/ martes 27 de noviembre de 2018

Rescate Tierra


Generosidad y Sabiduría

Era septiembre de 1985, viajaba de Toluca a Ensenada de aventones. A veces tráilers, otras carros, algunas veces en la caja de camionetas y hasta en el frigo de camiones era recibido.

Cuando compartía espacio con el chofer platicábamos de sus viajes, del paisaje, de la vida, la muerte, el gobierno, la felicidad. Esos viajes fueron un importante medio para conocer el pensamiento de muchas personas que me ayudaron a intentar comprender el razonamiento, motivos y acciones del individuo.

Todos, sin ninguna obligación, se detuvieron para llevarme una parte del trayecto a mi destino. Sabían que al no conocerme se ponían en riesgo, pero anteponían su deseo de ayudar.

Algunos por el cansancio requerían alguien para charlar y espantar el sueño, ante la cantidad de horas que manejaban.

Allí conocí el término empingarse, cuando veíamos otro conductor de camión conducir casi hipnotizado. El cansancio a veces requería una taza de café, para otros un perico (pastillas de color verde) que quitaban el sueño. Había quienes abrían la ventana de su compartimiento y dejaban que el frío y el viento los despertara o comenzaban a mover las piernas y con la actividad, espantar la somnolencia.

En no pocas ocasiones me invitaban a comer y compartía con ellos, mientras recargaban pilas para continuar el viaje.

Eran almas generosas que veían en su profesión o el viaje la oportunidad de servir y de vivir.

Igual que ellos, conocí políticos, empresarios, estudiantes, maestros, familias completas y hasta delincuentes que por alguna razón cuando tenían la oportunidad de ayudar, lo hacían. Era como si un motor interno les fuera sacudido, ante la necesidad de servir. Empatía, dirán algunos conocedores. Amor al prójimo, creo yo.

Al paso del tiempo he conocido en el hombre dos inclinaciones básicas, una dispuesta a hacer el bien, otra, sin miedo a provocar daño. Ambas pueden disfrutarse o hacer culpable al ser humano. Quien practica el mal endurece su corazón y sólo busca su propia satisfacción. Los que buscan el bien, detonan el amor en ellos y en otros. Buscan servir, sin esperar recompensa.

En alguna charla que di a la mezquindad la llamé: El espíritu de Caín, recordando la ofrenda que él y su hermano Abel llevaron a Dios. Ambos presentaron algo propio para agradar a Dios y darle gracias, pero agradó más a Dios lo ofrecido por Abel. Pareciera que Dios era injusto, cuando en realidad vio el corazón de ambos, Caín llevó su obsequio para ver qué le sacaba a su Señor, Abel ofrendó sin pretender recibir algo a cambio, por gusto, porque reconocía la bondad, porque le nacía. Hagamos el bien.


Generosidad y Sabiduría

Era septiembre de 1985, viajaba de Toluca a Ensenada de aventones. A veces tráilers, otras carros, algunas veces en la caja de camionetas y hasta en el frigo de camiones era recibido.

Cuando compartía espacio con el chofer platicábamos de sus viajes, del paisaje, de la vida, la muerte, el gobierno, la felicidad. Esos viajes fueron un importante medio para conocer el pensamiento de muchas personas que me ayudaron a intentar comprender el razonamiento, motivos y acciones del individuo.

Todos, sin ninguna obligación, se detuvieron para llevarme una parte del trayecto a mi destino. Sabían que al no conocerme se ponían en riesgo, pero anteponían su deseo de ayudar.

Algunos por el cansancio requerían alguien para charlar y espantar el sueño, ante la cantidad de horas que manejaban.

Allí conocí el término empingarse, cuando veíamos otro conductor de camión conducir casi hipnotizado. El cansancio a veces requería una taza de café, para otros un perico (pastillas de color verde) que quitaban el sueño. Había quienes abrían la ventana de su compartimiento y dejaban que el frío y el viento los despertara o comenzaban a mover las piernas y con la actividad, espantar la somnolencia.

En no pocas ocasiones me invitaban a comer y compartía con ellos, mientras recargaban pilas para continuar el viaje.

Eran almas generosas que veían en su profesión o el viaje la oportunidad de servir y de vivir.

Igual que ellos, conocí políticos, empresarios, estudiantes, maestros, familias completas y hasta delincuentes que por alguna razón cuando tenían la oportunidad de ayudar, lo hacían. Era como si un motor interno les fuera sacudido, ante la necesidad de servir. Empatía, dirán algunos conocedores. Amor al prójimo, creo yo.

Al paso del tiempo he conocido en el hombre dos inclinaciones básicas, una dispuesta a hacer el bien, otra, sin miedo a provocar daño. Ambas pueden disfrutarse o hacer culpable al ser humano. Quien practica el mal endurece su corazón y sólo busca su propia satisfacción. Los que buscan el bien, detonan el amor en ellos y en otros. Buscan servir, sin esperar recompensa.

En alguna charla que di a la mezquindad la llamé: El espíritu de Caín, recordando la ofrenda que él y su hermano Abel llevaron a Dios. Ambos presentaron algo propio para agradar a Dios y darle gracias, pero agradó más a Dios lo ofrecido por Abel. Pareciera que Dios era injusto, cuando en realidad vio el corazón de ambos, Caín llevó su obsequio para ver qué le sacaba a su Señor, Abel ofrendó sin pretender recibir algo a cambio, por gusto, porque reconocía la bondad, porque le nacía. Hagamos el bien.