/ miércoles 13 de noviembre de 2019

Repique inocente / De catego


Hoy me quejaré de los restaurantes de postín. No voy a demasiados, pero siempre que tengo la fortuna de apersonarme en alguno, me escandalizo con los costos de los alimentos y la cantidad. Ustedes disculpen la falta de mundo.

Desde luego, ya apersonado en el lugar no digo esta boca es mía, esencialmente porque ya estoy ahí sentadote, pero cuando veo que un par de huevos preparados en un omelet —no, no es falta de ortografía, lo escribí como se escucha— pueden costar unos tres salarios mínimos, pienso en la madre del restaurantero, que le debe haber aconsejado esos precios, o de la persona que tuvo a bien calcular el costo al público de tan suculentos manjares de nombres misteriosos y presentaciones austeras.

Me dirán que si no quiero pagar esos costos no vaya a esos lugares. Y tienen razón. Merecido me tengo que me manden con cajas destempladas con mis quejas sin razón. Pueden servirse dejar de leer, si así lo consideran conveniente. Pero, ¿a poco no en algunos restaurantes exageran con los precios? Lo pregunto desde la perspectiva del fulano común y corriente —más corriente que común— que sabe que los restaurantes fufurufos no son para cualquiera, pero también que no cualquier restaurante puede echarle crema a sus tacos…

Por principio de cuentas, apenas media docena de chefs mexicanos tienen su respectiva estrella Michelin, que todos los que conocen de este negocio saben lo que significa —los que no, investiguen, que les haría mucho bien para su cultura general—. Así que esos serían los únicos que se podrían dar el lujo de cobrar lo que se les pegue la gana por un par de huevos rancheros o unos frijoles refritos y además darnos atole con el dedo al bautizarlos con nombres rimbombantes.

Los demás, puede que sean restaurantes rimbombantes, de nombres o marcas ultra archi requete recontra buenas, con chefs de primer mundo, pero no tienen su estrellita. Punto.

Eso sí, tengo que reconocer que parece que colocar precios altos en la carta y servir platos con un tamaño inversamente proporcional al precio, es lo que determina el tamaño de la autoestima de la marca o del restaurante. Es decir, cobrar mucho y servir platos del tamaño de una galleta María. De ese modo, no sé si se ahuyenta a los tragones o se evita una clientela indeseable que está acostumbrada al chicharrón en salsa verde y la sopa de letras, pudiendo disfrutar de un suculento cerdo en chile pasado, papas y frutas rostizadas, en infusión de chiles, o de una tártara de mamey con selección de hongos silvestres en emulsión de mantequilla y ostras. Platillos de catego y no los que venden en la fonda de la esquina.

Paréntesis: no dejo de imaginar a los comensales de estos establecimientos salir con rumbo a la taquería de la colonia, a fin de satisfacer su hambre, con media docena de tacos de carne al pastor, mientras platican sobre las notas frutales que sus paladares bien educados notaron en el vino carísimo que les sirvieron.

Los que estamos educados con chaparritas el naranjo o titán de limón no comprendemos tales menesteres. Menos que sean tan pretensiosos. Pero como hay de todo en este viña del señor, hasta en establecimientos chilapastrosos se sienten hechos a mano.

mail: felgonre@gmail.com Twitter: @FelipeGlz


Hoy me quejaré de los restaurantes de postín. No voy a demasiados, pero siempre que tengo la fortuna de apersonarme en alguno, me escandalizo con los costos de los alimentos y la cantidad. Ustedes disculpen la falta de mundo.

Desde luego, ya apersonado en el lugar no digo esta boca es mía, esencialmente porque ya estoy ahí sentadote, pero cuando veo que un par de huevos preparados en un omelet —no, no es falta de ortografía, lo escribí como se escucha— pueden costar unos tres salarios mínimos, pienso en la madre del restaurantero, que le debe haber aconsejado esos precios, o de la persona que tuvo a bien calcular el costo al público de tan suculentos manjares de nombres misteriosos y presentaciones austeras.

Me dirán que si no quiero pagar esos costos no vaya a esos lugares. Y tienen razón. Merecido me tengo que me manden con cajas destempladas con mis quejas sin razón. Pueden servirse dejar de leer, si así lo consideran conveniente. Pero, ¿a poco no en algunos restaurantes exageran con los precios? Lo pregunto desde la perspectiva del fulano común y corriente —más corriente que común— que sabe que los restaurantes fufurufos no son para cualquiera, pero también que no cualquier restaurante puede echarle crema a sus tacos…

Por principio de cuentas, apenas media docena de chefs mexicanos tienen su respectiva estrella Michelin, que todos los que conocen de este negocio saben lo que significa —los que no, investiguen, que les haría mucho bien para su cultura general—. Así que esos serían los únicos que se podrían dar el lujo de cobrar lo que se les pegue la gana por un par de huevos rancheros o unos frijoles refritos y además darnos atole con el dedo al bautizarlos con nombres rimbombantes.

Los demás, puede que sean restaurantes rimbombantes, de nombres o marcas ultra archi requete recontra buenas, con chefs de primer mundo, pero no tienen su estrellita. Punto.

Eso sí, tengo que reconocer que parece que colocar precios altos en la carta y servir platos con un tamaño inversamente proporcional al precio, es lo que determina el tamaño de la autoestima de la marca o del restaurante. Es decir, cobrar mucho y servir platos del tamaño de una galleta María. De ese modo, no sé si se ahuyenta a los tragones o se evita una clientela indeseable que está acostumbrada al chicharrón en salsa verde y la sopa de letras, pudiendo disfrutar de un suculento cerdo en chile pasado, papas y frutas rostizadas, en infusión de chiles, o de una tártara de mamey con selección de hongos silvestres en emulsión de mantequilla y ostras. Platillos de catego y no los que venden en la fonda de la esquina.

Paréntesis: no dejo de imaginar a los comensales de estos establecimientos salir con rumbo a la taquería de la colonia, a fin de satisfacer su hambre, con media docena de tacos de carne al pastor, mientras platican sobre las notas frutales que sus paladares bien educados notaron en el vino carísimo que les sirvieron.

Los que estamos educados con chaparritas el naranjo o titán de limón no comprendemos tales menesteres. Menos que sean tan pretensiosos. Pero como hay de todo en este viña del señor, hasta en establecimientos chilapastrosos se sienten hechos a mano.

mail: felgonre@gmail.com Twitter: @FelipeGlz