/ martes 3 de julio de 2018

La edad no es impedimento; el baile, un antídoto perfecto para vivir

Cientos de personas se reúnen cada semana para pasar monumentos de alegría


Toluca, México.- Ni el charol moviéndose de un lado a otro, ni las zapatillas brillantes con tacón alto y bien sujetado a los pies femeninos, ni los vistosos trajes de colores que parece dirigen elegantes pasos de baile salidos de un ropero que guarda celosamente aquellos tiempos pasados; opacan la alegría expulsada por las sonrisas de esas personas cuya edad sólo representa una cifra y cada domingo vuelven a vivir y soñar, vuelven a reír y llorar, pero sobre todo vuelven a bailar.

Es cierto, no es el gran salón de baile Los Ángeles de la Ciudad de México, pero es el objetivo es el mismo, el salón “Rebeca” se convierte en un gran campo de desahogo, de olvidar que el pelo se ha cubierto de blanco, que la vista necesita de la ayuda de unos anteojos inclusive que las rodillas suenan.

Foto: Daniel Camacho.

Levantarse tarde, ir a misa, salir a almorzar, ver fútbol o quizás una película y finalmente dormir, era la orden del día de todos los domingos que por años llevó a cabo don Genaro, un hombre de la tercera edad vecino de la colonia Américas, que decidió a acudir a este salón de baile ubicado sobre la calle de Texcoco.

Desde la calle, el sonido de los tambores y las trompetas que nace de las sonoras, agrupaciones que acuden domingo a domingo a este lugar, invitan a los despistados a preguntarse ¿qué es lo que pasa en este lugar?.

Cada domingo poco más de 300 personas de la tercera edad que forman parte de la Asociación Mexiquense “Adultos Mayores del Estado de México A.C.” terminan de comer y van directamente a su armario. Ahí, escarban y escarban, como si buscarán un tesoro. Una vez hallada su vestimenta, van y retan al espejo, a quien lo vencen al final.

Salen de sus hogares envueltos con elegantes vestuarios que los transforman en jóvenes de nuevo. Esa transformación es total, una vez que cruzan la puerta negra que parece ser se convierte en una frontera de dos mundos distintos.

Ya en la cuadriculada pista de baile la edad no importa. La energía de un buen danzón no afecta en nada a una persona de 80 años de edad. Todo se convierte en baile. Los ritmos de una cumbia, cha cha cha, danzón y hasta una salsa, logran que los tacones del calzado se muevan en un armonia, paso a paso forman un perfecta figura geométrica con los pies.

El guiro de la sonora “Miel Mágica” y “La Continental” no dejan de sonar y aunque en cada pausa por canción, las jóvenes siluetas tomaban un descanso, segundos después salían de nueva cuenta y se apoderaban de la pista. La alegría y el ánimo expulsado por la frescura de cada persona, se asemejaba a una alberca de pelotas, donde los niños brincan y juegan sin parar.

El sonar de los tambores, el chillar de las trompetas, el rasgueo del teclado y las voces de quienes son los encargados de aderezar el baile, no paran durante casi tres horas continuas en las que don Jesús con un poco más de 80 años de edad, y su pareja, se adueñan de la canción.

Ni un instante es desperdiciado, ya que mientras la música deja de sonar por momentos, las mujeres lo ocupan para mirarse al espejo y retocarse el rostro, así como para izar su abanico. En tanto los hombres se acomodan el sombrero, se arreglan el bigote, se mueven los anteojos o simplemente aprovechan para tomar de la mano a su pareja.

A este lugar también son invitados los achaques de la edad, pero las enfermedades también toman un calmante, es más hasta sanan. Una diálisis por problemas renales, una diabetes o hasta una enfermedad terminal, se rinden, firman una tregua para permitir que estas personas puedan volar, huir, salir de sí y bailar, bailar y bailar.

“No hay palabras para descifrar”, reza una guapachosa canción de cumbia que transforma el ambiente tan ameno que cada domingo se apodera del salón “Rebeca”. Por eso resulta difícil citar o calificar esa energía que se desprende. Es magia o quizás un hechizo, lo cierto es que con esa pócima llamada música, vuelves a vivir.


