/ lunes 28 de septiembre de 2020

Reflexiones y Alucinaciones | La rifa del avión sin avión

A lo largo de la pandemia, que ya va para los siete meses y que a la fecha ha dejado en México a más de 76 mil muertos, López Obrador no tuvo otro asunto más importante que atender, que la rifa del avión presidencial, sin que la rifa fuera realmente la del avión.

El asunto de la venta del avión y en consecuencia el de la rifa, pasarán seguramente a la historia como hechos por demás estrafalarios: a finales de su gobierno, Felipe Caderón, archienemigo del presidente López Obrador, adquirió un Boeing 787-8 Dreamlines, una nave lujosa para suplir al modelo 757 que usaba el presidente de la República.

La empresa constructora no entregó el avión sino hasta ya iniciado el periodo de Enrique Peña, quien no satisfecho con los interiores que había seleccionado su antecesor, lo mandó decorar conforme los gustos de la nueva pareja presidencial. El presidente Peña lo usó la última mitad de su gobierno, hecho que le brindó a López Obrador, la oportunidad de oro para criticar los excesos del gobernante, pronunciando la frase que ha venido a enriquecer el anecdotario mexicano: “un avión que ni Obama lo tiene”.

Durante su campaña política, López Obrador se comprometió a no usar el famoso avión y a deshacerse de él. La primera de estas promesas la ha cumplido, pues prefiere viajar en vuelos comerciales a subirse a ese lujoso aparato.

Pero entonces, ¿qué hacer con el avión? López Obrador dispuso venderlo, eso sí “sin malbaratarlo”. Con los accesorios de lujo que Enrique Peña le mandó hacer, el avión costó 218 millones de dólares; sin embargo, el avión está valuado actualmente en 130 millones de dólares, algo así como 3 mil millones de pesos.

Para ese efecto, López Obrador dispuso que el avión se quedara resguardado en un aeropuerto de Estados Unidos; pensaba que ese sitio sería un buen escaparate para venderlo. Pero no lo vendió. Después de un año, optó por traerlo a México, pues en el lugar en que estaba, sólo por el resguardo y mantenimiento había que pagar anualmente 1.7 millones de dólares, de los dineros del pueblo.

Como no hubo comprador que le hiciera “el quite”, en una de sus mañaneras se le ocurrió, ¡sí! ese es el término exacto, “se le ocurrió” rifarlo. Así lo propuso y así lo sostuvo: se harían tantos “cachitos”, como fuera el precio del avión. Lo que se obtuviera de la rifa, serviría para equipar a los hospitales.

Sin embargo, lo ocurrencia no fue perfecta: ¿qué haría con el avión quien tuviera la suerte o la desgracia de sacárselo? Empezaron los chistes y los memes que conocemos, evidenciando lo chusco de la ocurrencia presidencial.

Fue entonces cuando, en otra de sus mañaneras, en las que ha tenido las mejores o peores ocurrencias, informó que la rifa sí se haría, pero sin el avión. Para darle credibilidad a la rifa, ésta sería organizada por la Lotería Nacional el 15 de septiembre, fecha emblemática para los mexicanos.

En el imaginativo presidencial, se pensaba que los 6 millones de cachitos que se mandaron hacer, de 500 pesos cada uno, se comprarían como pan caliente. Pero no fue así: se ofrecieron en todas partes y por todos los medios; y los cachitos no se vendieron. Se presionó a los servidores públicos para comprarlos y, tampoco se agotaron. Para evitar el fracaso, se regalaron miles de cachitos a hospitales y centros educativos. Con todo y esto, sólo el 68% de cachitos se pudo colocar.

¿Quién ganó los 100 premios de 20 millones de pesos? A ciencia cierta, nada se sabe. Sólo que 13 hospitales y 8 escuelas, fueron de los premiados.


A lo largo de la pandemia, que ya va para los siete meses y que a la fecha ha dejado en México a más de 76 mil muertos, López Obrador no tuvo otro asunto más importante que atender, que la rifa del avión presidencial, sin que la rifa fuera realmente la del avión.

El asunto de la venta del avión y en consecuencia el de la rifa, pasarán seguramente a la historia como hechos por demás estrafalarios: a finales de su gobierno, Felipe Caderón, archienemigo del presidente López Obrador, adquirió un Boeing 787-8 Dreamlines, una nave lujosa para suplir al modelo 757 que usaba el presidente de la República.

La empresa constructora no entregó el avión sino hasta ya iniciado el periodo de Enrique Peña, quien no satisfecho con los interiores que había seleccionado su antecesor, lo mandó decorar conforme los gustos de la nueva pareja presidencial. El presidente Peña lo usó la última mitad de su gobierno, hecho que le brindó a López Obrador, la oportunidad de oro para criticar los excesos del gobernante, pronunciando la frase que ha venido a enriquecer el anecdotario mexicano: “un avión que ni Obama lo tiene”.

Durante su campaña política, López Obrador se comprometió a no usar el famoso avión y a deshacerse de él. La primera de estas promesas la ha cumplido, pues prefiere viajar en vuelos comerciales a subirse a ese lujoso aparato.

Pero entonces, ¿qué hacer con el avión? López Obrador dispuso venderlo, eso sí “sin malbaratarlo”. Con los accesorios de lujo que Enrique Peña le mandó hacer, el avión costó 218 millones de dólares; sin embargo, el avión está valuado actualmente en 130 millones de dólares, algo así como 3 mil millones de pesos.

Para ese efecto, López Obrador dispuso que el avión se quedara resguardado en un aeropuerto de Estados Unidos; pensaba que ese sitio sería un buen escaparate para venderlo. Pero no lo vendió. Después de un año, optó por traerlo a México, pues en el lugar en que estaba, sólo por el resguardo y mantenimiento había que pagar anualmente 1.7 millones de dólares, de los dineros del pueblo.

Como no hubo comprador que le hiciera “el quite”, en una de sus mañaneras se le ocurrió, ¡sí! ese es el término exacto, “se le ocurrió” rifarlo. Así lo propuso y así lo sostuvo: se harían tantos “cachitos”, como fuera el precio del avión. Lo que se obtuviera de la rifa, serviría para equipar a los hospitales.

Sin embargo, lo ocurrencia no fue perfecta: ¿qué haría con el avión quien tuviera la suerte o la desgracia de sacárselo? Empezaron los chistes y los memes que conocemos, evidenciando lo chusco de la ocurrencia presidencial.

Fue entonces cuando, en otra de sus mañaneras, en las que ha tenido las mejores o peores ocurrencias, informó que la rifa sí se haría, pero sin el avión. Para darle credibilidad a la rifa, ésta sería organizada por la Lotería Nacional el 15 de septiembre, fecha emblemática para los mexicanos.

En el imaginativo presidencial, se pensaba que los 6 millones de cachitos que se mandaron hacer, de 500 pesos cada uno, se comprarían como pan caliente. Pero no fue así: se ofrecieron en todas partes y por todos los medios; y los cachitos no se vendieron. Se presionó a los servidores públicos para comprarlos y, tampoco se agotaron. Para evitar el fracaso, se regalaron miles de cachitos a hospitales y centros educativos. Con todo y esto, sólo el 68% de cachitos se pudo colocar.

¿Quién ganó los 100 premios de 20 millones de pesos? A ciencia cierta, nada se sabe. Sólo que 13 hospitales y 8 escuelas, fueron de los premiados.


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