/ viernes 8 de marzo de 2019

Lucha contra el miedo

La historia de María Isabel refleja las dificultades para empoderar a las mujeres


"Soy mamá soltera, se puede decir que sí", dice María Isabel Pacheco Serrano, "Yo me hago cargo de todo".

Sentada en las escaleras de las oficinas donde trabaja, Isabel relata su día a día como trabajadora de limpieza. Luce sonriente, ya sin su uniforme habitual. Es el único momento del día que no mueve sus manos entre la jerga y el agua.

Mi día comienza a las cuatro y media de la mañana, a esa hora me levanto a diario, me baño, lavo los trastes para ayudarle a mis hijas y a veces les dejo su desayuno

María Isabel lleva 20 años como trabajadora de limpieza en oficinas. El mismo tiempo que tiene de ser madre.

Su vida en sí, es la que tienen las trabajadoras domésticas del país: subir y bajar escaleras, siempre con manos húmedas y con olor a cloro y jabón. Algo a lo que se acostumbró.

Foto: Daniel Camacho

"Tengo veinte años en este trabajo, pasé diez años laborando con un contador en sus oficinas y dejé de trabajar con él por dedicarme a mis hijos, después volvieron mis problemas y tuve que regresar", revela María Isabel. Se refiere a la separación con el padre de sus hijos y la mala vida que le daba la violencia intrafamiliar.

Acepta que su realidad en pareja fue difícil y que no le quiere heredar ese dolor a sus hijas.

"A veces uno como madre le da miedo separarse de una persona que te está haciendo daño, por el miedo de no saber qué hacer", dice.

María Isabel es originaria de San Cristóbal Tecolitl, Zinacantepec. De ahí sale a diario alrededor de las 6:00 horas con destino a las oficinas donde realiza limpieza ocho horas.

"Aquí entre las compañeras nos organizamos para realizar el trabajo diario, nos toca trapear, limpiar baños y ventanas", comenta.

Un almacén de dos cuartos instalado en la parte trasera del edificio donde trabaja, es como se segunda casa. El año pasado lo pintaron le pusieron el hule a la ventana.

Allí tienen sus armarios, una mesa y una estufa para preparar sus alimentos. Sólo media hora les otorgan para descansar.

A diario le acompaña doña Araceli, Lili y Mayra, sus tres compañeras de labores.

"¿Van a festejar el Día de la Mujer?", se les pregunta.

Foto: Daniel Camacho

“No creo, solo que trabajando”, carcajea el grupo de trabajadoras. Para María Isabel y sus compañeras el festejo no tiene sentido. “No cambia nada”, dicen.

El cuarto de almacén tiene al fondo una bodega donde lucen amontonados traperos, escobas y botellas de limpiadores. En la otra habitación está la estufa y adornaron las paredes vacías con un altar a la Virgen de Guadalupe. Es su rincón de esperanza.

A sus 40 años Isabel no logra conseguir otro tipo de empleo. Sus estudios de preparatoria no le sirven de mucho con las nuevas exigencias laborales.

"El trabajo es cansado, te quedan los pies adoloridos y la cadera", expresa María Isabel.

Aunque su trabajo remunerado es de ocho horas, confiesa que en realidad, labora entre 13 y 14 horas.

"También vendo perfumes por catálogo, ya es un dinero extra", confiesa. En su oficio, no se puede soñar con seguro social, aguinaldos, vacaciones o las utilidades anuales. Todos los derechos laborales se omiten como en la informalidad.

Mi hija de 18 años si quería estudiar la universidad, pero por motivos económicos no la pude apoyar, y se metió a trabajar de cajera, ella quería ser contadora

Su cuadro familiar son sus tres hijas y su hijo menor. La mayor ya tiene 20 años y aunque intentó evitar que su futuro se complicara, no logró que hace un año se juntara con su novio.

Foto: Daniel Camacho

"La mayor ya se casó, tengo otra de dieciocho, una de dieciséis y uno de quince, ya ninguno va a la escuela", explica. "Mi deber es hacer que mis hijas se respeten como mujeres", afirma, al comentar que tiene el sueño de ir a la playa con su familia. Los sueños son válidos en medio de sus carencias.


