/ miércoles 13 de mayo de 2020

Repique Inocente | Vivimos un cambio

Hoy vengo en calidad de aguafiestas. Me tiene muy molesto saber que seguimos siendo una sociedad en el que una mentira rampante es capaz de levantar pueblos a media noche para cerrar calles porque creen que van a pasar “unos aviones a fumigar” —como si los aviones pasaran a 20 centímetros del suelo— o porque la gente cree que el gobierno va a envenenar los pozos. O peor aún, porque creen aquello de que México “tiene que entregar una cuota de muertos” en esta epidemia de COVID-19. Mucha ingenuidad, mezclada con miedo y temor a la desconocido.

Pero también mucha mala leche de quienes crean estos mensajes con el único propósito de crear problemas. Como si tuviéramos poco con la epidemia misma.

Así que como estoy molesto, vengo a decirles que se vayan olvidando de
regresar a la normalidad. O lo que conocíamos como “normalidad” antes
de que la epidemia de COVID-19 llegara a la república mexicana y nos
orillara a guardar la sana distancia, nos obligara al confinamiento
domiciliario, a tomar clases en la televisión o en la computadora y a
lavarnos las manos docenas de veces al día.

La “normalidad” ya vive un cambio. Nos guste o no, vivimos ya una
transformación en la forma en la que nos relacionamos y este cambio se
prolongará hasta que exista una vacuna para esta nueva enfermedad
provocada por el coronavirus SARS-COV-2. O más allá.

A los seres humanos —algunos demuestran esta condición más que otros—
nos gusta juzgar los cambios en función de la historia. Como en la
revolución industrial, por ejemplo. O como la Revolución Francesa.
Como en nuestra Independencia y Revolución. Como en la Gran Depresión.
Es complicado imaginar que una de estas transformaciones —y no hablo
de la 4T, ¡Dios me libre!— se vive aquí y ahora.

Los cambios no siempre son violentos y nunca son un rompimiento
brusco. Tampoco llevan una fecha marcada. Eso sí, hoy los cambios son
más acelerados y de alcance global. Esta nueva enfermedad ha obligado
a un cambio de comportamiento en pocas semanas.

Aunque, como es natural, enfrenta una resistencia social, que se
aferra al status quo. La negativa a soltar la comodidad de lo conocido
y seguro. La que siente amenazados sus intereses o que no entiende por
que hay que asumir mayores responsabilidades. La que niega la
existencia de la enfermedad porque la percibe peligrosa y amaga su
seguridad y su zona de confort. La incomprensión de una realidad
distinta a la que hace unos pocos meses. Este rechazo puede ser
violento. Pero enfrentará, quiera o no, nuevas formas económicas,
sociales, educativas, comerciales, turísticas, políticas, físicas,
materiales, y un largo etcetera, que van a emanar los próximos meses,
aunque sin darnos cuenta ya están en marcha.

Cada cambio demanda la adquisición de nuevos conocimientos. También
capacidad de adaptación. Es un proceso continuo, pero este virus
diminuto lo obliga a ser más veloz.

Y demandará mucha política. Porque la ciencia hará su parte buscando y
encontrando una vacuna, que nos devolverá una parte de la
“normalidad”, pero la política tendrá que concertar y conciliar los
múltiples intereses que confluyen en la sociedad en los meses por
venir. Para que no terminemos con piedras y palos en las manos, como
en la época de las cavernas.

***

Por cierto, en estos días cumplo un año de aparecer en estas páginas
de El Sol de Toluca que dirige Rosamaría Coyotécatl. Felicidades a mí.

Hoy vengo en calidad de aguafiestas. Me tiene muy molesto saber que seguimos siendo una sociedad en el que una mentira rampante es capaz de levantar pueblos a media noche para cerrar calles porque creen que van a pasar “unos aviones a fumigar” —como si los aviones pasaran a 20 centímetros del suelo— o porque la gente cree que el gobierno va a envenenar los pozos. O peor aún, porque creen aquello de que México “tiene que entregar una cuota de muertos” en esta epidemia de COVID-19. Mucha ingenuidad, mezclada con miedo y temor a la desconocido.

Pero también mucha mala leche de quienes crean estos mensajes con el único propósito de crear problemas. Como si tuviéramos poco con la epidemia misma.

Así que como estoy molesto, vengo a decirles que se vayan olvidando de
regresar a la normalidad. O lo que conocíamos como “normalidad” antes
de que la epidemia de COVID-19 llegara a la república mexicana y nos
orillara a guardar la sana distancia, nos obligara al confinamiento
domiciliario, a tomar clases en la televisión o en la computadora y a
lavarnos las manos docenas de veces al día.

La “normalidad” ya vive un cambio. Nos guste o no, vivimos ya una
transformación en la forma en la que nos relacionamos y este cambio se
prolongará hasta que exista una vacuna para esta nueva enfermedad
provocada por el coronavirus SARS-COV-2. O más allá.

A los seres humanos —algunos demuestran esta condición más que otros—
nos gusta juzgar los cambios en función de la historia. Como en la
revolución industrial, por ejemplo. O como la Revolución Francesa.
Como en nuestra Independencia y Revolución. Como en la Gran Depresión.
Es complicado imaginar que una de estas transformaciones —y no hablo
de la 4T, ¡Dios me libre!— se vive aquí y ahora.

Los cambios no siempre son violentos y nunca son un rompimiento
brusco. Tampoco llevan una fecha marcada. Eso sí, hoy los cambios son
más acelerados y de alcance global. Esta nueva enfermedad ha obligado
a un cambio de comportamiento en pocas semanas.

Aunque, como es natural, enfrenta una resistencia social, que se
aferra al status quo. La negativa a soltar la comodidad de lo conocido
y seguro. La que siente amenazados sus intereses o que no entiende por
que hay que asumir mayores responsabilidades. La que niega la
existencia de la enfermedad porque la percibe peligrosa y amaga su
seguridad y su zona de confort. La incomprensión de una realidad
distinta a la que hace unos pocos meses. Este rechazo puede ser
violento. Pero enfrentará, quiera o no, nuevas formas económicas,
sociales, educativas, comerciales, turísticas, políticas, físicas,
materiales, y un largo etcetera, que van a emanar los próximos meses,
aunque sin darnos cuenta ya están en marcha.

Cada cambio demanda la adquisición de nuevos conocimientos. También
capacidad de adaptación. Es un proceso continuo, pero este virus
diminuto lo obliga a ser más veloz.

Y demandará mucha política. Porque la ciencia hará su parte buscando y
encontrando una vacuna, que nos devolverá una parte de la
“normalidad”, pero la política tendrá que concertar y conciliar los
múltiples intereses que confluyen en la sociedad en los meses por
venir. Para que no terminemos con piedras y palos en las manos, como
en la época de las cavernas.

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Por cierto, en estos días cumplo un año de aparecer en estas páginas
de El Sol de Toluca que dirige Rosamaría Coyotécatl. Felicidades a mí.