/ viernes 22 de septiembre de 2017

Subrayando

Nadie se salva: mujeres, hombres, niños, adolescentes, adultos, viejos, pobres, ricos, nadie pero nadie puede decir que nunca le pasara nada ante los embates de la naturaleza. Tsunamis, terremotos, huracanes, ciclones, tornados, inundaciones, sequías y otros fenómenos naturales más, aparecen cuando menos se espera, su fuerza y sus consecuencias son impredecibles.

Aunque en el siglo XXI, las condiciones meteorológicas son más graves que en siglos recientes, dicen los expertos que el aumento de la población en el mundo, que la contaminación producida, que el daño a la naturaleza, acabando con los bosques, ensuciando el agua de océanos, ríos y lagos, tirando basura dañina a la tierra, envolviendo el aire con elementos químicos que se propagan sin fronteras.

Desarrollando industrias y mecanismos modernos que facilitan el esfuerzo humano pero debilitan el cuerpo y la mente, porque las ventajas del aire limpio del campo se sustituyen por humo que se extiende hasta producir enfermedades. El mundo tiene que avanzar y eso siempre será positivo, lo que no lo es, es que los países más avanzados sean los que se niegan a reconocer que son los que más contaminan, y lo más grave, se niegan a eliminar los elementos que dañan al planeta entero.

Las consecuencias las vivimos todos, pero especialmente los más vulnerables, con defensas muy débiles. Y todavía, para algunos, pareciera que con la compasión, con la lástima se comparte la desgracia, y a la impotencia se le culpa de la falta de ayuda.

Pero, en los momentos de desgracia, en estos momentos, no hay excusa que valga, todos absolutamente todos los ciudadanos podemos ayudar, con lo que se pueda, como se pueda, adonde se quiera, pero hacer presente nuestra solidaridad.

En este reciente terremoto, la ayuda no se hizo esperar, se hizo presente de inmediato la solidaridad ciudadana, a diferencia de hace 32 años, la ciudadanía ahora está coordinada con elementos del ejército, de la armada, de la policía, los bomberos, la Cruz Roja, las universidades, asociaciones civiles, con los gobiernos federal, de la Ciudad de México y de los estados afectados.

Los ciudadanos se unen a los trabajos de rescate, el teléfono celular sirve, metros debajo de los escombros, para pedir auxilio y especificar el lugar en donde están los afectados, familias enteras se organizan para atender con comida y agua a los rescatistas, organizaciones de jóvenes forman cadenas humanas para proteger a los sobrevivientes, para levantar piedra por piedra, con las manos, lozas que podrían convertirse en lápidas.

En algunas casas y templos se forman cadenas solidarias de oraciones. En parques, en lugares públicos, cerca y lejos de los lugares del desastre, hasta los mexicanos en el extranjero, se organizan para mandar ayuda. En las grandes tiendas de mercancía útil para los afectados, se encuentran vecinos con el mismo propósito comprar para mandar ayuda. Los dueños de empresas, grandes negocios y bancos, en su mayoría ayudan a su modo, duplicando y quintuplicando el apoyo económico ciudadano.

La información puntual fluye como nunca, minuto a minuto, todos los medios ocupan un lugar importante, el mundo entero también siente lo ocurrido por el terremoto, por los terremotos, y también “pone sus barbas a remojar”.

Una lección muy importante y repetitiva del 19 de septiembre, de cualquier año, es el valor de la vida de cada uno de nuestros seres queridos, como lo más valioso, después pocas cosas más, cosas que caben en la mano, lo demás nos estorbaría para protegernos en su caso.

Y aunque poco se puede hacer, la prevención es básica, prevenir para tener ordenados los documentos que nos dan identidad y elementos que nos permitirían en su caso comunicación fácil. Porque no hay que olvidar que somos vulnerables y vivimos en un mundo y en un lugar en donde los terremotos se repiten.

Nadie se salva: mujeres, hombres, niños, adolescentes, adultos, viejos, pobres, ricos, nadie pero nadie puede decir que nunca le pasara nada ante los embates de la naturaleza. Tsunamis, terremotos, huracanes, ciclones, tornados, inundaciones, sequías y otros fenómenos naturales más, aparecen cuando menos se espera, su fuerza y sus consecuencias son impredecibles.

Aunque en el siglo XXI, las condiciones meteorológicas son más graves que en siglos recientes, dicen los expertos que el aumento de la población en el mundo, que la contaminación producida, que el daño a la naturaleza, acabando con los bosques, ensuciando el agua de océanos, ríos y lagos, tirando basura dañina a la tierra, envolviendo el aire con elementos químicos que se propagan sin fronteras.

Desarrollando industrias y mecanismos modernos que facilitan el esfuerzo humano pero debilitan el cuerpo y la mente, porque las ventajas del aire limpio del campo se sustituyen por humo que se extiende hasta producir enfermedades. El mundo tiene que avanzar y eso siempre será positivo, lo que no lo es, es que los países más avanzados sean los que se niegan a reconocer que son los que más contaminan, y lo más grave, se niegan a eliminar los elementos que dañan al planeta entero.

Las consecuencias las vivimos todos, pero especialmente los más vulnerables, con defensas muy débiles. Y todavía, para algunos, pareciera que con la compasión, con la lástima se comparte la desgracia, y a la impotencia se le culpa de la falta de ayuda.

Pero, en los momentos de desgracia, en estos momentos, no hay excusa que valga, todos absolutamente todos los ciudadanos podemos ayudar, con lo que se pueda, como se pueda, adonde se quiera, pero hacer presente nuestra solidaridad.

En este reciente terremoto, la ayuda no se hizo esperar, se hizo presente de inmediato la solidaridad ciudadana, a diferencia de hace 32 años, la ciudadanía ahora está coordinada con elementos del ejército, de la armada, de la policía, los bomberos, la Cruz Roja, las universidades, asociaciones civiles, con los gobiernos federal, de la Ciudad de México y de los estados afectados.

Los ciudadanos se unen a los trabajos de rescate, el teléfono celular sirve, metros debajo de los escombros, para pedir auxilio y especificar el lugar en donde están los afectados, familias enteras se organizan para atender con comida y agua a los rescatistas, organizaciones de jóvenes forman cadenas humanas para proteger a los sobrevivientes, para levantar piedra por piedra, con las manos, lozas que podrían convertirse en lápidas.

En algunas casas y templos se forman cadenas solidarias de oraciones. En parques, en lugares públicos, cerca y lejos de los lugares del desastre, hasta los mexicanos en el extranjero, se organizan para mandar ayuda. En las grandes tiendas de mercancía útil para los afectados, se encuentran vecinos con el mismo propósito comprar para mandar ayuda. Los dueños de empresas, grandes negocios y bancos, en su mayoría ayudan a su modo, duplicando y quintuplicando el apoyo económico ciudadano.

La información puntual fluye como nunca, minuto a minuto, todos los medios ocupan un lugar importante, el mundo entero también siente lo ocurrido por el terremoto, por los terremotos, y también “pone sus barbas a remojar”.

Una lección muy importante y repetitiva del 19 de septiembre, de cualquier año, es el valor de la vida de cada uno de nuestros seres queridos, como lo más valioso, después pocas cosas más, cosas que caben en la mano, lo demás nos estorbaría para protegernos en su caso.

Y aunque poco se puede hacer, la prevención es básica, prevenir para tener ordenados los documentos que nos dan identidad y elementos que nos permitirían en su caso comunicación fácil. Porque no hay que olvidar que somos vulnerables y vivimos en un mundo y en un lugar en donde los terremotos se repiten.