/ jueves 12 de octubre de 2017

Subrayando

No queremos darnos cuenta que la violencia que se vive actualmente, y que envuelve a la sociedad entera, tiene semillas culturales muy arraigadas, independientemente de otros multifactores sociales.

Desde el momento en que se concibe un hijo, cuántas parejas o algún integrante de la misma, que no lo deseaba, manifiesta la violencia en el rechazo, o algunos desprecian al hijo, desde que nace (si no lo tiran en la basura, lo dejan en la calle).

En el nacimiento del hijo, cuántas madres reciben “el regaño” de alguien que está cerca porque “si gozó en algún momento, bien puede aguantar los dolores y no quejarse”. Y por fin cuando se sabe si es niño o niña, no falta alguien de la familia, o cercano a ella que muestre gestos o mala cara porque fue niña, pero si es niño el padre siente que su masculinidad pudo más que la maternidad de ella, los parientes aplauden y festejan el nacimiento del varón.

En algunos casos, al ir creciendo el niño, tiene cuidados que nunca tiene la niña, bueno, hasta cuando son gemelos, niño y niña, conociendo las ventajas de la leche materna, la madre le proporciona al niño la leche y a la niña le da fórmula. Al niño lo protegen del frío, del calor, procuran que coma bien, a la niña ni se acuerdan si comió o no.

Los juguetes, los juegos en los medios digitales, desde que el niño es pequeño, son los que procuran la violencia, así se va a formar como “macho”, que es el que puede, el que domina, el que los puede usar desde chico, ¡cuidado y no!, no es el que le gusta leer, el que desarrolla su inteligencia, el que aprende los valores familiares, a ése lo consideran débil.

Crecen los niños, y si acaso los padres le recomiendan al niño no pegarle a su hermana, pero nada más, muchos “no tienen cara” con que decirle a su hijo “respeta a las mujeres”, porque ellos ponen el mal ejemplo en su casa, insultando, pegando a la mujer, a la pareja o a los propios hijos, violentando el hogar. Ese es el ejemplo a seguir, “esa es la conducta de un macho”, y el silencio de la madre se vuelve cómplice para que el hijo reproduzca la violencia. (A veces se da lo contrario, la que ejemplifica la violencia es la mujer), pero es menos frecuente, según las estadísticas.

Llega el noviazgo, y el novio tiene que seguir el ejemplo, de menosprecio de algunos profesores para la mujer, los consejos de los amigos, “trátala como tu inferior”, tú eres el hombre (aunque no saben qué es un hombre de verdad, respetuoso de la mujer), las burlas, las groserías, el lenguaje violento, las imágenes repetidas en las películas, en todos los medios usados con chistes ofensivos. Pero cuidado y la novia no le sigua la corriente al novio, ahí empieza la violencia de pareja, a veces ella acordándose del mal consejo aguanta para no perderlo.

Muchas veces protegido por los padres, en especial (a veces) por la madre, el hijo no quiere romper el cordón umbilical y le da la llamada “mamitis”, aunque busca una novia que generalmente se parece en lo físico a su mamá o a sus hermanas, después si no tiene una conducta de agrado a su familia, la desprecia, le exige, le pega y aquella se deja, se deja y se deja, y hasta lo defiende.

No se diga si ella gana en el trabajo más que él, o se destaca por su desempeño laboral. Además de atender a los hijos, tener la casa y la ropa limpia, poner buena cara con el marido, atender a los amigos, “a esa sabionda hay que darle su merecido para que se bajen los humos”, y viene la violencia doméstica, aunque muchas veces ella también la haya sufrido en el trabajo, con la envidia o acoso laboral, y después en la calle con el afán de los machos, a usarla como objeto.

Y si hace caso a las indicaciones oficiales, y por fin denuncia la violencia, se convierte en culpable por ser “libertina” y salir de noche de la oficina o de la fábrica, “por no hacer caso a las insinuaciones del jefe”, por no quedarse en su casa, aguantando a la familia política que la quiere de personal de servicio permanente. Si fue valiente al denunciar, al cabo de unos días, el miedo que tenía por su agresor se convierte en pánico, porque gracias a la impunidad, éste está libre.

Ah, pero si la madre de familia recibe algún apoyo oficial, muchas veces la pareja está atenta para quitarle el dinero y gastarlo, porque como ella es la que mantiene la casa, él tiene mucho tiempo de irresponsable, sólo exigiendo más y más, y no ayudando en nada, pero dando el mal ejemplo a sus hijos que repetirán el papel social del “hombre” de la casa.

Mucho cuidado, gobierno, legisladores, padres, maestros, sociedad en general con fomentar esa clase de irresponsables, semilla de la violencia, porque también en la familia de cada uno, existen mujeres, que son o sus madres, o sus hijas o sus hermanas, o alguien querido que puede ser violentado por un ser cobarde. La conciencia social cada vez está más atenta a señalarlo como despreciable. Ya es justo que mejore la aplicación de la justicia, y se elimine la impunidad para quien comete violencia.

