/ lunes 19 de febrero de 2018

Crónica de 40 Asaltos

Tras 17 años de experiencia en "el volante" un chofer relata sus encuentros con la delincuencia

Mauro, el “Pepino”, salta de su asiento y se recuesta en el pasillo de su unidad para simular el primer asalto que vivió en el transporte público. Tenía 17 años en aquel entonces. Su bautizo en los camiones lo dejó aturdido, pero no le quitó las ganas de hacerse chofer.

“¡Nos amagaron y a mí me tiraron al piso, órale acuéstese ahí y pum, dos cachazos en la cabeza! me ‘basculearon’ y me quitaron la morralla, porque yo cobraba”.

Actualmente tiene 34 años de edad, 17 de experiencia en el volante, así lo precisa, y en su cuenta enumera no menos de 40 asaltos.

La ruta que hace es de la Terminal de Toluca a la cabecera de Xonacatlán, es similar a la que hacía en sus inicios de cacharpo, cuando daba servicio hasta El Toreo, en Naucalpan, para la línea Estrella del Noreste.

Retornó a la ruta hace tres años porque hay más pasaje y la cuenta es menos flaca.

Luce una playera blanca que deja al descubierto sus brazos cubiertos de grasa por las reparaciones a su camión, también un par de cicatrices que le rayan la piel. Dice que fueron hechas en otros asaltos a navaja.

“Aquí es el pan de cada día, pero creo que como todo trabajo tenemos riesgos, nunca sabes”, sostiene el chofer.

¿Eso no te desanima? se le pregunta.

“No, ya está uno curado de espanto, apenas el viernes fue la última vez, en la parada de ‘El Árbol’”, enlista el “Pepino”.

Se refiere a la parada ubicada en la carretera Toluca-Naucalpan en jurisdicción de Otzolotepec y considerada una de las más peligrosas para el transporte en el valle de Toluca.

En este atraco, relata el camionero, fueron tres hombres quienes subieron como pasajeros. Usaron la táctica de abordar primero un asaltante para contar el número de víctimas, en la siguiente parada subieron dos más y comenzaron el asalto.

“¡Nos pasaron lista a todos!”, testifica mientras suelta una risa corta. “Yo traía unos cuarenta pasajeros y unos seis parados”.

¿Hubo disparos?

“Sí, dos, mira y atrás otro, uno amoló la ventanilla de allá”, vuelve a soltar su risa disimulada.

¿Y otro asalto que recuerdes?

“¡Uy, hartos, como unos cuarenta”, revela.

La violencia que tiñe de inseguridad al transporte público lo ha hecho inmutable, su discurso es casi natural al hablar de los hechos. Charla abierto con dos desconocidos que sólo le presentan una credencial. Huele a lo lejos a quienes sí son asaltantes.

Los asaltos al transporte público se cometen sobre todo en unidades que van semillenas, porque es fácil de maniobrar, cuando no hay acompañante o cacharpo que auxilie y las rutas pasan por parajes solitarios, según datos de la Cámara Nacional del Autotransporte Pasaje y Turismo (Canapat).

Mauro cuenta que durante un asalto, una vez que suben los delincuentes, se apagan las luces del camión y se modera la velocidad, en los siguientes tres minutos se consuma el robo y los agresores bajan como cualquier pasajero. Así funciona el crimen a bordo.

“Una vez me secuestraron y me fueron a tirar con el camión desvalijado”, regresa a sus relatos el “Pepino”.

“Me abordaron aquí afuera de la Terminal y me trajeron como seis horas amarrado en los asientos de atrás”, señala.

¿Te golpearon?

“A puro puñetazo me amarraron de pies y manos hasta que le quitaron las llantas, fueron cuatro que vendieron a una talachera, yo me imagino, porque no pude ver nada”.

¿Y hasta dónde te llevaron?

“Aquí en el Wal-Mart de Tollocan, sin camisa y descalzo, sólo amarrado de los pies, no se mancharon más conmigo”, recuerda.

Su camión quedó sin baterías y llantas, las cuales le cambiaron por unas viejas, las pérdidas fueron mínimas, pero por un momento imaginó perder su vida, dice.

“Sí mi cuate, así son estas cosas, ta’ duro”, recrimina Mauro, al momento en que da marcha a su camión para calentar el motor. La charla duró el tiempo que engrasó y enceró la carrocería. Luego huyó, como señal que ya no había más por decir.

¿Y de esos cuarenta asaltos, cuántos denunciaste?

“No muchos, como unos seis”.

La respuesta es franca y es la realidad de la cifra negra que absorbe la rutina diaria de la incidencia en el transporte público mexiquense.

