/ miércoles 8 de noviembre de 2017

Vida Pública

Parece verdad de Perogrullo -cosa que, por evidente, da la impresión que ser innecesario decir- pero una elección política se gana con votos.

Es preciso repetirlo pues hay quienes afirman que en los comicios se triunfa con candidatos que gocen de buena imagen pública y que preferentemente sean atractivos, que se gana con buenas propuestas, que la victoria se logra con discursos que impregnen de entusiasmo a los electores, que ahora sólo es posible triunfar con una estrategia de redes digitales, o tocando las puertas de todas las viviendas e, incluso hay quien asegura que sólo se puede triunfar con videos o spots que se difundan en radio, televisión y plataformas digitales.

Ciertamente, todo lo anterior y muchas otras alternativas contribuyen al triunfo electoral, pero toda elección, sea presidencial, de senadores o diputados, de diputados locales o de presidentes municipales, como las que viviremos el año entrante en nuestro estado, o de gobernador, como la que apenas hace unos meses ocurrió, se gana con votos.

Por eso, todas las acciones que un partido o candidato realice, absolutamente todas, deben estar orientadas a la obtención de votos, nada más.

Un voto es una preferencia; es decir, una decisión que, como todas, resulta de un complejo proceso neurológico muy estudiado aunque insuficientemente conocido, consistente en una combinación de impulsos racionales y emocionales que cada individuo toma y que, sumada a muchas más, en un régimen democrático como el nuestro, se convierte en una decisión colectiva que goza de legitimidad y legalidad.

A fuerza de recurrentes elecciones, en la sociedad, como en las personas, empiezan a aflorar patrones de comportamiento colectivo que, bien estudiados, permiten conocer; esto es, hasta cierto punto entender y, en esa medida, hasta anticipar con cierto margen de certidumbre, cómo decidirán, cómo votarán los ciudadanos en la próxima elección. De contar con el método adecuado para conocer este patrón de comportamiento, sí depende ganar una elección.

Es a partir del conocimiento de ese comportamiento colectivo que se debe planear y ejecutar toda actividad política, comunicativa, logística, administrativa, jurídica y electoral, en general, de un partido o candidato que quiera ser ganador.

Pionero de lo que se llama “la acción electoral”, el PRI desarrolló de manera intiutiva y, confiando en la sensibilidad de los más experimentados entre sus filas, que por supuesto acumulan un muy valioso conocimiento político, un modo de trazar su estrategia a partir de tres datos: el tamaño de cada sección electoral (la más pequeña demarcación en la que se divide el territorio nacional para efecto de organización de elecciones, de las que hay más de 68 mil en todo el país), el porcentaje de ciudadanos con credencial para votar que en cada sección efectivamente emiten su voto, y el promedio de votos que el partido suele alcanzar.

Conocer eso fue, durante décadas, la clave central de los triunfos del PRI. Ahora que toda esa y mucha mayor información es pública, salta a la vista que la fórmula priísta ya no es suficiente pues, primero, no combina esos tres criterios en su cadena histórica, es decir no toma en cuenta elecciones pasadas que fueron relevantes pero, aún más importante, es que no toma en cuenta, al menos otros tres datos que obedecen al nuevo y más imprevisble comportamiento electoral, como la volatilidad, la escisión o “voto dividido” y el nivel de competencia de sus adversarios en cada lugar. Esos son datos que ahora están disponibles, junto con los métodos e instrumentos para manejar grandes cantidades de información.

El año entrante, en un ambiente de cerrada competencia electoral como el que viviremos, el triunfo dependerá de quien desde ahora pueda y sepa manejar esos datos, para hacer política eficaz y esté decidido a ganar.

@HuicocheaAlanis

Parece verdad de Perogrullo -cosa que, por evidente, da la impresión que ser innecesario decir- pero una elección política se gana con votos.

Es preciso repetirlo pues hay quienes afirman que en los comicios se triunfa con candidatos que gocen de buena imagen pública y que preferentemente sean atractivos, que se gana con buenas propuestas, que la victoria se logra con discursos que impregnen de entusiasmo a los electores, que ahora sólo es posible triunfar con una estrategia de redes digitales, o tocando las puertas de todas las viviendas e, incluso hay quien asegura que sólo se puede triunfar con videos o spots que se difundan en radio, televisión y plataformas digitales.

Ciertamente, todo lo anterior y muchas otras alternativas contribuyen al triunfo electoral, pero toda elección, sea presidencial, de senadores o diputados, de diputados locales o de presidentes municipales, como las que viviremos el año entrante en nuestro estado, o de gobernador, como la que apenas hace unos meses ocurrió, se gana con votos.

Por eso, todas las acciones que un partido o candidato realice, absolutamente todas, deben estar orientadas a la obtención de votos, nada más.

Un voto es una preferencia; es decir, una decisión que, como todas, resulta de un complejo proceso neurológico muy estudiado aunque insuficientemente conocido, consistente en una combinación de impulsos racionales y emocionales que cada individuo toma y que, sumada a muchas más, en un régimen democrático como el nuestro, se convierte en una decisión colectiva que goza de legitimidad y legalidad.

A fuerza de recurrentes elecciones, en la sociedad, como en las personas, empiezan a aflorar patrones de comportamiento colectivo que, bien estudiados, permiten conocer; esto es, hasta cierto punto entender y, en esa medida, hasta anticipar con cierto margen de certidumbre, cómo decidirán, cómo votarán los ciudadanos en la próxima elección. De contar con el método adecuado para conocer este patrón de comportamiento, sí depende ganar una elección.

Es a partir del conocimiento de ese comportamiento colectivo que se debe planear y ejecutar toda actividad política, comunicativa, logística, administrativa, jurídica y electoral, en general, de un partido o candidato que quiera ser ganador.

Pionero de lo que se llama “la acción electoral”, el PRI desarrolló de manera intiutiva y, confiando en la sensibilidad de los más experimentados entre sus filas, que por supuesto acumulan un muy valioso conocimiento político, un modo de trazar su estrategia a partir de tres datos: el tamaño de cada sección electoral (la más pequeña demarcación en la que se divide el territorio nacional para efecto de organización de elecciones, de las que hay más de 68 mil en todo el país), el porcentaje de ciudadanos con credencial para votar que en cada sección efectivamente emiten su voto, y el promedio de votos que el partido suele alcanzar.

Conocer eso fue, durante décadas, la clave central de los triunfos del PRI. Ahora que toda esa y mucha mayor información es pública, salta a la vista que la fórmula priísta ya no es suficiente pues, primero, no combina esos tres criterios en su cadena histórica, es decir no toma en cuenta elecciones pasadas que fueron relevantes pero, aún más importante, es que no toma en cuenta, al menos otros tres datos que obedecen al nuevo y más imprevisble comportamiento electoral, como la volatilidad, la escisión o “voto dividido” y el nivel de competencia de sus adversarios en cada lugar. Esos son datos que ahora están disponibles, junto con los métodos e instrumentos para manejar grandes cantidades de información.

El año entrante, en un ambiente de cerrada competencia electoral como el que viviremos, el triunfo dependerá de quien desde ahora pueda y sepa manejar esos datos, para hacer política eficaz y esté decidido a ganar.

@HuicocheaAlanis