/ miércoles 20 de julio de 2022

Vida Pública | Pensamiento mágico

Enterrar un cuchillo, para impedir que llueva, es pensamiento mágico; recuperar la figura y peso corporales durmiendo con una apretada faja en el abdomen es pensamiento mágico; resolver los problemas financieros, gastando la tarjeta de crédito, es pensamiento mágico; lograr el propósito de vida mirando las pantallas en todo tipo de dispositivo, es pensamiento mágico; acrecentar la cultura y el lenguaje sin leer, es pensamiento mágico; buscar el amor en las apps y redes sociales, es pensamiento mágico.

Ese autoengaño voluntario que muchos padecen en la vida privada, está también presente, desafortunadamente, en la vida pública. Mejorar la seguridad pública, manteniendo el monopolio del Ministerio Público sobre la investigación criminal, es pensamiento mágico; abatir la violencia feminicida creando una policía de género, es pensamiento mágico; disminuir la incidencia delictiva restableciendo y recuperando espacios y parques públicos, es pensamiento mágico; mejorar la percepción de seguridad en la ciudad, ignorando la “cifra negra”, es pensamiento mágico; empoderar a la mujer ofreciéndole clases de zumba, es pensamiento mágico; mantener finanzas públicas sanas y administrando recursos federales, sin cobrar impuestos y derechos municipales, es pensamiento mágico; abatir la pobreza profundizando la dependencia económica de las personas, es pensamiento mágico; gobernar sin Estado de Derecho, haciendo valer derechos y obligaciones de todas las personas e impidiendo excesos de los gobernantes, es pensamiento mágico.

Esas formas de pensamiento mágico serían risibles, sino fueran, trágicamente, tan frecuentes en la vida real. Como se advierte fácilmente, en la administración pública abunda el pensamiento mágico.

Las acciones gubernamentales, bien intencionadas, pero implementadas sin claridad del problema que se pretende resolver, sin precisar el indicador útil para lograrlo, sin metas de corto, mediano ni largo plazos; sin una teoría causal precisa y transparente y, mucho menos, valorada y validada por la sociedad y los expertos, forman parte del pensamiento mágico gubernamental. Acciones gubernamentales sin metodología de política pública, sin indicadores y metas, terminan por ser un desperdicio de recursos públicos en perjuicio de todas las personas, empezando las que se suponía que se pretendía atender.

La contraparte, lo que la correcta administración pública necesita es el pensamiento racional, fundado en evidencias; es decir, entender que toda la acción gubernamental tiene que plantear una visión clara, fácilmente comprensible en indicadores precisos y públicos, comparables con realidades de otros grupos sociales de similares características, traducidos en metas que siendo ambiciosas sean realizables en el corto plazo, y palpables para la sociedad, es todo lo que se necesita para contar, no sólo con un gobierno, sino con un buen gobierno, lo cual es un derecho fundamental que todos podemos y debemos exigir.

@HuicocheaAlanis

Enterrar un cuchillo, para impedir que llueva, es pensamiento mágico; recuperar la figura y peso corporales durmiendo con una apretada faja en el abdomen es pensamiento mágico; resolver los problemas financieros, gastando la tarjeta de crédito, es pensamiento mágico; lograr el propósito de vida mirando las pantallas en todo tipo de dispositivo, es pensamiento mágico; acrecentar la cultura y el lenguaje sin leer, es pensamiento mágico; buscar el amor en las apps y redes sociales, es pensamiento mágico.

Ese autoengaño voluntario que muchos padecen en la vida privada, está también presente, desafortunadamente, en la vida pública. Mejorar la seguridad pública, manteniendo el monopolio del Ministerio Público sobre la investigación criminal, es pensamiento mágico; abatir la violencia feminicida creando una policía de género, es pensamiento mágico; disminuir la incidencia delictiva restableciendo y recuperando espacios y parques públicos, es pensamiento mágico; mejorar la percepción de seguridad en la ciudad, ignorando la “cifra negra”, es pensamiento mágico; empoderar a la mujer ofreciéndole clases de zumba, es pensamiento mágico; mantener finanzas públicas sanas y administrando recursos federales, sin cobrar impuestos y derechos municipales, es pensamiento mágico; abatir la pobreza profundizando la dependencia económica de las personas, es pensamiento mágico; gobernar sin Estado de Derecho, haciendo valer derechos y obligaciones de todas las personas e impidiendo excesos de los gobernantes, es pensamiento mágico.

Esas formas de pensamiento mágico serían risibles, sino fueran, trágicamente, tan frecuentes en la vida real. Como se advierte fácilmente, en la administración pública abunda el pensamiento mágico.

Las acciones gubernamentales, bien intencionadas, pero implementadas sin claridad del problema que se pretende resolver, sin precisar el indicador útil para lograrlo, sin metas de corto, mediano ni largo plazos; sin una teoría causal precisa y transparente y, mucho menos, valorada y validada por la sociedad y los expertos, forman parte del pensamiento mágico gubernamental. Acciones gubernamentales sin metodología de política pública, sin indicadores y metas, terminan por ser un desperdicio de recursos públicos en perjuicio de todas las personas, empezando las que se suponía que se pretendía atender.

La contraparte, lo que la correcta administración pública necesita es el pensamiento racional, fundado en evidencias; es decir, entender que toda la acción gubernamental tiene que plantear una visión clara, fácilmente comprensible en indicadores precisos y públicos, comparables con realidades de otros grupos sociales de similares características, traducidos en metas que siendo ambiciosas sean realizables en el corto plazo, y palpables para la sociedad, es todo lo que se necesita para contar, no sólo con un gobierno, sino con un buen gobierno, lo cual es un derecho fundamental que todos podemos y debemos exigir.

@HuicocheaAlanis