El “Pepino”, lo sabe.

Mauro, el “Pepino”, salta de su asiento y se recuesta en el pasillo de su unidad para simular el primer asalto que vivió en el transporte público. Tenía 17 años en aquel entonces. Su bautizo en los camiones lo dejó aturdido, pero no le quitó las ganas de hacerse chofer.

“¡Nos amagaron y a mí me tiraron al piso, órale acuéstese ahí y pum, dos cachazos en la cabeza! me ‘basculearon’ y me quitaron la morralla, porque yo cobraba”.

Actualmente tiene 34 años de edad, 17 de experiencia en el volante, así lo precisa, y en su cuenta enumera no menos de 40 asaltos.

La ruta que hace es de la Terminal de Toluca a la cabecera de Xonacatlán, es similar a la que hacía en sus inicios de cacharpo, cuando daba servicio hasta El Toreo, en Naucalpan, para la línea Estrella del Noreste.

Retornó a la ruta hace tres años porque hay más pasaje y la cuenta es menos flaca.

Luce una playera blanca que deja al descubierto sus brazos cubiertos de grasa por las reparaciones a su camión, también un par de cicatrices que le rayan la piel. Dice que fueron hechas en otros asaltos a navaja.

“Aquí es el pan de cada día, pero creo que como todo trabajo tenemos riesgos, nunca sabes”, sostiene el chofer.

¿Eso no te desanima? se le pregunta.

“No, ya está uno curado de espanto, apenas el viernes fue la última vez, en la parada de ‘El Árbol’”, enlista el “Pepino”.

Se refiere a la parada ubicada en la carretera Toluca-Naucalpan en jurisdicción de Otzolotepec y considerada una de las más peligrosas para el transporte en el valle de Toluca.

En este atraco, relata el camionero, fueron tres hombres quienes subieron como pasajeros. Usaron la táctica de abordar primero un asaltante para contar el número de víctimas, en la siguiente parada subieron dos más y comenzaron el asalto.

“¡Nos pasaron lista a todos!”, testifica mientras suelta una risa corta. “Yo traía unos cuarenta pasajeros y unos seis parados”.

¿Hubo disparos?

“Sí, dos, mira y atrás otro, uno amoló la ventanilla de allá”, vuelve a soltar su risa disimulada.

¿Y otro asalto que recuerdes?

“¡Uy, hartos, como unos cuarenta”, revela.

La violencia que tiñe de inseguridad al transporte público lo ha hecho inmutable, su discurso es casi natural al hablar de los hechos. Charla abierto con dos desconocidos que sólo le presentan una credencial. Huele a lo lejos a quienes sí son asaltantes.

Los asaltos al transporte público se cometen sobre todo en unidades que van semillenas, porque es fácil de maniobrar, cuando no hay acompañante o cacharpo que auxilie y las rutas pasan por parajes solitarios, según datos de la Cámara Nacional del Autotransporte Pasaje y Turismo (Canapat).

Mauro cuenta que durante un asalto, una vez que suben los delincuentes, se apagan las luces del camión y se modera la velocidad, en los siguientes tres minutos se consuma el robo y los agresores bajan como cualquier pasajero. Así funciona el crimen a bordo.

“Una vez me secuestraron y me fueron a tirar con el camión desvalijado”, regresa a sus relatos el “Pepino”.

“Me abordaron aquí afuera de la Terminal y me trajeron como seis horas amarrado en los asientos de atrás”, señala.

¿Te golpearon?

“A puro puñetazo me amarraron de pies y manos hasta que le quitaron las llantas, fueron cuatro que vendieron a una talachera, yo me imagino, porque no pude ver nada”.

¿Y hasta dónde te llevaron?

“Aquí en el Wal-Mart de Tollocan, sin camisa y descalzo, sólo amarrado de los pies, no se mancharon más conmigo”, recuerda.

Su camión quedó sin baterías y llantas, las cuales le cambiaron por unas viejas, las pérdidas fueron mínimas, pero por un momento imaginó perder su vida, dice.

“Sí mi cuate, así son estas cosas, ta’ duro”, recrimina Mauro, al momento en que da marcha a su camión para calentar el motor. La charla duró el tiempo que engrasó y enceró la carrocería. Luego huyó, como señal que ya no había más por decir.

¿Y de esos cuarenta asaltos, cuántos denunciaste?

“No muchos, como unos seis”.

La respuesta es franca y es la realidad de la cifra negra que absorbe la rutina diaria de la incidencia en el transporte público mexiquense.

El “Pepino”, lo sabe.

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