Almoloya de Juárez, México.- Fermín, Miguel Ángel, Beatriz, las hermanas Yuriko y Daneyra, se mantienen impacientes detrás de la burbuja de cristal de la sala cuatro. El único que aguarda afuera de esa prisión imaginaria, es don Cutberto, por la prisión domiciliaria que le definieron.
Es el primer día de audiencias por la búsqueda de libertad de los seis comuneros de Salazar Lerma. La primera vez que pisan la sala de los juzgados. Pero aunque el horario se recorrió casi media hora este lunes, no les importa. Hay esperanza, porque ya han esperado un año y cinco meses para ese momento.
“¡Libertad, libertad, a los presos por luchar!”, repiten con euforia a las afueras de los juzgados, en un escenario alterno al de la sala cuatro las familias de los seis.
Todo el ambiente que han desplazado los habitantes hasta los juzgados del Primer Distrito de Toluca hasta el penal de Santiaguito, remontan a aquel 31 de agosto de 2017, cuando ocho comuneros de Salazar, Lerma fueron detenidos en medio de un operativo desplazado con más de mil policías.
Ya ha transcurrido más de un año y cinco meses. Pero su movilización y activismo cobra fuerza, porque coincide con la liberación de tres campesinos nahuas de San Pedro Tlanixco apenas el domingo, quienes en una lucha similar, fueron detenidos entre 2003 y 2006 por defender los manantiales de agua de su pueblo.
AUDIENCIA
Pasan las 13:50 horas, por fin ingresa la jueza. Todos de pie. Al interior de la burbuja los seis visten de azul, comparten un banco que se dispone en la pequeña jaula, diseñada solo para que una persona esté al interior. El ocupar el asiento se comparte por turnos, así se hará durante más de dos horas y media.
Las miradas de los seis son atentas, escuchan las instrucciones de la jueza: “¿Algo que quieran decir?”, pregunta, “no nada”, contestan los seis.
La sala la ocupan unas 20 personas. Allí están Maribel, madre de las hermanas Yuriko y Daneyra, quien lanza saludos con señas disimuladas, también Rosalba, esposa de Miguel Ángel. Don Cutberto permanece al lado de los dos abogados.
El escenario se crispa después de los primeros 15 minutos, cuando ya se ha dado lectura a la narrativa de los hechos. La jueza pide a los representantes del Ministerio Público enlistar las pruebas y testigos que registraron para esa primera audiencia.
De forma sorpresiva, entre los tres testigos, (dos de ellos policías), entra el abogado Mario Alberto “N”, el principal acusador de los comuneros. Los arrebata el silencio. Es el primero en testificar.
El abogado pide que le hablen fuerte: “Desde ese día tengo problemas de audición, no les entiendo”, indica a los litigantes.
Su testimonio es el más largo y desglosa todo lo que recuerda, en medio de su hilo de ideas, suelta lágrimas, pide que loa esperen para seguir: “En mis treinta años de carrera, nunca me había pasado algo como esto”, reprocha. Los cuestionamientos pasan a los abogados de Salazar.
La mayoría del tiempo se ocupa en definir el delito de robo con violencia de un celular. Es el delito más fuerte que los ha mantenido en prisión.
Desde la burbuja de cristal los seis se muestran incrédulos, quizás reprochando que llevan un año y cinco meses en prisión y no han recibido terapias como su acusador.
Yuriko se muestra como la más impaciente, juega con su cabello y pierde la mirada hacia el público, busca a su madre para liberar el estrés.
La audiencia sigue y los abogados confrontan directo: “¿Cuánto ha gastado en terapia hasta hoy'”, preguntan, “como unos trescientos mil pesos”, contesta el declarante.
Las preguntas prosiguen: “¿y por que no lo comprueba?”, le lanzan de nuevo los litigantes finalmente.
“Es todo, el testigo puede retirarse de la sala o permanecer entre el público”, le ofrece la jueza. Llaman a los dos testigos restantes. Dos policías que esclarecen y a portan poco.
Desde el estrado la jueza define la próxima fecha de la segunda audiencia: “Se programa para el cuatro de marzo”, dictamina. Todos de pie. Desde la burbuja en los últimos segundos fuera de las rejas de Santiaguito, los seis lanzan señas en paralenguaje, van besos, manos abiertas de gracias y en forma de corazón.
La sala queda vacía por fin. Afuera la euforia no quiere retirarse, el camión en el que llegaron las familias aguarda, pero los gritos siguen, se repiten.
Hay esperanza, por fin en Maribel y Rosalba se dibuja una sonrisa.