/ miércoles 7 de octubre de 2020

Repique Inocente | Aquí, de metiche

Denme razón: ¿qué ha sido del señor Emilio “L”, también conocido como Emilio Ricardo Lozoya Austin?

Sé que estoy en pecado mortal por hacer esta pregunta, cuando se supone que por mis labores cotidianas debería saber qué ha sido de este señor y del caso penal en el que fue acusado. Pero entre los datos diarios de la pandemia de COVID-19, los cambios en la metodología, los “sainetes político-electorales” —Faustino de la Cruz dixit— que han armado últimamente desde la Cámara de Diputados del estado de México, los cambios en la administración estatal y los escándalos cotidianos que se suceden unos a otros —vertiginosamente—, ya no sé nada de ese dilecto señor, que alguna vez despachó como director general de Petróleo Mexicanos, empresa productiva de Estado.

La tragicomedia por capítulos que nos tuvo con el alma en vilo ha entrado en un silencio comprometedor.

Porque recuerdo que estuvimos pendientes de la persecución de Lozoya, su vida a salto de mata —es un decir, porque parece que vivía a cuerpo de rey en España—, su hallazgo y detención, la vida carcelaria y posterior extradición. Después lo seguimos paso a paso en el avión rumbo a México, su traslado a un hospital, su convalecencia, comparecencia virtual y después una cómoda detención en casa.

No me extrañaría que Lozoya estuviera plácidamente en su mansión de Ixtapa. En el peor de los casos en su residencia de Las Lomas de Chapultepec. Supongo que sufriendo, porque el pobre hombre la debe pasar muy mal.

Lo último que supimos de este peón del peñismo es que acusaba a sus antiguos jefes de haberlo hecho un instrumento ejecutor de la corrupción. Él no quería, pero sus jefes eran tan perversos que lo obligaron a cometer toda clase de tropelías que terminaron en acusaciones de lavado de dinero, asociación delictuosa y cohecho. Él, inocente, ingenuo, obediente, hizo lo que le dijeron.

Ahora ni siquiera sabemos a ciencia cierta dónde se encuentra. Este personaje del pasado gobierno federal ha sido tratado con tal deferencia por la justicia y el gobierno mexicano, que seguramente muy pocos acusados en casos penales pueden presumir de los privilegios de los que goza Emilio “L”. Y aunque puede decirse que se trata de uno de epítomes de la corrupción del pasado sexenio, ni siquiera ha pisado el bote —epítome es una palabra dominguera del arriba firmante, que significa ejemplo ideal, para que luego no anden diciendo que Felipe insulta a diestra y siniestra—.

Mientras más tiempo pase, menos nos acordaremos del exdirector de Pemex y sus tropelías, sobornos, enjuagues y daños al erario público. Aunque es probable que su caso reviva cuando sea electoralmente redituable; es decir, el año próximo. Mientras, Lozoya se la pasará campechana. Disfrutando “tiempo de calidad” con su familia y los cuates que le llevan botellas de vino de a 25 mil del águila. Es decir, sufriendo las inclemencias de las acusaciones penales y la perfidia corruptora de sus antiguos jefes.

Me pregunto si alguna vez veremos a Lozoya Austin en el tambo. O a aquellos a los que ha acusado, como Enrique Peña o Luis Videgaray. Mi expectativa es bastante negativa. Presiento que la cuatro té nos hace de chivo los tamales.

***

Director del noticiario Así Sucede de Grupo Acir Toluca.

Mail: felgonre@gmail.com. Twitter: @FelipeGlz.

Denme razón: ¿qué ha sido del señor Emilio “L”, también conocido como Emilio Ricardo Lozoya Austin?

Sé que estoy en pecado mortal por hacer esta pregunta, cuando se supone que por mis labores cotidianas debería saber qué ha sido de este señor y del caso penal en el que fue acusado. Pero entre los datos diarios de la pandemia de COVID-19, los cambios en la metodología, los “sainetes político-electorales” —Faustino de la Cruz dixit— que han armado últimamente desde la Cámara de Diputados del estado de México, los cambios en la administración estatal y los escándalos cotidianos que se suceden unos a otros —vertiginosamente—, ya no sé nada de ese dilecto señor, que alguna vez despachó como director general de Petróleo Mexicanos, empresa productiva de Estado.

La tragicomedia por capítulos que nos tuvo con el alma en vilo ha entrado en un silencio comprometedor.

Porque recuerdo que estuvimos pendientes de la persecución de Lozoya, su vida a salto de mata —es un decir, porque parece que vivía a cuerpo de rey en España—, su hallazgo y detención, la vida carcelaria y posterior extradición. Después lo seguimos paso a paso en el avión rumbo a México, su traslado a un hospital, su convalecencia, comparecencia virtual y después una cómoda detención en casa.

No me extrañaría que Lozoya estuviera plácidamente en su mansión de Ixtapa. En el peor de los casos en su residencia de Las Lomas de Chapultepec. Supongo que sufriendo, porque el pobre hombre la debe pasar muy mal.

Lo último que supimos de este peón del peñismo es que acusaba a sus antiguos jefes de haberlo hecho un instrumento ejecutor de la corrupción. Él no quería, pero sus jefes eran tan perversos que lo obligaron a cometer toda clase de tropelías que terminaron en acusaciones de lavado de dinero, asociación delictuosa y cohecho. Él, inocente, ingenuo, obediente, hizo lo que le dijeron.

Ahora ni siquiera sabemos a ciencia cierta dónde se encuentra. Este personaje del pasado gobierno federal ha sido tratado con tal deferencia por la justicia y el gobierno mexicano, que seguramente muy pocos acusados en casos penales pueden presumir de los privilegios de los que goza Emilio “L”. Y aunque puede decirse que se trata de uno de epítomes de la corrupción del pasado sexenio, ni siquiera ha pisado el bote —epítome es una palabra dominguera del arriba firmante, que significa ejemplo ideal, para que luego no anden diciendo que Felipe insulta a diestra y siniestra—.

Mientras más tiempo pase, menos nos acordaremos del exdirector de Pemex y sus tropelías, sobornos, enjuagues y daños al erario público. Aunque es probable que su caso reviva cuando sea electoralmente redituable; es decir, el año próximo. Mientras, Lozoya se la pasará campechana. Disfrutando “tiempo de calidad” con su familia y los cuates que le llevan botellas de vino de a 25 mil del águila. Es decir, sufriendo las inclemencias de las acusaciones penales y la perfidia corruptora de sus antiguos jefes.

Me pregunto si alguna vez veremos a Lozoya Austin en el tambo. O a aquellos a los que ha acusado, como Enrique Peña o Luis Videgaray. Mi expectativa es bastante negativa. Presiento que la cuatro té nos hace de chivo los tamales.

***

Director del noticiario Así Sucede de Grupo Acir Toluca.

Mail: felgonre@gmail.com. Twitter: @FelipeGlz.