Con tonos agridulces, sabores estridentes y sonidos púrpuras, la noche toma lugar en el espacio. La danza, el canto y la feminidad se articulan en una sinfonía de exaltación. Drag es burla, Drag es crítica, Drag es un enfrentamiento a los principios tradicionales de identidad y roles de género.
Cuando el sol se posa en vertical, César Borja es estudiante de la licenciatura en Comunicación en la Universidad Nacional Autónoma de México, sin embargo, cuando aquél se desvanece, César emerge en los escenarios como Santa, su caracterización de Drag Queen.
“Santa es una señora elegante, sofisticada, con clase, usa mucho todo el glamour barroco… una sensualidad rara, es como dominatrix, y es sublime, es muy recatada”.
El transformismo llegó a su vida como una chispa que, acompañada de viento, se atizó hasta convertirse en incendio. Hace cuatro años, en un bar, conoció a dos jóvenes personificados como mujeres; sin saber de qué se trataba, halló una fascinación en sus vestimentas coloridas y sus personalidades excéntricas. Llegado el Halloween, el debutante estudiante universitario, en aquel momento, se miró al espejo por primera vez con pestañas largas y un atuendo que emulaba cierta feminidad.
“Empezó como un juego, como una noche de Halloween, después me cuestioné y dije: ‘¿por qué solo hacerlo una vez?, si hay personas que lo hacen más tiempo’, y me empecé a meterme más y más”.
En un bar llamado Diamond se fraguó su siguiente encuentro con el arte de la transformación. Un concurso lo motivó. Tomó el esmalte de uñas y el maquillaje sin advertir que el dragqüinismo inundaría fibras todavía
desconocidas.
EL VEREDICTO INEXORABLE
El Drag es caricaturesco y bufón, cuestiona convencionalismos y comportamientos, es una mescolanza de masculinidad, feminidad e incluso animalismo, no obstante, también es un muro lapidado por la desinformación y el recato. Una vez definidos sus intereses, ahora el joven debía encarar el juicio de sus seres queridos.
Para César Borja, la aceptación de su familia hacia su práctica no fue un camino tan rocoso como el que enfrentan millones de jóvenes alrededor del mundo cuando externan sus orientaciones, identidades o expresiones de género. El prejuicio apareció ineludiblemente, sin embargo, pronto devino en un halo de convivencia entre los suyos.
Los atuendos exuberantes que lo cubren se han convertido para él en una máscara que libera sus impulsos y vocifera ironía hacia lo establecido, no obstante, aclara, su personalidad no cambia, solo se “engrandece”.
UN ARTE EN DESCUBRIMIENTO
El origen de esta dedicación se remonta al siglo XIX cuando hombres se vestían como mujer de una manera burda como proyección cómica de los comportamientos de la época. Un siglo después, durante la revolución sexual de los 60, ser drag se convirtió en un estilo de crítica política y social. La juventud se hallaba en redefinición y múltiples expresiones se volvieron insurrectas.
Si bien el dragqüinismo lleva décadas practicándose, César comenta que en México es una usanza reciente detonada a partir de un reallity show estadunidense llamado RuPaul’s Drag Race. Para Borja, la popularización del Drag Queen ha fungido en detrimento de quienes viven de ello, pues los bares organizan contiendas en los que se enfrentan drags por un premio. Estos eventos resultan gratuitos, por lo que los establecimientos ya no contratan intérpretes como entretenimiento para el público.
Sería ocioso plantear vaticinios sobre el futuro del Drag Queen en México. Los avances o retrocesos de la comunidad LGBTTTIQ en la sociedad significan para esta práctica un sorteo de parajes diversos.
La penumbra es el escenario perfecto para lo recóndito. El Drag colorea las sombras y sonoriza los silencios. Es una catarsis a los deseos reprimidos.
