/ jueves 30 de julio de 2020

"Pues sí da miedo pero tenemos que regresar a la oficina"

Mario y Jazmín son una pareja que enfrenta una nueva realidad y diversos protocolos en el servicio público

El reloj marca las 9:00 de la mañana en punto. Mario y Jazmín caminan presurosos por la calle de Independencia, en el centro de Toluca. Están a punto de llegar a su espacio de trabajo, una oficina de gobierno del estado.

Su paso se detiene por unos segundos. Ven a otros servidores públicos con la misma rutina. Jazmín no puede evitar que su cuerpo se estremezca. Pareciera ser un día normal de regreso a sus actividades en la oficina, pero no, son tiempos de Covid-19 y el virus ronda en todos lados.

El retorno al trabajo de oficina es hacer a diario una brecha acechada por un virus, es anticiparse a la enfermedad con gel antibacterial, cubrebocas y una mascarilla, si se puede, de esas que cuestan 150 pesos.

También es una ruta de incertidumbre. Es evitar ver el menú de noticias que a diario se generan por la pandemia.

Lo que no han podido evitar es enterarse que al compañero de la oficina lo detectaron como positivo y la mitad de la oficina debe confinarse, y que falleció un conocido que recibía y sellaba oficios.

"Pues sí da miedo pero tenemos que regresar a la oficina", responde Jazmín, sobre los cuestionamientos.

Y es que luego de más de tres meses de permanecer en casa realizando "home office", con la entrada del semáforo naranja la mayoría servidores públicos mexiquenses debieron retornar a las oficinas.

NUEVO ENTORNO

Pero la vida en el centro de la ciudad ya no es la misma. Hay elevada afluencia peatonal. Casi la totalidad de los transeúntes usa cubrebocas. Ahora se percatan que las mascarillas asimilan a un Tokio en días de contingencia ambiental.

Las miradas escondidas debajo de caretas y anteojos, parecen los de niños que comienzan a conocer un nuevo escondite de casa.

Hombres de traje van a paso veloz en su misma dirección. Notan que ahora los negocios han abierto más temprano. Allí, en la calle huele a alcohol sanitizante. Se percibe el miedo.

Su descripción de ese recorrido que hacen a diario lo pueden relatar como un croquis que se replica en una fotocopiadora.

Pero su meditar lo interrumpe una vista conocida. Ya están a unos pasos del acceso a su trabajo. Jazmín se apresura a sacar de su bolsa la botellita de gel antibacterial que compró para cuando sale al trabajo. Se unta en las manos y frota generosamente para después moverlas y esperar a que seque.

Un distraído se para a su lado para hacer el mismo ritual. Sin ser irrespetuosa o exhibir su desconfianza, se aleja un poco, sabe que el distanciamiento es la medida más efectiva para evitar posibles contagios. Se despide de su esposo Mario.

"Te veo por la tarde". Hace un ademán al viento. Ahora ese gesto sustituye al beso de antaño.

Al dejar su bolso, Jazmín limpia su lugar con un aerosol que adquirió en un día de compras. No sabe si de verdad ese líquido es tan seguro como dicen, pero el usarlo ya es una norma en la nueva normalidad.

"Los niños ahorita están con su abuela, es que no podemos traerlos a la chamba," cuenta Mario, que también va camino a otra oficina. "tampoco hay guarderías o escuela", añade, mientras observa las ofertas que hay en un local. Todavía no definen quién los acompañará en las clases virtuales, que se prevé vuelvan a instrumentarse.

Jazmín reanudó labores el 1 de julio y Mario un poco después. Los han rotado para laborar unos días desde casa.

"Ojalá que no llueva", repone Mario. Pero el cielo está gris y con probabilidad usará el camión para regresar en la tarde a casa. Eso implica estar más cerca del virus.

El reloj marca las 9:00 de la mañana en punto. Mario y Jazmín caminan presurosos por la calle de Independencia, en el centro de Toluca. Están a punto de llegar a su espacio de trabajo, una oficina de gobierno del estado.

Su paso se detiene por unos segundos. Ven a otros servidores públicos con la misma rutina. Jazmín no puede evitar que su cuerpo se estremezca. Pareciera ser un día normal de regreso a sus actividades en la oficina, pero no, son tiempos de Covid-19 y el virus ronda en todos lados.

El retorno al trabajo de oficina es hacer a diario una brecha acechada por un virus, es anticiparse a la enfermedad con gel antibacterial, cubrebocas y una mascarilla, si se puede, de esas que cuestan 150 pesos.

También es una ruta de incertidumbre. Es evitar ver el menú de noticias que a diario se generan por la pandemia.

Lo que no han podido evitar es enterarse que al compañero de la oficina lo detectaron como positivo y la mitad de la oficina debe confinarse, y que falleció un conocido que recibía y sellaba oficios.

"Pues sí da miedo pero tenemos que regresar a la oficina", responde Jazmín, sobre los cuestionamientos.

Y es que luego de más de tres meses de permanecer en casa realizando "home office", con la entrada del semáforo naranja la mayoría servidores públicos mexiquenses debieron retornar a las oficinas.

NUEVO ENTORNO

Pero la vida en el centro de la ciudad ya no es la misma. Hay elevada afluencia peatonal. Casi la totalidad de los transeúntes usa cubrebocas. Ahora se percatan que las mascarillas asimilan a un Tokio en días de contingencia ambiental.

Las miradas escondidas debajo de caretas y anteojos, parecen los de niños que comienzan a conocer un nuevo escondite de casa.

Hombres de traje van a paso veloz en su misma dirección. Notan que ahora los negocios han abierto más temprano. Allí, en la calle huele a alcohol sanitizante. Se percibe el miedo.

Su descripción de ese recorrido que hacen a diario lo pueden relatar como un croquis que se replica en una fotocopiadora.

Pero su meditar lo interrumpe una vista conocida. Ya están a unos pasos del acceso a su trabajo. Jazmín se apresura a sacar de su bolsa la botellita de gel antibacterial que compró para cuando sale al trabajo. Se unta en las manos y frota generosamente para después moverlas y esperar a que seque.

Un distraído se para a su lado para hacer el mismo ritual. Sin ser irrespetuosa o exhibir su desconfianza, se aleja un poco, sabe que el distanciamiento es la medida más efectiva para evitar posibles contagios. Se despide de su esposo Mario.

"Te veo por la tarde". Hace un ademán al viento. Ahora ese gesto sustituye al beso de antaño.

Al dejar su bolso, Jazmín limpia su lugar con un aerosol que adquirió en un día de compras. No sabe si de verdad ese líquido es tan seguro como dicen, pero el usarlo ya es una norma en la nueva normalidad.

"Los niños ahorita están con su abuela, es que no podemos traerlos a la chamba," cuenta Mario, que también va camino a otra oficina. "tampoco hay guarderías o escuela", añade, mientras observa las ofertas que hay en un local. Todavía no definen quién los acompañará en las clases virtuales, que se prevé vuelvan a instrumentarse.

Jazmín reanudó labores el 1 de julio y Mario un poco después. Los han rotado para laborar unos días desde casa.

"Ojalá que no llueva", repone Mario. Pero el cielo está gris y con probabilidad usará el camión para regresar en la tarde a casa. Eso implica estar más cerca del virus.

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