En los depósitos de basura, un grupo de mujeres huele un ramillete de cilantro que recogió entre desperdicios. Asienten que aún está bueno y lo echan al morral con el resto de legumbres.
Todo el día hay familias pepepando sin cubrebocas, ni guantes en la central de abasto. Es un día normal, y aquí el coronavirus no existe. No existe porque el hambre le gana lugar, dicen.
"De a ratos llegan con las cajas y el que se pone más abusado, lo gana", dice Celia, es una ama de casa que se quedó sin empleo por el cierre de escuelas al inicio de la cuarentena sanitaria.
Un bulto de acelgas, una carga de unos cuantos kilos de papalo. Celia lleva un buen montón.
Un poco pa' los marranitos y otro pa nosotros.
Los grupos de mujeres permanecen sentadas en el suelo, encima de piedras escogiendo el alimento que aún está en buen estado del podrido.
De pronto, todas saltan y corren para arrebatarse las cajas que llegan en un diablito. Las manos no dejan espulgar entre las cargas que van llegando en camiones y cajas de fruta como mango, naranja y verdura como jitomate, cebolla, tomate y lo que salga.
Llegan con sus triciclos, sus morrales y bolsas.
"Yo me voy también a las naves, aquí casi no vengo, pero se saca lo que se puede porque todo está subiendo", comenta Martha, otra ama de casa que llegó a pepenar este lunes junto con su hija.
Martha es de San Pedro Totoltepec, y en su casa son siete integrantes, quienes viven al día y han visto la economía reducida por la falta de empleo.
Tenemos que estar saliendo a juntar verdura, mientras no nos enfermos.
