PRI, tal y como se lo había planteado. Además de su carácter pasivo, de su discurso anodino y de su falta de liderazgo, al precandidato Meade lo han vinculado con los últimos escándalos de corrupción política que han sido denunciados por el gobernador de Chihuahua Javier Corral, donde están en juego 250 millones de pesos que partieron de la SHCP, de la que él ha sido dos veces su titular, hasta llegar a las campañas políticas del PRI en Chihuahua y en varios estados del país.
¿Es posible que Meade desconociera de esos recursos, cuando sustituyó en Hacienda a Videgaray? Quizá, al precandidato Meade no se le pueda imputar directamente corrupción política alguna, pero de complicidad es difícil que salga limpio.
En fin, si Meade desea remontar en las encuestas y ubicarse como un candidato realmente competitivo, creo que tendría que dar un viraje de 180 grados a su discurso y a campaña, para sacudirse un poco el lastre que trae arrastrando desde que el PRI lo eligió como su candidato y tomar su distancia de personajes identificados con la corrupción, como Carlos Aceves del Olmo, Secretario General de la CTM, y Carlos Romero Deschamps, eterno dirigente del Sindicato de Trabajadores de Pemex. La pregunta es ¿podrá hacerlo? La respuesta es NO.
Misael Romero Andrade
(romeromisael68gmail.com)