/ martes 6 de octubre de 2020

Historia | La ardua labor de un reciclador en tiempos de Covid-19

El ciclo de la basura consiste en recolectar, separar, compactar y volver a iniciar por unos pesos pues el kilo de PET vale tres pesos y el de cartón 90 centavos


Debajo de un techo de cartón negro, la familia de Rosa María Martínez ameniza un almuerzo que apenas digieren entre un cóctel de moscas que se pegan a todo, incluida la carne misma y las fosas nasales.

Pablito, el hijo de Rosa y José Inés Francisco, sonríe a la entrada de esa cocina después de haber embuchado el corto almuerzo y mira al grupo de activistas que llegaron al terreno donde reciclan para instarles un sistema de cosecha de agua.

Encima de la cocinita levantada de tabique y tablas hay una antena de VtV, que es igual de prescindible que el agua en el barrio olvidado de Las Minas de San Miguel Totocuitlapilco.

"Esos costales se miran grandes pero pesan poco y pagan poco, es poco dinero", cuenta José Inés Francisco, el cabecilla de familia.

Allí en las Minas de Toto, el ciclo de la basura consiste en recolectar, separar, compactar y volver a iniciar por unos pesos pues el kilo de PET vale tres pesos y el de cartón 90 centavos.

Por semana, si nos va bien, andamos sacando ciento cuenta kilos, pero haga la cuenta de a tres pesos.

Las Minas es un lugar ubicado al lado sur de San Miguel Toto. Son una docena de casitas instaladas entre los terrenos rascados que dejaron las máquinas que lavaron grava y arena; se llega por brechas serpenteadas en las que no hay alumbrado público, agua potable, ni luz eléctrica.

La vida ahí se debe pepenar, muestra de ello es que se improvisa la luz con una lámpara que hallaron entre lo reciclado y el agua con unos contenedores prestados que deben llenar cada semana.

En tiempos de Covid-19 el hogar de Rosa Martínez y José Inés pareciera que tiene inmunidad porque si antes no han caído por una disentería, sarampión, fiebre por alguna infección que atraigan las moscas o por respirar ese tufo de los lixiviados que retuerce el estómago, es difícil que el virus los tire. "Ya tenemos catorce años viviendo aquí, y uno se acostumbra", dice Rosa María.

La pareja se mudó con sus hijos de la colonia La Michoacana a un terreno en Las Minas que les facilitaron, en el que se levantó la casa con programas como Piso Firme y del que aún cuelga en el tabique de la pared el pedazo de lámina que le puso el gobierno como su placa de combate contra la pobreza.

"Antes nos quedamos en unos cuartos que están allá", señala María unos cajones de madera con techo de trapos.

Solo por ratos la familia se olvida del tufo de los lixidiados que desprende la basura que reciclan cuando salen a las colonias a recolectar las cuales van desde San Miguel Totocuitlapilco hasta Santa Ana Tlapaltitlán en Toluca. No van más allá porque el negocio de recolectores tiene reglas y dominios. "Nos tocan algunas colonias, vamos unas visto veces por semana y esto es lo que sale", añade.

Sobre uno de los jumbos de PET, José Inés explica que entre más compacto, más dinero se puede obtener por un costal de 50 kilos. "Me subo a pisarlo pa' que pese más", dice José mientras reprocha que la camioneta le está fallando y no puede salir a recolectar.

Recibieron la visita de un grupo de activistas que los seleccionaron para instalarles un sistema de cosecha de agua, con el que ya no deberán comprar agua o por lo menos podrán ocupar la que se recupere de la lluvia. "Ya vamos a tener para bañarnos", sonríe Rosa.

Su patrimonio en Las Minas ha sido con donaciones y con el recicle de todo lo que los demás desechan.

"Tengo más hijos peor ya se casaron y se fueron", cuenta la pepenadora. Solo le queda Pablito quien pareciera que vive en Disneylandia por esa sonrisa que echa.


Debajo de un techo de cartón negro, la familia de Rosa María Martínez ameniza un almuerzo que apenas digieren entre un cóctel de moscas que se pegan a todo, incluida la carne misma y las fosas nasales.

Pablito, el hijo de Rosa y José Inés Francisco, sonríe a la entrada de esa cocina después de haber embuchado el corto almuerzo y mira al grupo de activistas que llegaron al terreno donde reciclan para instarles un sistema de cosecha de agua.

Encima de la cocinita levantada de tabique y tablas hay una antena de VtV, que es igual de prescindible que el agua en el barrio olvidado de Las Minas de San Miguel Totocuitlapilco.

"Esos costales se miran grandes pero pesan poco y pagan poco, es poco dinero", cuenta José Inés Francisco, el cabecilla de familia.

Allí en las Minas de Toto, el ciclo de la basura consiste en recolectar, separar, compactar y volver a iniciar por unos pesos pues el kilo de PET vale tres pesos y el de cartón 90 centavos.

Por semana, si nos va bien, andamos sacando ciento cuenta kilos, pero haga la cuenta de a tres pesos.

Las Minas es un lugar ubicado al lado sur de San Miguel Toto. Son una docena de casitas instaladas entre los terrenos rascados que dejaron las máquinas que lavaron grava y arena; se llega por brechas serpenteadas en las que no hay alumbrado público, agua potable, ni luz eléctrica.

La vida ahí se debe pepenar, muestra de ello es que se improvisa la luz con una lámpara que hallaron entre lo reciclado y el agua con unos contenedores prestados que deben llenar cada semana.

En tiempos de Covid-19 el hogar de Rosa Martínez y José Inés pareciera que tiene inmunidad porque si antes no han caído por una disentería, sarampión, fiebre por alguna infección que atraigan las moscas o por respirar ese tufo de los lixiviados que retuerce el estómago, es difícil que el virus los tire. "Ya tenemos catorce años viviendo aquí, y uno se acostumbra", dice Rosa María.

La pareja se mudó con sus hijos de la colonia La Michoacana a un terreno en Las Minas que les facilitaron, en el que se levantó la casa con programas como Piso Firme y del que aún cuelga en el tabique de la pared el pedazo de lámina que le puso el gobierno como su placa de combate contra la pobreza.

"Antes nos quedamos en unos cuartos que están allá", señala María unos cajones de madera con techo de trapos.

Solo por ratos la familia se olvida del tufo de los lixidiados que desprende la basura que reciclan cuando salen a las colonias a recolectar las cuales van desde San Miguel Totocuitlapilco hasta Santa Ana Tlapaltitlán en Toluca. No van más allá porque el negocio de recolectores tiene reglas y dominios. "Nos tocan algunas colonias, vamos unas visto veces por semana y esto es lo que sale", añade.

Sobre uno de los jumbos de PET, José Inés explica que entre más compacto, más dinero se puede obtener por un costal de 50 kilos. "Me subo a pisarlo pa' que pese más", dice José mientras reprocha que la camioneta le está fallando y no puede salir a recolectar.

Recibieron la visita de un grupo de activistas que los seleccionaron para instalarles un sistema de cosecha de agua, con el que ya no deberán comprar agua o por lo menos podrán ocupar la que se recupere de la lluvia. "Ya vamos a tener para bañarnos", sonríe Rosa.

Su patrimonio en Las Minas ha sido con donaciones y con el recicle de todo lo que los demás desechan.

"Tengo más hijos peor ya se casaron y se fueron", cuenta la pepenadora. Solo le queda Pablito quien pareciera que vive en Disneylandia por esa sonrisa que echa.

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