/ martes 28 de abril de 2020

Rescate Tierra | Historias y cuentos Covid-19


Juan juntaba leña en el monte. Preparaba todo para cocinar algo, su departamento no estaba adaptado para hacer fuego con madera. Esperaba la policía no llegara, y le preguntara ¿que hacía fuera de casa si estaba en cuarentena? Tuvo que salir, porque el gas se terminó y la falta de empleo lo había dejado sin dinero. Su patrón, primero le bajo el sueldo a la mitad, después lo alternó para ir dos días por semana a trabajar y finalmente le dio las gracias, porque ya no podía pagarle. No había ventas. Así qué, Juan no podía pagar el gas y aunque pudiera, su costo subió, a la mitad del confinamiento. Era cómo un juego de contradicciones entre la vida, la supervivencia y la muerte.

El petróleo bajo de precio. Nadie compraba. La gasolina bajo de precio y el gas con el que cocinaban los que no tenían empleo, subió de precio. A quienes tenían créditos, había bancos que los llamaban día a día, para invitarlos a pagar y hacer un arreglo, pero, cómo pagar, si Juan, no tenía ni para gas, ni comida.

Chucho, arreglaba su ropa, al día siguiente saldría de la cárcel. Había apelado dos años seguidos para ser liberado. La vida en prisión no era fácil. Asesinos, golpeadores, defraudadores, drogadictos, narcos. Ganar una paliza encerrado, era simple, sólo era caerle mal a alguien y ya estaba. Sobrevivir costo, pero ya salía, tenía nuevos conocimientos y no volvería a la cárcel. La clemencia que le otorgaron por la cuarentena, para no morir encerrado a causa de la pandemia, lo había liberado. Afuera vería cómo sobrevivir, habría mucha competencia por el desempleo y el hambre, la delincuencia crecía, pero, ya conseguiría algún trabajo, pronto estaría fuera.

Los que sabían de pandemias, le dijeron a Juan, que no se preocupara. Que en dos meses volvería a su empleo y le pagarían. Sólo tenía que ver, cómo comer esos 60 días, 1440 horas. Los ladrones se multiplicaban. La violencia ya era el cuarto poder. La prostitución se convertía en alternativa. La prensa fue desbancada en influencia, le ganó el crimen organizado, los periodistas escaseaban, por la falta de recursos para pagarles y a los que se atrevían a preguntar con insistencia, sobre temas que molestaban a los poderosos, -para informar a la gente- los querían desacreditar. Falsos inspectores atracaban los pocos comercios que por ser esenciales, prestaban atención a la población. Juan, vivía en tierra de nadie.

Ana, cuidaba a sus padres después que enfermó su hermano Carlos, el Coronavirus lo atacó, sin saber cómo, ni cuando. Tuvo que dejar a sus padres ya grandes, y ser aislado. Tenía dos semanas enfermo, al principio fue difícil, apenas podía respirar, las fuerzas le abandonaron, la temperatura le hacía hervir la piel, las horas y los días, no existían abría los ojos, respiraba con fuerza y el dolor de los pulmones era intenso. Los días pasaron y de pronto, mejoró. Era un milagro. Una semana más, le decían, y regresaría a casa. Pronto, todo estaría bien. Médicos, enfermeras, policías y empleados de hospital lo acompañaban. En esto meditó Carlos, mientras respiraba, las ciudades están llenas de héroes anónimos autoridades, servidores, comerciantes, empleados, maestros, empresarios y ciudadanos invisibles, que arriesgan su salud, para que otros vivan, pero no todos… Buen viaje a quienes han partido.


Juan juntaba leña en el monte. Preparaba todo para cocinar algo, su departamento no estaba adaptado para hacer fuego con madera. Esperaba la policía no llegara, y le preguntara ¿que hacía fuera de casa si estaba en cuarentena? Tuvo que salir, porque el gas se terminó y la falta de empleo lo había dejado sin dinero. Su patrón, primero le bajo el sueldo a la mitad, después lo alternó para ir dos días por semana a trabajar y finalmente le dio las gracias, porque ya no podía pagarle. No había ventas. Así qué, Juan no podía pagar el gas y aunque pudiera, su costo subió, a la mitad del confinamiento. Era cómo un juego de contradicciones entre la vida, la supervivencia y la muerte.

El petróleo bajo de precio. Nadie compraba. La gasolina bajo de precio y el gas con el que cocinaban los que no tenían empleo, subió de precio. A quienes tenían créditos, había bancos que los llamaban día a día, para invitarlos a pagar y hacer un arreglo, pero, cómo pagar, si Juan, no tenía ni para gas, ni comida.

Chucho, arreglaba su ropa, al día siguiente saldría de la cárcel. Había apelado dos años seguidos para ser liberado. La vida en prisión no era fácil. Asesinos, golpeadores, defraudadores, drogadictos, narcos. Ganar una paliza encerrado, era simple, sólo era caerle mal a alguien y ya estaba. Sobrevivir costo, pero ya salía, tenía nuevos conocimientos y no volvería a la cárcel. La clemencia que le otorgaron por la cuarentena, para no morir encerrado a causa de la pandemia, lo había liberado. Afuera vería cómo sobrevivir, habría mucha competencia por el desempleo y el hambre, la delincuencia crecía, pero, ya conseguiría algún trabajo, pronto estaría fuera.

Los que sabían de pandemias, le dijeron a Juan, que no se preocupara. Que en dos meses volvería a su empleo y le pagarían. Sólo tenía que ver, cómo comer esos 60 días, 1440 horas. Los ladrones se multiplicaban. La violencia ya era el cuarto poder. La prostitución se convertía en alternativa. La prensa fue desbancada en influencia, le ganó el crimen organizado, los periodistas escaseaban, por la falta de recursos para pagarles y a los que se atrevían a preguntar con insistencia, sobre temas que molestaban a los poderosos, -para informar a la gente- los querían desacreditar. Falsos inspectores atracaban los pocos comercios que por ser esenciales, prestaban atención a la población. Juan, vivía en tierra de nadie.

Ana, cuidaba a sus padres después que enfermó su hermano Carlos, el Coronavirus lo atacó, sin saber cómo, ni cuando. Tuvo que dejar a sus padres ya grandes, y ser aislado. Tenía dos semanas enfermo, al principio fue difícil, apenas podía respirar, las fuerzas le abandonaron, la temperatura le hacía hervir la piel, las horas y los días, no existían abría los ojos, respiraba con fuerza y el dolor de los pulmones era intenso. Los días pasaron y de pronto, mejoró. Era un milagro. Una semana más, le decían, y regresaría a casa. Pronto, todo estaría bien. Médicos, enfermeras, policías y empleados de hospital lo acompañaban. En esto meditó Carlos, mientras respiraba, las ciudades están llenas de héroes anónimos autoridades, servidores, comerciantes, empleados, maestros, empresarios y ciudadanos invisibles, que arriesgan su salud, para que otros vivan, pero no todos… Buen viaje a quienes han partido.