Toluca, México.- Ni el charol moviéndose de un lado a otro, ni las zapatillas brillantes con tacón alto y bien sujetado a los pies femeninos, ni los vistosos trajes de colores que parece dirigen elegantes pasos de baile salidos de un ropero que guarda celosamente aquellos tiempos pasados; opacan la alegría expulsada por las sonrisas de esas personas cuya edad sólo representa una cifra y cada domingo vuelven a vivir y soñar, vuelven a reír y llorar, pero sobre todo vuelven a bailar.

Es cierto, no es el gran salón de baile Los Ángeles de la Ciudad de México, pero es el objetivo es el mismo, el salón “Rebeca” se convierte en un gran campo de desahogo, de olvidar que el pelo se ha cubierto de blanco, que la vista necesita de la ayuda de unos anteojos inclusive que las rodillas suenan.

Foto: Daniel Camacho.

Levantarse tarde, ir a misa, salir a almorzar, ver fútbol o quizás una película y finalmente dormir, era la orden del día de todos los domingos que por años llevó a cabo don Genaro, un hombre de la tercera edad vecino de la colonia Américas, que decidió a acudir a este salón de baile ubicado sobre la calle de Texcoco.

Desde la calle, el sonido de los tambores y las trompetas que nace de las sonoras, agrupaciones que acuden domingo a domingo a este lugar, invitan a los despistados a preguntarse ¿qué es lo que pasa en este lugar?.

Cada domingo poco más de 300 personas de la tercera edad que forman parte de la Asociación Mexiquense “Adultos Mayores del Estado de México A.C.” terminan de comer y van directamente a su armario. Ahí, escarban y escarban, como si buscarán un tesoro. Una vez hallada su vestimenta, van y retan al espejo, a quien lo vencen al final.

Salen de sus hogares envueltos con elegantes vestuarios que los transforman en jóvenes de nuevo. Esa transformación es total, una vez que cruzan la puerta negra que parece ser se convierte en una frontera de dos mundos distintos.

Ya en la cuadriculada pista de baile la edad no importa. La energía de un buen danzón no afecta en nada a una persona de 80 años de edad. Todo se convierte en baile. Los ritmos de una cumbia, cha cha cha, danzón y hasta una salsa, logran que los tacones del calzado se muevan en un armonia, paso a paso forman un perfecta figura geométrica con los pies.

El guiro de la sonora “Miel Mágica” y “La Continental” no dejan de sonar y aunque en cada pausa por canción, las jóvenes siluetas tomaban un descanso, segundos después salían de nueva cuenta y se apoderaban de la pista. La alegría y el ánimo expulsado por la frescura de cada persona, se asemejaba a una alberca de pelotas, donde los niños brincan y juegan sin parar.

El sonar de los tambores, el chillar de las trompetas, el rasgueo del teclado y las voces de quienes son los encargados de aderezar el baile, no paran durante casi tres horas continuas en las que don Jesús con un poco más de 80 años de edad, y su pareja, se adueñan de la canción.

Ni un instante es desperdiciado, ya que mientras la música deja de sonar por momentos, las mujeres lo ocupan para mirarse al espejo y retocarse el rostro, así como para izar su abanico. En tanto los hombres se acomodan el sombrero, se arreglan el bigote, se mueven los anteojos o simplemente aprovechan para tomar de la mano a su pareja.

A este lugar también son invitados los achaques de la edad, pero las enfermedades también toman un calmante, es más hasta sanan. Una diálisis por problemas renales, una diabetes o hasta una enfermedad terminal, se rinden, firman una tregua para permitir que estas personas puedan volar, huir, salir de sí y bailar, bailar y bailar.

“No hay palabras para descifrar”, reza una guapachosa canción de cumbia que transforma el ambiente tan ameno que cada domingo se apodera del salón “Rebeca”. Por eso resulta difícil citar o calificar esa energía que se desprende. Es magia o quizás un hechizo, lo cierto es que con esa pócima llamada música, vuelves a vivir.

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