/ sábado 5 de septiembre de 2020

Voz Millenial | La UAEM olvidó a sus mujeres


En este país la política formal de todas las dependencias es patriarcal, jerárquica y “olvidadiza”. Es decir, los directivos (regularmente hombres) apelan al olvido y la resignación de quienes conforman sus comunidades en las organizaciones a través del precioso tiempo que dejan pasar y pasar, para no volver la mirada atrás. Así es como tenemos los problemas en educación, salud, derechos sociales y, sobre todo, en la aplicación de justicia para las mujeres.

Con esto no estoy revictimizando a las mujeres: en todos lados hay mujeres ocupando puesto de poder importantes, pero son las menos (podría dar estadísticas pero hoy no es el tema). Hoy quiero hacer una reflexión nada cautelosa sobre mi Alma Máter, quien debiéndola y temiéndola, nos ha olvidado a sus hijas: alumnas, profesoras y administrativas que hemos sufrido de algún tipo de violencia de género dentro de los espacios académicos.

Y es que la explosión de denuncias se dio en el preámbulo de la pandemia del coronavirus, pero no justifica que las autoridades de la UAEM no sólo se dedicaran a tapar el tremendo escándalo que surgió, en donde, no me cansaré de repetir, verdaderas víctimas fueron acalladas por colectivos que las abanderaron en busca de sus propios intereses políticos, sino que con estos grupos fue con quien mayoritariamente se negoció para llegar a acuerdos convenientes para todos, menos para el verdadero foco de la problemática.

No nos hagamos tontos: pocas personas denunciaron, las que denunciaron siguen sin saber qué ha pasado con sus procesos y para peor, en pocos lugares se dio de baja a los agresores que, en su gran mayoría, como en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Economía, Artes, entre otras, estuvieron siendo protegidos por los directivos o profesores de tiempo completo con mucho poder (económico y político) por ser sus amigos o aliados en situaciones más turbias.

Vamos a ser francos, casos como la Estafa Maestra, en la que desafortunadamente estuvo inmiscuida la UAEM por ser el lavadero económico del PRI estatal durante años, es sólo la punta del iceberg en cuento a la corrupción interna, en donde personajes bien conocidos están protegiendo a agresores porque son cómplices de sus malos manejos o están recomendados por ex gobernadores, ex senadores o empresarios de calaña dinosaúrica.

¿Y qué consecuencias hay? Que el orgullo auriverde se disuelva en una realidad corrupta, en donde se supone que la justicia y la universalidad serían los bastiones del actuar y el discurso interno, aunque olvide que estructuralmente no basta con pláticas sobre violencia de género o cartelitos en las ventanas que lejos de crear conciencia entre los agresores, sirven como adornos institucionales.

Los agresores deben ser investigados, castigados y destituidos (incluye directores, administrativos y, más aún, alumnos). Pero la investigación también debe de incluir denuncias falsas hechas como venganzas personales. Hoy invito a todas las compañeras que han sufrido de acoso, hostigamiento y abuso sexual a actuar sin miedo: somos muchas y contra todas no pueden aunque se nos amenace o se nos quiera manchar nuestro historial académico. Yo perdí un empleo pero sólo me confirmó la necesidad de alzar la voz y señalar a los coludidos. Dejo la pregunta: ¿Cuántas mujeres realmente están al mando en Rectoría, en los espacios académicos y en los órganos de fiscalización? Si la respuesta en menor al 50%, ya nos entendimos entonces.


En este país la política formal de todas las dependencias es patriarcal, jerárquica y “olvidadiza”. Es decir, los directivos (regularmente hombres) apelan al olvido y la resignación de quienes conforman sus comunidades en las organizaciones a través del precioso tiempo que dejan pasar y pasar, para no volver la mirada atrás. Así es como tenemos los problemas en educación, salud, derechos sociales y, sobre todo, en la aplicación de justicia para las mujeres.

Con esto no estoy revictimizando a las mujeres: en todos lados hay mujeres ocupando puesto de poder importantes, pero son las menos (podría dar estadísticas pero hoy no es el tema). Hoy quiero hacer una reflexión nada cautelosa sobre mi Alma Máter, quien debiéndola y temiéndola, nos ha olvidado a sus hijas: alumnas, profesoras y administrativas que hemos sufrido de algún tipo de violencia de género dentro de los espacios académicos.

Y es que la explosión de denuncias se dio en el preámbulo de la pandemia del coronavirus, pero no justifica que las autoridades de la UAEM no sólo se dedicaran a tapar el tremendo escándalo que surgió, en donde, no me cansaré de repetir, verdaderas víctimas fueron acalladas por colectivos que las abanderaron en busca de sus propios intereses políticos, sino que con estos grupos fue con quien mayoritariamente se negoció para llegar a acuerdos convenientes para todos, menos para el verdadero foco de la problemática.

No nos hagamos tontos: pocas personas denunciaron, las que denunciaron siguen sin saber qué ha pasado con sus procesos y para peor, en pocos lugares se dio de baja a los agresores que, en su gran mayoría, como en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales, Economía, Artes, entre otras, estuvieron siendo protegidos por los directivos o profesores de tiempo completo con mucho poder (económico y político) por ser sus amigos o aliados en situaciones más turbias.

Vamos a ser francos, casos como la Estafa Maestra, en la que desafortunadamente estuvo inmiscuida la UAEM por ser el lavadero económico del PRI estatal durante años, es sólo la punta del iceberg en cuento a la corrupción interna, en donde personajes bien conocidos están protegiendo a agresores porque son cómplices de sus malos manejos o están recomendados por ex gobernadores, ex senadores o empresarios de calaña dinosaúrica.

¿Y qué consecuencias hay? Que el orgullo auriverde se disuelva en una realidad corrupta, en donde se supone que la justicia y la universalidad serían los bastiones del actuar y el discurso interno, aunque olvide que estructuralmente no basta con pláticas sobre violencia de género o cartelitos en las ventanas que lejos de crear conciencia entre los agresores, sirven como adornos institucionales.

Los agresores deben ser investigados, castigados y destituidos (incluye directores, administrativos y, más aún, alumnos). Pero la investigación también debe de incluir denuncias falsas hechas como venganzas personales. Hoy invito a todas las compañeras que han sufrido de acoso, hostigamiento y abuso sexual a actuar sin miedo: somos muchas y contra todas no pueden aunque se nos amenace o se nos quiera manchar nuestro historial académico. Yo perdí un empleo pero sólo me confirmó la necesidad de alzar la voz y señalar a los coludidos. Dejo la pregunta: ¿Cuántas mujeres realmente están al mando en Rectoría, en los espacios académicos y en los órganos de fiscalización? Si la respuesta en menor al 50%, ya nos entendimos entonces.

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