/ viernes 25 de junio de 2021

'Las casitas del Nicolás San Juan': refugios para esperar por salud

Los habitantes de las chozas de hule y cartón se instalan no menos de 12 días, llegan y se van, las ocupan y desocupan para el siguiente turno o la siguiente familia en tragedia que llega

Debajo de unos hules amarrados, el frío pareciera que moja hasta los huesos, expresa Esteban García. Cuando llueve el viento menea y hace silbar el plástico y cuando el cielo truena, piensan hasta en rezar para que no los alcance un rayo, añade.

La casita que usa Esteban está levantada sobre el camellón de la zona de hospitales del barrio La magdalena en Toluca.

Se la dejó hace 20 días una pareja, como la que conforma él y su esposa. La techumbre, está levantada con un par de hules que cuelgan de un lazo amarrado a dos árboles. Es cómoda, casi un lugar acogedor, si se compara con el resto de suerte que se asienta a las afueras del hospital Nicolás San Juan.

El resto de inquilinos de las casitas duermen igual. Algunas tienen tarimas de cama, y las demás están a raíz de suelo con cartón y cobijas dobladas.

Ni modo, qué hace uno, tenemos a nuestros enfermos y hay que aguantar”, lamenta Esteban, originario de Villa Victoria.

UNA ESPERA

Todo el día suena el altavoz para el cambio de turnos. Las personas sentadas sobre banquitos y la banqueta del camellón escuchan atentas. Hay una hilera de casitas que abarca unos 100 metros de la calle y por cada una, un grupo de unas cinco personas.

La bocina suena cuando es la hora de entrar al hospital para suplir la guardia. Los que esperan, levantan la cabeza para saber si es su nombre y si no lo es, retornar a su lugar.

Los habitantes de las chozas de hule y cartón se instalan no menos de 12 días, llegan y se van, las ocupan y desocupan para el siguiente turno o, la siguiente familia atiborrada de enfermedad que llega.

Esteban y Marcial Ángeles, ambos permanecen horas sentados sobre la banqueta del camellón, a ratos digiriendo una torta que les regalan los voluntarios que llegan a donar comida. Otros ratos charlan de las medicinas y sus costos.

Me salió ese medicamento arriba de 700”, hace cuentas Marcial. “ Y a mí arriba de mil 800. Casi la mayoría son caros”, le prosigue Esteban.

Permanecen con los rostros duros y con los ojos echados al acceso del hospital. “Vamos para 20 días y a lo mejor ya lo van a dar de alta”, cuenta Esteban.

Los 20 días afuera del Nicolás San Juan de Esteban, es porque su hijo padece del estómago.

Se le tronó la apéndice”, dice casi gruñendo sus propias tripas.

“Mire, aquí, mi esposa viene y se echa un sueño”, indica el campesino haciendo a un lado un par de tortas y dos jugos de entre las cobijas. El aperitivo se lo donaron pero los probará hasta que su esposa salga de la guardia.

Marcial Ángeles ha estado sentado todo el día junto a una silla de ruedas. La silla tiene encima un cambio de ropa en una bolsa. Es para su esposa Victoria Ortega, a quien quizás le den de alta este viernes.

Está internada de la diabetes y está toda dañada de los riñones”, cuenta Marcial.

CON EL ENFERMO Y LA NOCHE

Le comento, estamos turnados, hay que estar con el enfermo toda la noche”, explica doña Bartola de 61 años. Lleva 12 días afuera del Nicolás San Juan y es de Capulhuac.

Aquí se moja, sí, cómo no”, aduce Bartola. De los 12, dos días tuvo que dormir a cielo abierto.

Y revela que por la pandemia, cerraron el albergue.

Antes de que cerraran todo, ahí uno se podía dormir”, señala mientras habla el acceso principal del hospital. El cual luce una fachada recién renovada y a la que se le edificaron dos portones con un enrejado que ahora impide que esperen frente al acceso.

La obra arrinconó a las familias sobre el camellón, peleando por unos días un hule tendido sobre los árboles. Es un pequeño hotel, para los que esperan por salud.

