/ miércoles 13 de enero de 2021

Vida Pública | Hablar, no platicar

Todas las personas mayores de 18 años deben recordar que hace muy poco tiempo, preferían usar el teléfono fijo, de casa u oficina, incluso los que funcionaban con monedas y encontrábamos sobre postes en las calles, para llamar a las personas que necesitábamos contactar; y, si acaso éstas eran de las pocas que usaban teléfono celular, esperábamos a que contestaran nuestra llamada, para pedirles, inmediatamente, que colgaran y ellos marcaran de regreso, pues necesitábamos hablar. De ese modo minimizábamos el costo de la comunicación porque, de lo contrario, la tarifa de las llamadas se disparaba y un solo telefonema elevaba exponencialmente el precio del servicio, al grado de comprometer las finanzas familiares de la quincena, al menos en las casas de economía media “pa´ abajo” como era la de quien esto escribe. Cómo olvidar que hace muy poco tiempo, llamar de Toluca a sitios tan próximos como San Mateo Atenco o Almoloya era considerada larga distancia y, por tanto, había que pagar el servicio de LADA, al que a su vez se sumaban costos adicionales por cada minuto que transcurriera en la llamada. ¡Y qué decir de llamadas al extranjero, que eran consideradas verdaderos artículos de lujo, reservados para las muy grandes ocasiones o justificadas, únicamente, por verdaderas emergencias! Fue así que mi Padre, al mismo tiempo generoso y cuidadoso con la economía doméstica, entre tantas cosas sabias, nos decía: “hablen por teléfono cuantas veces quieran, el servicio es para ustedes, aprovéchenlo, pero tengan presente que el teléfono es para hablar, no para platicar”.

Multiplicados por millones de usuarios de telefonía en el país, dichos costos generaban un monto de dinero estratosférico, de más de 20 mil millones de dólares al año (el tamaño de la economía entera de un país como Honduras) que, entre todos los usuarios, desde los súper adinerados hasta los más empobrecidos, dócilmente pagábamos sin protestar, a una sola empresa. De ese modo se amasó la que durante varios años fue la más grande fortuna de todos los tiempos en México y el mundo que, por azares de la economía y la política, se concentró en un envidiable par de manos.

Hasta que, prohijado por un gobierno priista, llegó el Pacto por México, y con él, entre otras medidas positivas y genuinamente transformadoras, la reforma en telecomunicaciones y, derivado de ésta, nació el Instituto Federal de Telecomunicaciones.

Desde entonces múltiples han sido los beneficios para todos, que vale la pena recordar, pues hoy parecen intangibles, a grado tal que hay quien se atreve a proponer volver al pasado.

De 2015 a la fecha, los usuarios de telefonía, es decir, prácticamente todas las personas que hay en México, hemos ahorrado cada año, al menos, esos 20 mil millones de dólares que antes juntábamos para entregar a un particular. Además, multiplicamos por tres el número de millones de usuarios de telefonía celular, de modo que hoy cuesta trabajo ubicar a una persona que no use un dispositivo móvil para comunicarse; 84 millones de personas usan teléfono celular con acceso a Internet; ahora dos de cada tres casas en el país cuentan con servicio de Banda Ancha, y éste es de mayor cobertura y mejor calidad cada año; el precio de las tarifas, baja el doble de lo que sube la inflación, haciendo más accesibles los servicios; la competencia aumenta cada día, mejorando y multiplicando la variedad de opciones de servicio, no sólo de telefonía, sino de radio y televisión. Y todo este conjunto de beneficios directos de la reforma y del IFETEL, tienen otros impactos positivos en la economía del país, acrecientan la inversión, multiplican las opciones de negocios, bajan costos de la industria y de los servicios en general.

Pero es importante precisar que esos beneficios no llegaron en automático, de una vez y para siempre; el trabajo para profundizarlos e incrementarlos puede y debe continuarse, además que, de no continuarlos, se podrían revertir, además de que el febril cambio tecnológico que se vive en esa rama de la actividad productiva, obliga a una actualización permanente, incluso a la anticipación conforme a las más avanzadas teorías científicas, de modo que, no se puede detener, por el contrario, lejos de pensar en desaparecerla, una entidad como el Instituto Federal de Telecomunicaciones, debe evolucionarse.

Y no es la única. En el ámbito federal, como en el de los estados y municipios, las instancias públicas pueden y deben estar sujetas a evaluación permanente y, con ella, al cambio constante, con un propósito que debe ser el único permanente: servir más, hacerlo mejor y a un menor costo para los mexicanos.

