/ miércoles 28 de julio de 2021

Repique Inocente | A vacunarse

El arriba firmante es sumamente quisquilloso.

Apenas abrió los ojos hace casi ya medio siglo y lo primero que dijo fue: “¿de qué marca es la vacuna que me van a poner?”. Y agregó en tono de corrección, dictada por el Manual de Carreño: “Disculpe, señora enfermera, ¿a qué lote corresponde el biológico que está a punto de administrarme?”

Así que en la actualidad, cuando en las conversaciones casuales escucho al pasar aquello de “¿qué vacuna te tocó?”, me resulta completamente normal. Y cuando se discute el porcentaje de efectividad o los efectos y reacciones de la vacuna fulana de tal o de la vacuna perengana, me siento como pez en el agua. Me lanzó inopinadamente a opinar.

Es que ahora todos, o casi todos, nos hemos vuelto especialistas en vacunas contra Covid-19. O al menos suponemos que tenemos suficiente información para dar una oronda opinión sobre las características y cualidades de tal o cual vacuna. Que si las chinas esto, que si la rusa aquello, que si la inglesa es así y las gringas son asá. Henchimos el pecho con nuestras opiniones hasta que llega un verdadero especialista, casi siempre un profesional de la salud —en sus diversas denominaciones— a aclarar de manera comedida nuestros errados conceptos y a desinflarnos el orgullo. Porque hasta eso lo hacen con cierta elegancia que raya en conmiseración —como diciendo en lo profundo, pobres tarugos, ni saben lo que dicen—.

La era de la información en la que nos encontramos, abona a nuestra postura sobre las vacunas. Ahora somos sumamente delicados y puntillosos.

En el pasado, nadie se preocupaba por preguntar por la marca, modelo, lote, fecha de caducidad, composición, tecnología, virus atenuados o inactivados, arnm o adenovirus, y un titipuchal de cosas de las que nos hemos enterado sobre las vacunas contra Covid-19. Y no es que nos maravillemos por las características, sino que buscamos la certeza o la seguridad de que tal o cual vacuna nos va a proteger contra la pandemia.

Si a un recién nacido le aplican, como es debido, su dosis de vacuna BCG, los padres ni preguntan la marca de la vacuna. A veces ni siquiera se dan por enterados. Y tampoco lo hacen cuando los niños reciben sus inmunizaciones contra la hepatitis B, sarampión, rubéola, difteria, tosferina y tétanos. El esquema de vacunación se aplica sin chistar, porque cualquiera con tres dedos de frente sabe de la trascendencia que tiene para la salud de los infantes.

Ah, pero ya grandecitos nos ponemos a preguntar qué vacuna nos toca contra Covid-19. Y a veces hasta rechazamos inocularnos con alguna en especial, nomás porque tenemos algún prejuicio, que proviene de la falta de información o del exceso de desinformación que se promueve por aquí y por allá.

Vacunarse es una herramienta para defendernos mejor si contraemos el condenado coronavirus. Cualquier vacuna es efectiva para protegerse y reducir el riesgo de vivir un caso grave de Covid-19. Cualquiera está en su derecho de hacerle al ensarapado con la vacuna. Pero nadie debería hacerlo.

El arriba firmante es sumamente quisquilloso.

Apenas abrió los ojos hace casi ya medio siglo y lo primero que dijo fue: “¿de qué marca es la vacuna que me van a poner?”. Y agregó en tono de corrección, dictada por el Manual de Carreño: “Disculpe, señora enfermera, ¿a qué lote corresponde el biológico que está a punto de administrarme?”

Así que en la actualidad, cuando en las conversaciones casuales escucho al pasar aquello de “¿qué vacuna te tocó?”, me resulta completamente normal. Y cuando se discute el porcentaje de efectividad o los efectos y reacciones de la vacuna fulana de tal o de la vacuna perengana, me siento como pez en el agua. Me lanzó inopinadamente a opinar.

Es que ahora todos, o casi todos, nos hemos vuelto especialistas en vacunas contra Covid-19. O al menos suponemos que tenemos suficiente información para dar una oronda opinión sobre las características y cualidades de tal o cual vacuna. Que si las chinas esto, que si la rusa aquello, que si la inglesa es así y las gringas son asá. Henchimos el pecho con nuestras opiniones hasta que llega un verdadero especialista, casi siempre un profesional de la salud —en sus diversas denominaciones— a aclarar de manera comedida nuestros errados conceptos y a desinflarnos el orgullo. Porque hasta eso lo hacen con cierta elegancia que raya en conmiseración —como diciendo en lo profundo, pobres tarugos, ni saben lo que dicen—.

La era de la información en la que nos encontramos, abona a nuestra postura sobre las vacunas. Ahora somos sumamente delicados y puntillosos.

En el pasado, nadie se preocupaba por preguntar por la marca, modelo, lote, fecha de caducidad, composición, tecnología, virus atenuados o inactivados, arnm o adenovirus, y un titipuchal de cosas de las que nos hemos enterado sobre las vacunas contra Covid-19. Y no es que nos maravillemos por las características, sino que buscamos la certeza o la seguridad de que tal o cual vacuna nos va a proteger contra la pandemia.

Si a un recién nacido le aplican, como es debido, su dosis de vacuna BCG, los padres ni preguntan la marca de la vacuna. A veces ni siquiera se dan por enterados. Y tampoco lo hacen cuando los niños reciben sus inmunizaciones contra la hepatitis B, sarampión, rubéola, difteria, tosferina y tétanos. El esquema de vacunación se aplica sin chistar, porque cualquiera con tres dedos de frente sabe de la trascendencia que tiene para la salud de los infantes.

Ah, pero ya grandecitos nos ponemos a preguntar qué vacuna nos toca contra Covid-19. Y a veces hasta rechazamos inocularnos con alguna en especial, nomás porque tenemos algún prejuicio, que proviene de la falta de información o del exceso de desinformación que se promueve por aquí y por allá.

Vacunarse es una herramienta para defendernos mejor si contraemos el condenado coronavirus. Cualquier vacuna es efectiva para protegerse y reducir el riesgo de vivir un caso grave de Covid-19. Cualquiera está en su derecho de hacerle al ensarapado con la vacuna. Pero nadie debería hacerlo.