Allí, frente al Nicolás San Juan, se debe dormir con el enfermo y la noche encima, expresa Bartola masticando una telera y sentada sobre un banquito.

Debajo de unos hules amarrados, el frío pareciera que moja hasta los huesos, expresa Esteban García. Cuando llueve el viento menea y hace silbar el plástico y cuando el cielo truena, piensan hasta en rezar para que no los alcance un rayo, añade.

La casita que usa Esteban está levantada sobre el camellón de la zona de hospitales del barrio La magdalena en Toluca.

Se la dejó hace 20 días una pareja, como la que conforma él y su esposa. La techumbre, está levantada con un par de hules que cuelgan de un lazo amarrado a dos árboles. Es cómoda, casi un lugar acogedor, si se compara con el resto de suerte que se asienta a las afueras del hospital Nicolás San Juan.

El resto de inquilinos de las casitas duermen igual. Algunas tienen tarimas de cama, y las demás están a raíz de suelo con cartón y cobijas dobladas.

Ni modo, qué hace uno, tenemos a nuestros enfermos y hay que aguantar”, lamenta Esteban, originario de Villa Victoria.

UNA ESPERA

Todo el día suena el altavoz para el cambio de turnos. Las personas sentadas sobre banquitos y la banqueta del camellón escuchan atentas. Hay una hilera de casitas que abarca unos 100 metros de la calle y por cada una, un grupo de unas cinco personas.

La bocina suena cuando es la hora de entrar al hospital para suplir la guardia. Los que esperan, levantan la cabeza para saber si es su nombre y si no lo es, retornar a su lugar.

Los habitantes de las chozas de hule y cartón se instalan no menos de 12 días, llegan y se van, las ocupan y desocupan para el siguiente turno o, la siguiente familia atiborrada de enfermedad que llega.

Esteban y Marcial Ángeles, ambos permanecen horas sentados sobre la banqueta del camellón, a ratos digiriendo una torta que les regalan los voluntarios que llegan a donar comida. Otros ratos charlan de las medicinas y sus costos.

Me salió ese medicamento arriba de 700”, hace cuentas Marcial. “ Y a mí arriba de mil 800. Casi la mayoría son caros”, le prosigue Esteban.

Permanecen con los rostros duros y con los ojos echados al acceso del hospital. “Vamos para 20 días y a lo mejor ya lo van a dar de alta”, cuenta Esteban.

Los 20 días afuera del Nicolás San Juan de Esteban, es porque su hijo padece del estómago.

Se le tronó la apéndice”, dice casi gruñendo sus propias tripas.

“Mire, aquí, mi esposa viene y se echa un sueño”, indica el campesino haciendo a un lado un par de tortas y dos jugos de entre las cobijas. El aperitivo se lo donaron pero los probará hasta que su esposa salga de la guardia.

Marcial Ángeles ha estado sentado todo el día junto a una silla de ruedas. La silla tiene encima un cambio de ropa en una bolsa. Es para su esposa Victoria Ortega, a quien quizás le den de alta este viernes.

Está internada de la diabetes y está toda dañada de los riñones”, cuenta Marcial.

CON EL ENFERMO Y LA NOCHE

Le comento, estamos turnados, hay que estar con el enfermo toda la noche”, explica doña Bartola de 61 años. Lleva 12 días afuera del Nicolás San Juan y es de Capulhuac.

Aquí se moja, sí, cómo no”, aduce Bartola. De los 12, dos días tuvo que dormir a cielo abierto.

Y revela que por la pandemia, cerraron el albergue.

Antes de que cerraran todo, ahí uno se podía dormir”, señala mientras habla el acceso principal del hospital. El cual luce una fachada recién renovada y a la que se le edificaron dos portones con un enrejado que ahora impide que esperen frente al acceso.

La obra arrinconó a las familias sobre el camellón, peleando por unos días un hule tendido sobre los árboles. Es un pequeño hotel, para los que esperan por salud.

Allí, frente al Nicolás San Juan, se debe dormir con el enfermo y la noche encima, expresa Bartola masticando una telera y sentada sobre un banquito.

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