/ miércoles 19 de diciembre de 2018

Vida Pública


2019, el año que viviremos en peligro

Sólo quien no quiera, podrá decirse sorprendido. Abundan en nuestro entorno señales tan claras como preocupantes de que nuestra incipiente vida en democracia corre peligro, justo ahora que apenas se afianzaba.

Vale la pena echar mano de la muy profunda y estimulante investigación de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, ambos profesores de Harvard, recientemente publicada, y que, a partir de un amplio compendio mundial de ejemplos, les permite asegurar que si ocurre cierta circunstancia y se presentan cuatro indicadores en un país cualquiera, es porque la democracia se encuentra en proceso de muerte.

La circunstancia o condición es que la muerte ocurre por la mano de líderes electos democráticamente, que paulatinamente desmantelan o desvirtúan las instituciones que hacen posible la democracia y que lo consiguen ante la ceguera de las masas que les apoyaron y, naturalmente, se niegan a aceptar que se equivocaron.

Los indicadores son: a) que el líder rechaza o apenas acepta las reglas democráticas, o lo hace sólo cuando lo benefician; b) Niega la legitimidad de sus oponentes, los descalifica y mina; c) Tolera, alienta y no descalifica ni persigue la violencia política dirigida en contra de otros y d) Aflora su predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición y de la crítica en los medios de comunicación.

Si alguno de esos indicadores aparece en el escenario político -dicen los autores- debería encenderse la luz ámbar o roja. En México, me parece ocurren todos, aunque aceptando que el cuarto de manera tímida, a escasos días de iniciado el nuevo gobierno de la República.

¡Urge activar los anticuerpos! Esa es la preciosa tarea de los partidos políticos, la responsabilidad histórica y también la gran oportunidad que enfrentan; es, además, la obligación moral que tienen frente a la sociedad: convertirse en guardianes de la democracia. Ésta bien podría ser, debería ser, la labor patriótica de los partidos, sobre todo del PRI, por su larga prosapia, la de proteger a la democracia y la justicia social. Pensar menos en las elecciones venideras, más en las decisiones de todos los días, pues sólo éstas, permitirán ganar aquéllas. Proteger la democracia puede orientar sus esfuerzos al frente de los gobiernos municipales, estatales y en los grupos parlamentarios que conserva, en los medios de comunicación y, sobre todo, en el amplio espectro de nuestra vida pública.

La llegada de la opción política que había fracasado dos veces, fue posible, en gran medida, por lo que hizo y, sobre todo, por lo que dejó de hacer el PRI. Ahora, ante la innegable señal de peligro para la democracia que hemos construido entre todos, al partido corresponde asumir la dignidad que su gran historia, el futuro le obliga a defender la democracia y proteger a México.

@HuicocheaAlanis


2019, el año que viviremos en peligro

Sólo quien no quiera, podrá decirse sorprendido. Abundan en nuestro entorno señales tan claras como preocupantes de que nuestra incipiente vida en democracia corre peligro, justo ahora que apenas se afianzaba.

Vale la pena echar mano de la muy profunda y estimulante investigación de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, ambos profesores de Harvard, recientemente publicada, y que, a partir de un amplio compendio mundial de ejemplos, les permite asegurar que si ocurre cierta circunstancia y se presentan cuatro indicadores en un país cualquiera, es porque la democracia se encuentra en proceso de muerte.

La circunstancia o condición es que la muerte ocurre por la mano de líderes electos democráticamente, que paulatinamente desmantelan o desvirtúan las instituciones que hacen posible la democracia y que lo consiguen ante la ceguera de las masas que les apoyaron y, naturalmente, se niegan a aceptar que se equivocaron.

Los indicadores son: a) que el líder rechaza o apenas acepta las reglas democráticas, o lo hace sólo cuando lo benefician; b) Niega la legitimidad de sus oponentes, los descalifica y mina; c) Tolera, alienta y no descalifica ni persigue la violencia política dirigida en contra de otros y d) Aflora su predisposición a restringir las libertades civiles de la oposición y de la crítica en los medios de comunicación.

Si alguno de esos indicadores aparece en el escenario político -dicen los autores- debería encenderse la luz ámbar o roja. En México, me parece ocurren todos, aunque aceptando que el cuarto de manera tímida, a escasos días de iniciado el nuevo gobierno de la República.

¡Urge activar los anticuerpos! Esa es la preciosa tarea de los partidos políticos, la responsabilidad histórica y también la gran oportunidad que enfrentan; es, además, la obligación moral que tienen frente a la sociedad: convertirse en guardianes de la democracia. Ésta bien podría ser, debería ser, la labor patriótica de los partidos, sobre todo del PRI, por su larga prosapia, la de proteger a la democracia y la justicia social. Pensar menos en las elecciones venideras, más en las decisiones de todos los días, pues sólo éstas, permitirán ganar aquéllas. Proteger la democracia puede orientar sus esfuerzos al frente de los gobiernos municipales, estatales y en los grupos parlamentarios que conserva, en los medios de comunicación y, sobre todo, en el amplio espectro de nuestra vida pública.

La llegada de la opción política que había fracasado dos veces, fue posible, en gran medida, por lo que hizo y, sobre todo, por lo que dejó de hacer el PRI. Ahora, ante la innegable señal de peligro para la democracia que hemos construido entre todos, al partido corresponde asumir la dignidad que su gran historia, el futuro le obliga a defender la democracia y proteger a México.

@HuicocheaAlanis