/ sábado 25 de septiembre de 2021

Voz Millennial | El sueño de un México educado



Hace un siglo atrás, un 29 de septiembre, Álvaro Obregón encomendó a José Vasconcelos la dirección de la recién creada Secretaría de Educación Pública, un sueño con claroscuros desde su nacimiento: por un lado, pretendía universalizar la mexicanidad y, por otro, alfabetizar cada rincón de un México convulso, sumergido en la miseria de la Revolución.

El sueño empezó como un ideal liberal y hoy, permanece como una herramienta del neoliberalismo, trayendo consigo sinsabores como es tener un modelo educativo instrumental, millones de analfabetas funcionales y un panorama en pandemia donde importa más el trámite administrativo que sembrar la semilla del conocimiento.

La culminación de este panorama en el que educar a cada mexicana y mexicano era la meta para pensar en un futuro próspero y democrático se dio en 2014, cuando 43 estudiantes se convirtieron en el enemigo y símbolo contra aquello que combate la educación: la tiranía política y económica y su hermano incómodo, el crimen organizado.

Pero el sueño sigue en algunas mentes que han sobrevivido gracias a la filosofía (entendida cómo la madre de lo que nos diferencia de otros animales). No obstante, México debe repensar la Educación a través de sus dos pilares: la gratuidad y la formación de pensamiento crítico. A esto, se le debe sumar la perspectiva multicultural, tomando en cuenta los saberes alternos y la deuda con los pueblos originarios.

Y aun así, debemos de lidiar contra la lógica instrumental que crea técnicos y tecnócratas y analfabetas funcionales, es decir, personas que saben leer pero no entienden lo que leen, luego entonces, no crean conocimiento para comprender y juzgar lo que no está bien y nos ha traído hasta esta crisis civilizatoria. Debemos pasar de la eficiencia y la ingeniería a la ética del saber-hacer y el pensamiento comunitario.

A esto, debemos sumarle que estamos en ante las consecuencias de un año de confinamiento por el coronavirus, en el cual la educación pasó a último término, sobreviviendo sólo a por inercia y para cumplir trámites administrativos de los sindicatos y gobiernos. No se han medido las consecuencias de manera sistémica y holística que combinan un sistema endeble y poco funcional con las consecuencias de salud mental entre la comunidad estudiantil.

No hay recetas para recomponer esto que llamamos Educación Pública en México, sólo voluntades separadas que deben unirse para formar una educación que piense ya no en el ciudadano del mundo sino en seres humanos integrales, empáticos y que se piensen como parte de un todo, respetando las diferencias cientos de años negadas.

Y sin embargo, aquí estamos, con más porvenir que historia, con la oportunidad de reformar a la SEP y dejar de lado el interés económico para formar una ciudadanía consciente y pensante. Tenemos que exigir y luchar por ello, se los debemos a quienes soñaron hace 100 años.



Hace un siglo atrás, un 29 de septiembre, Álvaro Obregón encomendó a José Vasconcelos la dirección de la recién creada Secretaría de Educación Pública, un sueño con claroscuros desde su nacimiento: por un lado, pretendía universalizar la mexicanidad y, por otro, alfabetizar cada rincón de un México convulso, sumergido en la miseria de la Revolución.

El sueño empezó como un ideal liberal y hoy, permanece como una herramienta del neoliberalismo, trayendo consigo sinsabores como es tener un modelo educativo instrumental, millones de analfabetas funcionales y un panorama en pandemia donde importa más el trámite administrativo que sembrar la semilla del conocimiento.

La culminación de este panorama en el que educar a cada mexicana y mexicano era la meta para pensar en un futuro próspero y democrático se dio en 2014, cuando 43 estudiantes se convirtieron en el enemigo y símbolo contra aquello que combate la educación: la tiranía política y económica y su hermano incómodo, el crimen organizado.

Pero el sueño sigue en algunas mentes que han sobrevivido gracias a la filosofía (entendida cómo la madre de lo que nos diferencia de otros animales). No obstante, México debe repensar la Educación a través de sus dos pilares: la gratuidad y la formación de pensamiento crítico. A esto, se le debe sumar la perspectiva multicultural, tomando en cuenta los saberes alternos y la deuda con los pueblos originarios.

Y aun así, debemos de lidiar contra la lógica instrumental que crea técnicos y tecnócratas y analfabetas funcionales, es decir, personas que saben leer pero no entienden lo que leen, luego entonces, no crean conocimiento para comprender y juzgar lo que no está bien y nos ha traído hasta esta crisis civilizatoria. Debemos pasar de la eficiencia y la ingeniería a la ética del saber-hacer y el pensamiento comunitario.

A esto, debemos sumarle que estamos en ante las consecuencias de un año de confinamiento por el coronavirus, en el cual la educación pasó a último término, sobreviviendo sólo a por inercia y para cumplir trámites administrativos de los sindicatos y gobiernos. No se han medido las consecuencias de manera sistémica y holística que combinan un sistema endeble y poco funcional con las consecuencias de salud mental entre la comunidad estudiantil.

No hay recetas para recomponer esto que llamamos Educación Pública en México, sólo voluntades separadas que deben unirse para formar una educación que piense ya no en el ciudadano del mundo sino en seres humanos integrales, empáticos y que se piensen como parte de un todo, respetando las diferencias cientos de años negadas.

Y sin embargo, aquí estamos, con más porvenir que historia, con la oportunidad de reformar a la SEP y dejar de lado el interés económico para formar una ciudadanía consciente y pensante. Tenemos que exigir y luchar por ello, se los debemos a quienes soñaron hace 100 años.

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