/ sábado 26 de octubre de 2019

Subrayando / El mundo de promesas ante el mundo real


Todos los días se escucha por todos los medios, en diferente forma, por diferentes personas, promesas para mejorar las condiciones de vida, ese es el mundo ideal, pero el mundo real, el que vive el ciudadano diariamente es otro.

No sería posible referirse a cada una de las promesas cotidianas. En esta ocasión me voy a referir sólo a una promesa que por años se viene escuchando.

Igualar el salario a mujeres y hombres que trabajan, cuando ambos desempeñan la misma labor, y el mismo cargo, reúnen las mismas características de capacidad, tiempo y otras más necesarias para el puesto.

Según el análisis elaborado por la Comisión de Salarios Mínimos, en las actividades industriales, las mujeres ganan 30 % menos que los hombres, aunque la brecha en la construcción es mucho mayor, de hasta el 36%. En la fabricación de alimentos, la brecha existe y es de un 27%, bueno hasta en la química la diferencia es de 17%.

Según el estudio “Mujeres en el mundo del trabajo”, elaborado por la Organización Internacional del Trabajo, las mujeres trabajadoras están en desventaja laboral frente a los hombres, ya que las mujeres reciben menos por su trabajo, aunque tengan la misma edad, educación, capacidad.

Los pretextos no son los mismos que hace algunos años, en las universidades el mayor porcentaje de estudiantes, con las mejores calificaciones son mujeres, y aunque siguen desempeñando la doble o triple jornada de trabajo en el hogar, cumplen con el compromiso laboral.

No sólo se les paga menos, también son objeto de menores “prestaciones” que se les dan a los compañeros de trabajo y que se arreglan fuera de la oficina.

Las únicas que están felices (según lo que platican entre ellas), son las campesinas mayores de edad, que trabajan en el campo, (a falta de jóvenes que la mayoría se ha ido a la ciudad ), algunas de ellas comentan que aunque sea algo, porque ganan mucho menos que los hombres, les sirve para sentirse más útiles, más libres, ya no dependen de nadie, ni esperan que sus hijos se acuerden de vez en cuando, y si acaso las ayuden con algo, mientras al irse a trabajar se van con sus vecinas de la misma edad, almuerzan juntas con su botella, la más grande, de refresco y en ocasiones de “pulquito”.

Eso es lo que también pasa, pero ellas, las campesinas y todas las mujeres que trabajan, como adultos mayores, merecen ser reconocidas en igualdad de circunstancias,

Ojalá no pase mucho tiempo entre las promesas y los esfuerzos reales por lograr el mismo reconociendo a los derechos humanos y laborales, no sólo en las leyes, sino en la aplicación de las mismas, y se reconozca lo valioso de la participación laboral de la mujer igual que la del hombre reflejado en el mismo y justo salario.

EXDIPUTADA / @yolandasenties


Todos los días se escucha por todos los medios, en diferente forma, por diferentes personas, promesas para mejorar las condiciones de vida, ese es el mundo ideal, pero el mundo real, el que vive el ciudadano diariamente es otro.

No sería posible referirse a cada una de las promesas cotidianas. En esta ocasión me voy a referir sólo a una promesa que por años se viene escuchando.

Igualar el salario a mujeres y hombres que trabajan, cuando ambos desempeñan la misma labor, y el mismo cargo, reúnen las mismas características de capacidad, tiempo y otras más necesarias para el puesto.

Según el análisis elaborado por la Comisión de Salarios Mínimos, en las actividades industriales, las mujeres ganan 30 % menos que los hombres, aunque la brecha en la construcción es mucho mayor, de hasta el 36%. En la fabricación de alimentos, la brecha existe y es de un 27%, bueno hasta en la química la diferencia es de 17%.

Según el estudio “Mujeres en el mundo del trabajo”, elaborado por la Organización Internacional del Trabajo, las mujeres trabajadoras están en desventaja laboral frente a los hombres, ya que las mujeres reciben menos por su trabajo, aunque tengan la misma edad, educación, capacidad.

Los pretextos no son los mismos que hace algunos años, en las universidades el mayor porcentaje de estudiantes, con las mejores calificaciones son mujeres, y aunque siguen desempeñando la doble o triple jornada de trabajo en el hogar, cumplen con el compromiso laboral.

No sólo se les paga menos, también son objeto de menores “prestaciones” que se les dan a los compañeros de trabajo y que se arreglan fuera de la oficina.

Las únicas que están felices (según lo que platican entre ellas), son las campesinas mayores de edad, que trabajan en el campo, (a falta de jóvenes que la mayoría se ha ido a la ciudad ), algunas de ellas comentan que aunque sea algo, porque ganan mucho menos que los hombres, les sirve para sentirse más útiles, más libres, ya no dependen de nadie, ni esperan que sus hijos se acuerden de vez en cuando, y si acaso las ayuden con algo, mientras al irse a trabajar se van con sus vecinas de la misma edad, almuerzan juntas con su botella, la más grande, de refresco y en ocasiones de “pulquito”.

Eso es lo que también pasa, pero ellas, las campesinas y todas las mujeres que trabajan, como adultos mayores, merecen ser reconocidas en igualdad de circunstancias,

Ojalá no pase mucho tiempo entre las promesas y los esfuerzos reales por lograr el mismo reconociendo a los derechos humanos y laborales, no sólo en las leyes, sino en la aplicación de las mismas, y se reconozca lo valioso de la participación laboral de la mujer igual que la del hombre reflejado en el mismo y justo salario.

EXDIPUTADA / @yolandasenties