El mismo López Gatell afirmó que nuestra vida no será la misma después de la pandemia. Quizá afecte nuestra vida cotidiana, nuestras formas de consumo; pero se necesita mucho más para transformar nuestras dinámicas sociales, es decir, cómo nos llevamos entre nosotros. En muchos aspectos nuestra vida será exactamente la misma.
Un debate se ha generado entre dos de los filósofos contemporáneos más notorios; Byung-Chul Han y Slavoj Zizek, mucho se ha centrado la discusión en el impacto humano y social, uno de ellos lo percibe como una oportunidad para construir una sociedad más solidaria, el otro como un abuso que no transformará la economía capitalista que engendra desigualdad.
En semanas anteriores mencioné que la salvación de la economía nacional estaba en el consumo nacional; sin embargo, muchas empresas han estado emitiendo ofertas para incentivar la compra del público mexicano. Importa más la promoción y lo barato que el consumo local. El mexicano seguirá en su eterna disputa entre los demás y el sí mismo.
Consumir lo que genere conveniencia propia, clasificar a las personas en función de la similitud hacia sí mismo y condenar la diferencia, mostrarse superior a otros utilizando las redes sociales que proyectan un poder adquisitivo de consumo exclusivo, rechazar lo diferente por el hecho de serlo, condenar todo lo que es ajeno a uno mismo, apartar y excluir a todo aquel que piense distinto. Eso seguirá.
En los últimos días he observado las discusiones de usuarios en redes sociales sobre la pandemia, el gobierno de AMLO, el crimen organizado. Y una percepción me surge de forma inmediata, constantemente la gente en Facebook, particularmente, mira al otro como ignorante, no hay cabida para mirarlo como experto o conocedor del tema, es la sinergia de las discusiones en redes sociales, el otro no tiene razón.
En las pláticas cotidianas las críticas hacia “el otro”, de forma mutua, están centradas en la disputa por conocer quien tiene la verdad, lo que debe ser, descuidando un sentido de moralidad que me parece debe rescatarse, lo bueno y lo malo, para sí mismo y para los demás.
El problema no es pensar diferente, el problema es cómo nuestro pensamiento constituye una relación con los demás. El racista de piel morena, el homosexual que discrimina, el obrero que es sometido y ejerce una actitud machista en otros escenarios de su vida. Las incongruencias entre quiénes somos y cómo lo olvidamos para ejercer conductas agresivas con los demás sin vernos a nosotros mismos.
La anormalidad de siempre es insistir en vernos diferentes y exclusivos, en una incapacidad de vernos iguales a los demás. A los mexicanos eso les cuesta. No somos iguales.
No sé cuál sea esa “Nueva normalidad” a la que se refieren los medios de comunicación tradicionales, los espacios públicos se ven alterados; pero ese distanciamiento físico en los restaurantes sólo es una metáfora de lo distanciados que estamos socialmente, el espacio entre mesas sólo acentúa esa indisposición del mexicano de acercarse al otro. Me preocupa la anormalidad de siempre.