"Soy mamá soltera, se puede decir que sí", dice María Isabel Pacheco Serrano, "Yo me hago cargo de todo".

Sentada en las escaleras de las oficinas donde trabaja, Isabel relata su día a día como trabajadora de limpieza. Luce sonriente, ya sin su uniforme habitual. Es el único momento del día que no mueve sus manos entre la jerga y el agua.

Mi día comienza a las cuatro y media de la mañana, a esa hora me levanto a diario, me baño, lavo los trastes para ayudarle a mis hijas y a veces les dejo su desayuno

María Isabel lleva 20 años como trabajadora de limpieza en oficinas. El mismo tiempo que tiene de ser madre.

Su vida en sí, es la que tienen las trabajadoras domésticas del país: subir y bajar escaleras, siempre con manos húmedas y con olor a cloro y jabón. Algo a lo que se acostumbró.

Foto: Daniel Camacho

"Tengo veinte años en este trabajo, pasé diez años laborando con un contador en sus oficinas y dejé de trabajar con él por dedicarme a mis hijos, después volvieron mis problemas y tuve que regresar", revela María Isabel. Se refiere a la separación con el padre de sus hijos y la mala vida que le daba la violencia intrafamiliar.

Acepta que su realidad en pareja fue difícil y que no le quiere heredar ese dolor a sus hijas.

"A veces uno como madre le da miedo separarse de una persona que te está haciendo daño, por el miedo de no saber qué hacer", dice.

María Isabel es originaria de San Cristóbal Tecolitl, Zinacantepec. De ahí sale a diario alrededor de las 6:00 horas con destino a las oficinas donde realiza limpieza ocho horas.

"Aquí entre las compañeras nos organizamos para realizar el trabajo diario, nos toca trapear, limpiar baños y ventanas", comenta.

Un almacén de dos cuartos instalado en la parte trasera del edificio donde trabaja, es como se segunda casa. El año pasado lo pintaron le pusieron el hule a la ventana.

Allí tienen sus armarios, una mesa y una estufa para preparar sus alimentos. Sólo media hora les otorgan para descansar.

A diario le acompaña doña Araceli, Lili y Mayra, sus tres compañeras de labores.

"¿Van a festejar el Día de la Mujer?", se les pregunta.

Foto: Daniel Camacho

“No creo, solo que trabajando”, carcajea el grupo de trabajadoras. Para María Isabel y sus compañeras el festejo no tiene sentido. “No cambia nada”, dicen.

El cuarto de almacén tiene al fondo una bodega donde lucen amontonados traperos, escobas y botellas de limpiadores. En la otra habitación está la estufa y adornaron las paredes vacías con un altar a la Virgen de Guadalupe. Es su rincón de esperanza.

A sus 40 años Isabel no logra conseguir otro tipo de empleo. Sus estudios de preparatoria no le sirven de mucho con las nuevas exigencias laborales.

"El trabajo es cansado, te quedan los pies adoloridos y la cadera", expresa María Isabel.

Aunque su trabajo remunerado es de ocho horas, confiesa que en realidad, labora entre 13 y 14 horas.

"También vendo perfumes por catálogo, ya es un dinero extra", confiesa. En su oficio, no se puede soñar con seguro social, aguinaldos, vacaciones o las utilidades anuales. Todos los derechos laborales se omiten como en la informalidad.

Mi hija de 18 años si quería estudiar la universidad, pero por motivos económicos no la pude apoyar, y se metió a trabajar de cajera, ella quería ser contadora

Su cuadro familiar son sus tres hijas y su hijo menor. La mayor ya tiene 20 años y aunque intentó evitar que su futuro se complicara, no logró que hace un año se juntara con su novio.

Foto: Daniel Camacho

"La mayor ya se casó, tengo otra de dieciocho, una de dieciséis y uno de quince, ya ninguno va a la escuela", explica. "Mi deber es hacer que mis hijas se respeten como mujeres", afirma, al comentar que tiene el sueño de ir a la playa con su familia. Los sueños son válidos en medio de sus carencias.

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