@HuicocheaAlanis

Todas las personas mayores de 18 años deben recordar que hace muy poco tiempo, preferían usar el teléfono fijo, de casa u oficina, incluso los que funcionaban con monedas y encontrábamos sobre postes en las calles, para llamar a las personas que necesitábamos contactar; y, si acaso éstas eran de las pocas que usaban teléfono celular, esperábamos a que contestaran nuestra llamada, para pedirles, inmediatamente, que colgaran y ellos marcaran de regreso, pues necesitábamos hablar. De ese modo minimizábamos el costo de la comunicación porque, de lo contrario, la tarifa de las llamadas se disparaba y un solo telefonema elevaba exponencialmente el precio del servicio, al grado de comprometer las finanzas familiares de la quincena, al menos en las casas de economía media “pa´ abajo” como era la de quien esto escribe. Cómo olvidar que hace muy poco tiempo, llamar de Toluca a sitios tan próximos como San Mateo Atenco o Almoloya era considerada larga distancia y, por tanto, había que pagar el servicio de LADA, al que a su vez se sumaban costos adicionales por cada minuto que transcurriera en la llamada. ¡Y qué decir de llamadas al extranjero, que eran consideradas verdaderos artículos de lujo, reservados para las muy grandes ocasiones o justificadas, únicamente, por verdaderas emergencias! Fue así que mi Padre, al mismo tiempo generoso y cuidadoso con la economía doméstica, entre tantas cosas sabias, nos decía: “hablen por teléfono cuantas veces quieran, el servicio es para ustedes, aprovéchenlo, pero tengan presente que el teléfono es para hablar, no para platicar”.

Multiplicados por millones de usuarios de telefonía en el país, dichos costos generaban un monto de dinero estratosférico, de más de 20 mil millones de dólares al año (el tamaño de la economía entera de un país como Honduras) que, entre todos los usuarios, desde los súper adinerados hasta los más empobrecidos, dócilmente pagábamos sin protestar, a una sola empresa. De ese modo se amasó la que durante varios años fue la más grande fortuna de todos los tiempos en México y el mundo que, por azares de la economía y la política, se concentró en un envidiable par de manos.

Hasta que, prohijado por un gobierno priista, llegó el Pacto por México, y con él, entre otras medidas positivas y genuinamente transformadoras, la reforma en telecomunicaciones y, derivado de ésta, nació el Instituto Federal de Telecomunicaciones.

Desde entonces múltiples han sido los beneficios para todos, que vale la pena recordar, pues hoy parecen intangibles, a grado tal que hay quien se atreve a proponer volver al pasado.

De 2015 a la fecha, los usuarios de telefonía, es decir, prácticamente todas las personas que hay en México, hemos ahorrado cada año, al menos, esos 20 mil millones de dólares que antes juntábamos para entregar a un particular. Además, multiplicamos por tres el número de millones de usuarios de telefonía celular, de modo que hoy cuesta trabajo ubicar a una persona que no use un dispositivo móvil para comunicarse; 84 millones de personas usan teléfono celular con acceso a Internet; ahora dos de cada tres casas en el país cuentan con servicio de Banda Ancha, y éste es de mayor cobertura y mejor calidad cada año; el precio de las tarifas, baja el doble de lo que sube la inflación, haciendo más accesibles los servicios; la competencia aumenta cada día, mejorando y multiplicando la variedad de opciones de servicio, no sólo de telefonía, sino de radio y televisión. Y todo este conjunto de beneficios directos de la reforma y del IFETEL, tienen otros impactos positivos en la economía del país, acrecientan la inversión, multiplican las opciones de negocios, bajan costos de la industria y de los servicios en general.

Pero es importante precisar que esos beneficios no llegaron en automático, de una vez y para siempre; el trabajo para profundizarlos e incrementarlos puede y debe continuarse, además que, de no continuarlos, se podrían revertir, además de que el febril cambio tecnológico que se vive en esa rama de la actividad productiva, obliga a una actualización permanente, incluso a la anticipación conforme a las más avanzadas teorías científicas, de modo que, no se puede detener, por el contrario, lejos de pensar en desaparecerla, una entidad como el Instituto Federal de Telecomunicaciones, debe evolucionarse.

Y no es la única. En el ámbito federal, como en el de los estados y municipios, las instancias públicas pueden y deben estar sujetas a evaluación permanente y, con ella, al cambio constante, con un propósito que debe ser el único permanente: servir más, hacerlo mejor y a un menor costo para los mexicanos.

@HuicocheaAlanis