No queremos darnos cuenta que la violencia que se vive actualmente, y que envuelve a la sociedad entera, tiene semillas culturales muy arraigadas, independientemente de otros multifactores sociales.

Desde el momento en que se concibe un hijo, cuántas parejas o algún integrante de la misma, que no lo deseaba, manifiesta la violencia en el rechazo, o algunos desprecian al hijo, desde que nace (si no lo tiran en la basura, lo dejan en la calle).

En el nacimiento del hijo, cuántas madres reciben “el regaño” de alguien que está cerca porque “si gozó en algún momento, bien puede aguantar los dolores y no quejarse”. Y por fin cuando se sabe si es niño o niña, no falta alguien de la familia, o cercano a ella que muestre gestos o mala cara porque fue niña, pero si es niño el padre siente que su masculinidad pudo más que la maternidad de ella, los parientes aplauden y festejan el nacimiento del varón.

En algunos casos, al ir creciendo el niño, tiene cuidados que nunca tiene la niña, bueno, hasta cuando son gemelos, niño y niña, conociendo las ventajas de la leche materna, la madre le proporciona al niño la leche y a la niña le da fórmula. Al niño lo protegen del frío, del calor, procuran que coma bien, a la niña ni se acuerdan si comió o no.

Los juguetes, los juegos en los medios digitales, desde que el niño es pequeño, son los que procuran la violencia, así se va a formar como “macho”, que es el que puede, el que domina, el que los puede usar desde chico, ¡cuidado y no!, no es el que le gusta leer, el que desarrolla su inteligencia, el que aprende los valores familiares, a ése lo consideran débil.

Crecen los niños, y si acaso los padres le recomiendan al niño no pegarle a su hermana, pero nada más, muchos “no tienen cara” con que decirle a su hijo “respeta a las mujeres”, porque ellos ponen el mal ejemplo en su casa, insultando, pegando a la mujer, a la pareja o a los propios hijos, violentando el hogar. Ese es el ejemplo a seguir, “esa es la conducta de un macho”, y el silencio de la madre se vuelve cómplice para que el hijo reproduzca la violencia. (A veces se da lo contrario, la que ejemplifica la violencia es la mujer), pero es menos frecuente, según las estadísticas.

Llega el noviazgo, y el novio tiene que seguir el ejemplo, de menosprecio de algunos profesores para la mujer, los consejos de los amigos, “trátala como tu inferior”, tú eres el hombre (aunque no saben qué es un hombre de verdad, respetuoso de la mujer), las burlas, las groserías, el lenguaje violento, las imágenes repetidas en las películas, en todos los medios usados con chistes ofensivos. Pero cuidado y la novia no le sigua la corriente al novio, ahí empieza la violencia de pareja, a veces ella acordándose del mal consejo aguanta para no perderlo.

Muchas veces protegido por los padres, en especial (a veces) por la madre, el hijo no quiere romper el cordón umbilical y le da la llamada “mamitis”, aunque busca una novia que generalmente se parece en lo físico a su mamá o a sus hermanas, después si no tiene una conducta de agrado a su familia, la desprecia, le exige, le pega y aquella se deja, se deja y se deja, y hasta lo defiende.

No se diga si ella gana en el trabajo más que él, o se destaca por su desempeño laboral. Además de atender a los hijos, tener la casa y la ropa limpia, poner buena cara con el marido, atender a los amigos, “a esa sabionda hay que darle su merecido para que se bajen los humos”, y viene la violencia doméstica, aunque muchas veces ella también la haya sufrido en el trabajo, con la envidia o acoso laboral, y después en la calle con el afán de los machos, a usarla como objeto.

Y si hace caso a las indicaciones oficiales, y por fin denuncia la violencia, se convierte en culpable por ser “libertina” y salir de noche de la oficina o de la fábrica, “por no hacer caso a las insinuaciones del jefe”, por no quedarse en su casa, aguantando a la familia política que la quiere de personal de servicio permanente. Si fue valiente al denunciar, al cabo de unos días, el miedo que tenía por su agresor se convierte en pánico, porque gracias a la impunidad, éste está libre.

Ah, pero si la madre de familia recibe algún apoyo oficial, muchas veces la pareja está atenta para quitarle el dinero y gastarlo, porque como ella es la que mantiene la casa, él tiene mucho tiempo de irresponsable, sólo exigiendo más y más, y no ayudando en nada, pero dando el mal ejemplo a sus hijos que repetirán el papel social del “hombre” de la casa.

Mucho cuidado, gobierno, legisladores, padres, maestros, sociedad en general con fomentar esa clase de irresponsables, semilla de la violencia, porque también en la familia de cada uno, existen mujeres, que son o sus madres, o sus hijas o sus hermanas, o alguien querido que puede ser violentado por un ser cobarde. La conciencia social cada vez está más atenta a señalarlo como despreciable. Ya es justo que mejore la aplicación de la justicia, y se elimine la impunidad para quien comete violencia.