/ miércoles 21 de agosto de 2019

Repique inocente / Citas citables


La historia de México está plagada de frases célebres. Y en nuestras escuelas se enseñan al grado de que cualquier mexicano promedio se sabe al menos media docena de estos enunciados. Es probable que no sepa quién dijo qué, pero seguro que es capaz de recitar alguna que otra consigna y alguna máxima proveniente de los altares patrios. Hasta en las escuelas de monjas, donde es primero aprenderse el Magnificat, enseñan estas citas citables.

En realidad no sirven para nada. Pero en los exámenes de historia —o su equivalente, porque ahoras las materias tienen nombres rimbombantes— aparece en las preguntas de opción múltiple a quién se le atribuye aquello de “va mi espada en prenda, voy por ella”. O lo de “mejor morir de pie que que vivir toda la vida arrodillado”. Y quién es el autor de aquella de “ahí te van las hojas, mándame más tamales”… en realidad esta última dudo que aparezca en algún examen, pero de que si se le atribuye a un personaje de la historia, el arriba firmante no tiene ni la menor duda.

Ni siquiera sirven como tema de conversación. Imagínate que te encuentras con algún conocido y después de intercambiar las clásicas alusiones al clima —¡qué calor! ¡ha llovido mucho! ¿dónde te agarró el aguacero?— le sueltas aquello de “si quieres ser ave, vuela, si quieres ser gusano, arrástrate, pero no grites cuando te pisen” —frase atribuida a Emiliano Zapata—. Seguro que el interlocutor se da la vuelta, te anota en la lista de loquitos de la comarca y no te vuelve a saludar en todo lo que le reste de existencia.

Pero nos gustan las frases hechas. Todavía anda por ahí aquello de “Zapata aún tiene las botas puestas y el caballo ensillado”, que dicen que dijo Luis Echeverría como 50 años después de que Zapata se convirtiera en polvo.

Aunque hay que reconocer que antes los políticos mexicanos tenían ingenio para crear frases que pudieran aparecer en los libros de texto o de perdida en algún bronce donde quedara constancia de que habían inaugurado una carretera, un puente, un camino vecinal o cuando menos unos metros de banqueta.

Lo digo porque últimamente las frases de nuestros políticos son bastante chambonas. Ningún historiador serio se atrevería a sugerir que se colocara con letras de oro la frase “me canso ganso” o la “mi caballo come menos que mi vieja” —adivinen de qué gobernador es esa celebérrima locución— y menos aquella de “las cosas buenas casi no se cuentan, pero cuentan mucho”.

Ni la de “no traigo cash” o “no se hagan bolas” o “comes y te vas” o lo del “haiga sido como haiga sido”.

Con seguridad aparecerán en los libros de historia, como fruto de las expresiones coloquiales y hasta pedestres que caracterizan a los políticos mexicanos de nuestra época. Tal vez sean citadas en alguna biografía no autorizada. En el mejor de los casos en un libro de texto que revise esta porción específica de la historia o del entramado político nacional. Pero sin llegar a las alturas retóricas que les permitirían emular siquiera al filósofo de Güemez. Creo que desde que se acuñó aquello de “defenderé al peso como un perro” o “los derechos humanos son de los humanos, no de las ratas”, no hay algo digno de ser recordado.

A lo más que llegamos ahora es a tropiezos en las redes sociales. Sin lugar a ser la inspiración de una generación, adquirir el grado de santón o la admiración de un grupo de neófitos de la política que buscan un punto de identidad. Ni para un autolaudatorio libro de los discursos completos de perengano de tal.

Mail: felgonre@gmail.com

@FelipeGlz


La historia de México está plagada de frases célebres. Y en nuestras escuelas se enseñan al grado de que cualquier mexicano promedio se sabe al menos media docena de estos enunciados. Es probable que no sepa quién dijo qué, pero seguro que es capaz de recitar alguna que otra consigna y alguna máxima proveniente de los altares patrios. Hasta en las escuelas de monjas, donde es primero aprenderse el Magnificat, enseñan estas citas citables.

En realidad no sirven para nada. Pero en los exámenes de historia —o su equivalente, porque ahoras las materias tienen nombres rimbombantes— aparece en las preguntas de opción múltiple a quién se le atribuye aquello de “va mi espada en prenda, voy por ella”. O lo de “mejor morir de pie que que vivir toda la vida arrodillado”. Y quién es el autor de aquella de “ahí te van las hojas, mándame más tamales”… en realidad esta última dudo que aparezca en algún examen, pero de que si se le atribuye a un personaje de la historia, el arriba firmante no tiene ni la menor duda.

Ni siquiera sirven como tema de conversación. Imagínate que te encuentras con algún conocido y después de intercambiar las clásicas alusiones al clima —¡qué calor! ¡ha llovido mucho! ¿dónde te agarró el aguacero?— le sueltas aquello de “si quieres ser ave, vuela, si quieres ser gusano, arrástrate, pero no grites cuando te pisen” —frase atribuida a Emiliano Zapata—. Seguro que el interlocutor se da la vuelta, te anota en la lista de loquitos de la comarca y no te vuelve a saludar en todo lo que le reste de existencia.

Pero nos gustan las frases hechas. Todavía anda por ahí aquello de “Zapata aún tiene las botas puestas y el caballo ensillado”, que dicen que dijo Luis Echeverría como 50 años después de que Zapata se convirtiera en polvo.

Aunque hay que reconocer que antes los políticos mexicanos tenían ingenio para crear frases que pudieran aparecer en los libros de texto o de perdida en algún bronce donde quedara constancia de que habían inaugurado una carretera, un puente, un camino vecinal o cuando menos unos metros de banqueta.

Lo digo porque últimamente las frases de nuestros políticos son bastante chambonas. Ningún historiador serio se atrevería a sugerir que se colocara con letras de oro la frase “me canso ganso” o la “mi caballo come menos que mi vieja” —adivinen de qué gobernador es esa celebérrima locución— y menos aquella de “las cosas buenas casi no se cuentan, pero cuentan mucho”.

Ni la de “no traigo cash” o “no se hagan bolas” o “comes y te vas” o lo del “haiga sido como haiga sido”.

Con seguridad aparecerán en los libros de historia, como fruto de las expresiones coloquiales y hasta pedestres que caracterizan a los políticos mexicanos de nuestra época. Tal vez sean citadas en alguna biografía no autorizada. En el mejor de los casos en un libro de texto que revise esta porción específica de la historia o del entramado político nacional. Pero sin llegar a las alturas retóricas que les permitirían emular siquiera al filósofo de Güemez. Creo que desde que se acuñó aquello de “defenderé al peso como un perro” o “los derechos humanos son de los humanos, no de las ratas”, no hay algo digno de ser recordado.

A lo más que llegamos ahora es a tropiezos en las redes sociales. Sin lugar a ser la inspiración de una generación, adquirir el grado de santón o la admiración de un grupo de neófitos de la política que buscan un punto de identidad. Ni para un autolaudatorio libro de los discursos completos de perengano de tal.

Mail: felgonre@gmail.com

@FelipeGlz