/ martes 11 de agosto de 2020

Rescate Tierra | Estrategia equivocada

Es inevitable hablar de la pandemia del Covid-19. Una enfermedad, que está que se va y no se ha ido. Que afecta a miles de millones de personas, cuya inmunización no se da y que ha permitido ver dos enfoques mundiales en la atención. Uno preocupado por el bienestar de las personas, su salud, la familia y bienestar social y otro dedicado a salvar la economía mundial, aunque se pierdan vidas.

Ambas estrategias, no son excluyentes y de hecho, deberían caminar de la mano. Cuidar el bienestar social de las personas sin descuidar la fortaleza económica de la Nación.

Sin embargo, la manera de percibir las soluciones y aplicarlas ha generado incertidumbre en ambos lados. La sociedad, ya no le cree a las políticas públicas aplicadas por el ejecutivo federal, para controlar el COVID-19 que tiene meses anunciando el fin de la pandemia, sin que ocurra. Y los empresarios ven con desconfianza cualquier mensaje económico emitido por el sector público, porque hasta la fecha no se ven incentivos claros para detonar y fortalecer a las empresas del país.

Escuché a Gonzalo Hernández Licona, quien fuera secretario ejecutivo del CONEVAL, comentar sobre la visibilidad de un conflicto importante del sector público, con la inversión privada, minando la confianza en la inversión, dañando la generación de empleos y la estabilidad de las familias afectadas.

Al parecer, no hay apoyo a programas sociales, no dependientes de la agenda gubernamental, ante el temor de que la corrupción repunte. Esa corrupción convertida en un mal mundial, lo que no es consuelo para México, afectado por compras no claras de ventiladores, medicinas, cubre bocas e instrumentos útiles para atender la crisis sanitaria.

Al parecer, toda necesidad humana, tiende a ser vista como oportunidad de negocios de malos mexicanos, que aprovechan la ocasión para enriquecerse y pervertir a otros mexicanos.

Pero, ¿porqué se da tal corrupción, si es visto el mal que provoca?. La dureza del corazón es la explicación descrita por la Biblia, “hombres vanos, egocéntricos, que sólo saben utilizarse, pero no amarse, que no aman a su padres, ni a sus hijos, que destruyen el mundo en que viven y han corrompido todo afecto”

El mismo libro, da el remedio, “transformar el entendimiento, cuidar el corazón, amar y respetar a los padres, atender al prójimo, como a uno mismo, no robar, no mentir, no traicionar” Y con un corazón renovado, -parafraseando a Gonzalo Hernández- focalizar la solución, procurar la transferencia monetaria a las áreas y políticas públicas que ayuden a estabilizar e impulsar la economía y el bienestar familiar, con becas no alineadas a procesos electorales.

Ahorcar el flujo de efectivo para el bienestar social, la inversión pública y la supervivencia de las empresas del país, no funcionó antes de la crisis y ahora, tampoco lo hará.

Es inevitable hablar de la pandemia del Covid-19. Una enfermedad, que está que se va y no se ha ido. Que afecta a miles de millones de personas, cuya inmunización no se da y que ha permitido ver dos enfoques mundiales en la atención. Uno preocupado por el bienestar de las personas, su salud, la familia y bienestar social y otro dedicado a salvar la economía mundial, aunque se pierdan vidas.

Ambas estrategias, no son excluyentes y de hecho, deberían caminar de la mano. Cuidar el bienestar social de las personas sin descuidar la fortaleza económica de la Nación.

Sin embargo, la manera de percibir las soluciones y aplicarlas ha generado incertidumbre en ambos lados. La sociedad, ya no le cree a las políticas públicas aplicadas por el ejecutivo federal, para controlar el COVID-19 que tiene meses anunciando el fin de la pandemia, sin que ocurra. Y los empresarios ven con desconfianza cualquier mensaje económico emitido por el sector público, porque hasta la fecha no se ven incentivos claros para detonar y fortalecer a las empresas del país.

Escuché a Gonzalo Hernández Licona, quien fuera secretario ejecutivo del CONEVAL, comentar sobre la visibilidad de un conflicto importante del sector público, con la inversión privada, minando la confianza en la inversión, dañando la generación de empleos y la estabilidad de las familias afectadas.

Al parecer, no hay apoyo a programas sociales, no dependientes de la agenda gubernamental, ante el temor de que la corrupción repunte. Esa corrupción convertida en un mal mundial, lo que no es consuelo para México, afectado por compras no claras de ventiladores, medicinas, cubre bocas e instrumentos útiles para atender la crisis sanitaria.

Al parecer, toda necesidad humana, tiende a ser vista como oportunidad de negocios de malos mexicanos, que aprovechan la ocasión para enriquecerse y pervertir a otros mexicanos.

Pero, ¿porqué se da tal corrupción, si es visto el mal que provoca?. La dureza del corazón es la explicación descrita por la Biblia, “hombres vanos, egocéntricos, que sólo saben utilizarse, pero no amarse, que no aman a su padres, ni a sus hijos, que destruyen el mundo en que viven y han corrompido todo afecto”

El mismo libro, da el remedio, “transformar el entendimiento, cuidar el corazón, amar y respetar a los padres, atender al prójimo, como a uno mismo, no robar, no mentir, no traicionar” Y con un corazón renovado, -parafraseando a Gonzalo Hernández- focalizar la solución, procurar la transferencia monetaria a las áreas y políticas públicas que ayuden a estabilizar e impulsar la economía y el bienestar familiar, con becas no alineadas a procesos electorales.

Ahorcar el flujo de efectivo para el bienestar social, la inversión pública y la supervivencia de las empresas del país, no funcionó antes de la crisis y ahora, tampoco lo hará.