/ miércoles 18 de septiembre de 2019

Repique inocente / No es no


Quisiera agradecer cumplidamente a los telefonistas de las instituciones bancarias su paciencia. Y ofrecerles una amplia disculpa por mi nocivo comportamiento. Sé que me llaman constantemente con el fin de ofrecerme toda clase de promociones y “beneficios” y que una y otra vez los he rechazado. Mea culpa, señores telefonistas, promotores o como se les llame.

Pero no se confundan: mi respuesta será siempre no.

No me interesa otra tarjeta. No me interesa otro préstamo. No quiero aprovechar mi línea de crédito pre aprobada. Tampoco transferir un porcentaje de mi crédito disponible a mi cuenta bancaria. No deseo “condiciones preferenciales” ni diferir mi saldo a una tasa de interés menor. Ni siquiera deseo escuchar la oferta con la que me llaman insistentemente.

Sé que es un suelo guajiro pedirles que dejen de comunicarse. También sé que sus empresas le apuestan a que los mexicanos no sabemos decir que no. A los mexicanos nos cuesta mucho decir que no, ya sea por pena, por el temor a decir las cosas con franqueza, porque el interlocutor no se vaya a dar por ofendido, porque no nos gusta el lenguaje directo, porque la negativa nos parece demasiado ruda, o porque nos parece de mala educación.

Pero con el arriba firmante topan con pared. Intenté en algún par de ocasiones hacer la atenta solicitud de que dejaran de llamarme, pero mi petición cayó en el vacío. Sé que seguirán llamando, lo autorice o no. La opinión de su clientela les vale un soberano cacahuate. Y hablo especialmente del caso del banco HSBC.

Intente de manera comedida solicitar que dejaran de llamarme. “No me interesa nada que me puedan ofrecer”, les dije a los latosos al otro lado del teléfono. Pero se hicieron los místicos —como si la virgen les hablaba— y las llamadas continuan hasta esta fecha.

Así que me metí en una cruzada personal por contestar que no a cualquier oferta que venga de tales sujetos —que deberían tener una clasificación aparte en el género humano, pues sospecho que provienen de la rama en la que se cruzaron neanderthales y homo sapiens—. Eso me ha costado toda clase de recriminaciones y preguntas escabrosas, como “¿acaso le gusta pagar más intereses?”, “¿no le interesa recibir un beneficio?”. Incluso me han hecho el favor de regañarme por mi negatividad persistente. Y hasta me han hecho saber que por sólo haber contestado el teléfono se advierte un signo de que detrás de mi rechazo existe un interés real y verdadero por lo que me ofrecen. Por que tratándose de engatusar al futuro cliente, todo es posible.

Cuando tales llamadas terminan, no sé quien termina más irritado, pero invariablemente los telefonistas se han quedado con un palmo de narices. Me han bajado la luna y las estrellas, en términos financieros, claro está, y: ¡nanay!

Quise alguna vez apelar a la Comisión Nacional para la Protección de los Usuarios de Servicios Financieros, a la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, al Banco de México y hasta a la Asociación de Bancos de México. A uno por uno o a todos en bola. Pero sé que es inútil. No soy el único ni lo seré. Si ya Felipillo Calderón —últimamente confundido con Joaquín García “Borolas”— se quejó públicamente de las llamadas de HSBC, no sé que pudiera suceder con cualquier hijo de vecino, como el arriba firmante.

Pero mientras llega la siguiente llamada y yo ensayo nuevas respuestas negativas, hasta que el telefonista se cansa o se convence, le mando un atento saludo a la más vieja de la casa del alto ejecutivo al que se le ocurrió que llamar sin cesar era una buena estrategia de mercadotecnia.

Mail: felgonre@gmail.com Twitter: @FelipeGlz


Quisiera agradecer cumplidamente a los telefonistas de las instituciones bancarias su paciencia. Y ofrecerles una amplia disculpa por mi nocivo comportamiento. Sé que me llaman constantemente con el fin de ofrecerme toda clase de promociones y “beneficios” y que una y otra vez los he rechazado. Mea culpa, señores telefonistas, promotores o como se les llame.

Pero no se confundan: mi respuesta será siempre no.

No me interesa otra tarjeta. No me interesa otro préstamo. No quiero aprovechar mi línea de crédito pre aprobada. Tampoco transferir un porcentaje de mi crédito disponible a mi cuenta bancaria. No deseo “condiciones preferenciales” ni diferir mi saldo a una tasa de interés menor. Ni siquiera deseo escuchar la oferta con la que me llaman insistentemente.

Sé que es un suelo guajiro pedirles que dejen de comunicarse. También sé que sus empresas le apuestan a que los mexicanos no sabemos decir que no. A los mexicanos nos cuesta mucho decir que no, ya sea por pena, por el temor a decir las cosas con franqueza, porque el interlocutor no se vaya a dar por ofendido, porque no nos gusta el lenguaje directo, porque la negativa nos parece demasiado ruda, o porque nos parece de mala educación.

Pero con el arriba firmante topan con pared. Intenté en algún par de ocasiones hacer la atenta solicitud de que dejaran de llamarme, pero mi petición cayó en el vacío. Sé que seguirán llamando, lo autorice o no. La opinión de su clientela les vale un soberano cacahuate. Y hablo especialmente del caso del banco HSBC.

Intente de manera comedida solicitar que dejaran de llamarme. “No me interesa nada que me puedan ofrecer”, les dije a los latosos al otro lado del teléfono. Pero se hicieron los místicos —como si la virgen les hablaba— y las llamadas continuan hasta esta fecha.

Así que me metí en una cruzada personal por contestar que no a cualquier oferta que venga de tales sujetos —que deberían tener una clasificación aparte en el género humano, pues sospecho que provienen de la rama en la que se cruzaron neanderthales y homo sapiens—. Eso me ha costado toda clase de recriminaciones y preguntas escabrosas, como “¿acaso le gusta pagar más intereses?”, “¿no le interesa recibir un beneficio?”. Incluso me han hecho el favor de regañarme por mi negatividad persistente. Y hasta me han hecho saber que por sólo haber contestado el teléfono se advierte un signo de que detrás de mi rechazo existe un interés real y verdadero por lo que me ofrecen. Por que tratándose de engatusar al futuro cliente, todo es posible.

Cuando tales llamadas terminan, no sé quien termina más irritado, pero invariablemente los telefonistas se han quedado con un palmo de narices. Me han bajado la luna y las estrellas, en términos financieros, claro está, y: ¡nanay!

Quise alguna vez apelar a la Comisión Nacional para la Protección de los Usuarios de Servicios Financieros, a la Comisión Nacional Bancaria y de Valores, al Banco de México y hasta a la Asociación de Bancos de México. A uno por uno o a todos en bola. Pero sé que es inútil. No soy el único ni lo seré. Si ya Felipillo Calderón —últimamente confundido con Joaquín García “Borolas”— se quejó públicamente de las llamadas de HSBC, no sé que pudiera suceder con cualquier hijo de vecino, como el arriba firmante.

Pero mientras llega la siguiente llamada y yo ensayo nuevas respuestas negativas, hasta que el telefonista se cansa o se convence, le mando un atento saludo a la más vieja de la casa del alto ejecutivo al que se le ocurrió que llamar sin cesar era una buena estrategia de mercadotecnia.

Mail: felgonre@gmail.com Twitter: @FelipeGlz