/ miércoles 31 de enero de 2018

Vida Pública

Producido en 1967 por Chevrolet General Motors, para competir en la categoría “pony car”, el Camaro fue un portento de ingeniería por su velocidad y poder que, sin embargo, nunca logró su cometido: desbancar de las ventas al Mustang, que ya comercializaba la Ford Motor Company, 3 años antes. Fracasó por pretender competir en una categoría en la que ya se había instalado el “número uno”, es decir, no respetó la regla básica del posicionamiento.

Al igual que en la mercadotecnia, en la mercadotecnia política sólo es posible posicionarse en la mente y en la intención de voto de los electores, si el candidato y/o su partido, es capaz de darse a conocer como “el número uno” de su categoría.

Todos recordamos el “número uno” nadie recuerda el número dos. Todos sabemos quién fue el primer occidental en llegar a América, pero no el nombre del segundo; conocemos quién fue el primer hombre en pisar la luna, nadie sabe quién lo hizo después; todos sabemos quién fue la primera mujer en ganar el Premio Nobel, pero nada más los descendientes de sus allegados conocen el nombre de la segunda. Así todos reconocen al Mustang como el “muscle car” número 1 en el orbe, nadie reconoce al segundo.

De esa misma suerte, un candidato puede y debe, si desea provocar la intención de voto de los electores, posicionarse como “el número uno” de su categoría y algo más: esas peculiaridades que lo hacen singular, diferente y mejor, deben corresponder a la percepción del electorado. Por eso, no es buena idea, por ejemplo, pretender posicionar a un candidato del PRI como paladín de la lucha contra la corrupción pues, aunque tenga la muy deseable convicción de combatirla, ese no es un atributo que el electorado asocie con un priista. Ciertamente el tricolor, como toda fuerza política, tiene la obligación de luchar y abatir las corruptelas, pero no es con esa cualidad que se puede “vender” mejor.

En el momento actual de la campaña, en la que el precandidato presidencial del partido gobernante ha subrayado su sobresaliente preparación académica y destacada trayectoria de servicio público, parece oportuno que dé a conocer propuestas de acciones de gobierno igualmente superiores, diferentes y mejores a las de sus adversarios; ideas que sorprendan y entusiasmen; planteamientos que comprometan y motiven; propuestas que atraigan y causen impaciencia. Es momento de proponer una visión de país en el que todos quepamos y al que todos aspiremos; un proyecto nacional tan ambicioso como posible.

A decir verdad, siendo buenas las propuestas que los últimos días ha hecho saber, ninguna de ellas resalta. Tan es así que cuesta trabajo recordarlas; eso significa que no las ha posicionado.

El desafío del candidato no es escalar en las encuestas, sino posicionar su mensaje y su persona. Ascender en las preferencias electorales será una consecuencia de lograr el posicionamiento, y le sobran cualidades a él y fortalezas a su partido para lograrlo.

@HuicocheaAlanis

Producido en 1967 por Chevrolet General Motors, para competir en la categoría “pony car”, el Camaro fue un portento de ingeniería por su velocidad y poder que, sin embargo, nunca logró su cometido: desbancar de las ventas al Mustang, que ya comercializaba la Ford Motor Company, 3 años antes. Fracasó por pretender competir en una categoría en la que ya se había instalado el “número uno”, es decir, no respetó la regla básica del posicionamiento.

Al igual que en la mercadotecnia, en la mercadotecnia política sólo es posible posicionarse en la mente y en la intención de voto de los electores, si el candidato y/o su partido, es capaz de darse a conocer como “el número uno” de su categoría.

Todos recordamos el “número uno” nadie recuerda el número dos. Todos sabemos quién fue el primer occidental en llegar a América, pero no el nombre del segundo; conocemos quién fue el primer hombre en pisar la luna, nadie sabe quién lo hizo después; todos sabemos quién fue la primera mujer en ganar el Premio Nobel, pero nada más los descendientes de sus allegados conocen el nombre de la segunda. Así todos reconocen al Mustang como el “muscle car” número 1 en el orbe, nadie reconoce al segundo.

De esa misma suerte, un candidato puede y debe, si desea provocar la intención de voto de los electores, posicionarse como “el número uno” de su categoría y algo más: esas peculiaridades que lo hacen singular, diferente y mejor, deben corresponder a la percepción del electorado. Por eso, no es buena idea, por ejemplo, pretender posicionar a un candidato del PRI como paladín de la lucha contra la corrupción pues, aunque tenga la muy deseable convicción de combatirla, ese no es un atributo que el electorado asocie con un priista. Ciertamente el tricolor, como toda fuerza política, tiene la obligación de luchar y abatir las corruptelas, pero no es con esa cualidad que se puede “vender” mejor.

En el momento actual de la campaña, en la que el precandidato presidencial del partido gobernante ha subrayado su sobresaliente preparación académica y destacada trayectoria de servicio público, parece oportuno que dé a conocer propuestas de acciones de gobierno igualmente superiores, diferentes y mejores a las de sus adversarios; ideas que sorprendan y entusiasmen; planteamientos que comprometan y motiven; propuestas que atraigan y causen impaciencia. Es momento de proponer una visión de país en el que todos quepamos y al que todos aspiremos; un proyecto nacional tan ambicioso como posible.

A decir verdad, siendo buenas las propuestas que los últimos días ha hecho saber, ninguna de ellas resalta. Tan es así que cuesta trabajo recordarlas; eso significa que no las ha posicionado.

El desafío del candidato no es escalar en las encuestas, sino posicionar su mensaje y su persona. Ascender en las preferencias electorales será una consecuencia de lograr el posicionamiento, y le sobran cualidades a él y fortalezas a su partido para lograrlo.

@HuicocheaAlanis