/ martes 18 de mayo de 2021

Rescate Tierra | Engendrados por el Covid-19

2500 niños huérfanos a causa del COVID, en la Ciudad de México, quizá otro tanto igual en el Estado de México. Sin embargo, no existe un estudio público que indique los números reales de huérfanos por la pandemia y tampoco se escucha de planes para atenderlos.

Quizá, algunos de ellos han tenido que salir a las calles a pedir dinero, trabajar de lava vidrios o vendedores de golosinas o peor aún, prostituirse como ocurría hace años, sin pandemia y sin crisis, en la glorieta de insurgentes en la Ciudad de México.

Alguna vez, en mi juventud mi hermano Jorge y yo, intentamos ayudar a los niños de la calle. Descubrimos que había niños de la calle y en la calle, los primeros, sin hogar vivían bajo puentes, otros dormían en escaleras, algunos se tiraban en el piso de la terminal de Toluca. Durante el día, se drogaban con activo para no sentir hambre y al caer la noche se calentaban con fogatas en botes de basura, agrupándose afuera de la terminal de autobuses. Los segundos, tenían casa, pero huían o se alejaban de sus padres, integrándose a los otros niños y luchando por sobrevivir.

La experiencia juvenil, pegó tan duro, que Jorge, decidió ayudar a orfanatorios establecidos y vivió varios años encabezando un orfanatorio de más de 80 niños en la ciudad de Querétaro, donde él y su familia, convivían y educaban a los niños.

Hoy, después de 30 años, el problema de los niños de la calle persiste y se agravó a consecuencia de la pandemia, que arroja nuevos miembros. Pequeños sin padre madre o familia, desalojados de sus casas por no poder pagarla. Sin elementos para estudiar, no tienen internet, ni computadora y a sus caseros y acreedores, su bienestar no interesa, sólo el dinero.

Casa, comida, sustento, educación, convivencia fraterna, ejemplo paterno, valores, diversión, seguridad, son las necesidades elementales a subsanar para los nuevos huérfanos, quienes, para ser atendidos, primero deberán ser detectados, antes de que se integren a las calles y su futuro sea más incierto.

Hasta el momento y después de 1 año y meses de pandemia no hay datos que nos indiquen con claridad el problema, ni políticas públicas emergentes para atenderlo.

Las cifras oficiales hasta abril de los muertos por COVID rondaban las 200 mil personas de las cuales cerca del 42 por ciento eran jefas de familia. Al problema de los muertos por la pandemia, hay que agregar a las personas de la tercera edad que han quedado desamparadas.

Hasta abril de este año, no existía un estudio formal para atender el tema. Un sondeo de grupo Imagen, a 16 estados del país, mostró que las entidades no tienen planes para atender el asunto. Tal vez, para cuando salga esta columna, sean miles los menores muertos por la apatía y su muerte no figurará en las cifras de muertos por la pandemia, aunque la Secretaría de Salud, debe tener los datos, al menos de los pacientes vistos.

Ojalá en Toluca y el Estado de México, pudiera levantarse un censo para detectar a los menores que han quedado sin padres y ver la manera de atenderlos, para que sus oportunidades de vida digna y saludable crezcan. Sin estar a expensas de abusadores de la calle.


2500 niños huérfanos a causa del COVID, en la Ciudad de México, quizá otro tanto igual en el Estado de México. Sin embargo, no existe un estudio público que indique los números reales de huérfanos por la pandemia y tampoco se escucha de planes para atenderlos.

Quizá, algunos de ellos han tenido que salir a las calles a pedir dinero, trabajar de lava vidrios o vendedores de golosinas o peor aún, prostituirse como ocurría hace años, sin pandemia y sin crisis, en la glorieta de insurgentes en la Ciudad de México.

Alguna vez, en mi juventud mi hermano Jorge y yo, intentamos ayudar a los niños de la calle. Descubrimos que había niños de la calle y en la calle, los primeros, sin hogar vivían bajo puentes, otros dormían en escaleras, algunos se tiraban en el piso de la terminal de Toluca. Durante el día, se drogaban con activo para no sentir hambre y al caer la noche se calentaban con fogatas en botes de basura, agrupándose afuera de la terminal de autobuses. Los segundos, tenían casa, pero huían o se alejaban de sus padres, integrándose a los otros niños y luchando por sobrevivir.

La experiencia juvenil, pegó tan duro, que Jorge, decidió ayudar a orfanatorios establecidos y vivió varios años encabezando un orfanatorio de más de 80 niños en la ciudad de Querétaro, donde él y su familia, convivían y educaban a los niños.

Hoy, después de 30 años, el problema de los niños de la calle persiste y se agravó a consecuencia de la pandemia, que arroja nuevos miembros. Pequeños sin padre madre o familia, desalojados de sus casas por no poder pagarla. Sin elementos para estudiar, no tienen internet, ni computadora y a sus caseros y acreedores, su bienestar no interesa, sólo el dinero.

Casa, comida, sustento, educación, convivencia fraterna, ejemplo paterno, valores, diversión, seguridad, son las necesidades elementales a subsanar para los nuevos huérfanos, quienes, para ser atendidos, primero deberán ser detectados, antes de que se integren a las calles y su futuro sea más incierto.

Hasta el momento y después de 1 año y meses de pandemia no hay datos que nos indiquen con claridad el problema, ni políticas públicas emergentes para atenderlo.

Las cifras oficiales hasta abril de los muertos por COVID rondaban las 200 mil personas de las cuales cerca del 42 por ciento eran jefas de familia. Al problema de los muertos por la pandemia, hay que agregar a las personas de la tercera edad que han quedado desamparadas.

Hasta abril de este año, no existía un estudio formal para atender el tema. Un sondeo de grupo Imagen, a 16 estados del país, mostró que las entidades no tienen planes para atender el asunto. Tal vez, para cuando salga esta columna, sean miles los menores muertos por la apatía y su muerte no figurará en las cifras de muertos por la pandemia, aunque la Secretaría de Salud, debe tener los datos, al menos de los pacientes vistos.

Ojalá en Toluca y el Estado de México, pudiera levantarse un censo para detectar a los menores que han quedado sin padres y ver la manera de atenderlos, para que sus oportunidades de vida digna y saludable crezcan. Sin estar a expensas de abusadores de la calle.