/ domingo 31 de diciembre de 2017

Noche Vieja y Año Nuevo al pie del Xinantécatl

Familias de la comunicad de Agua Blanca celebran estas fechas bajo un intenso frío

Toluca, México.- El aire gélido cubre la mañana y penetra por los techos de madera de las casas en el ejido de Agua Blanca. Aún falta el frío de enero y tal vez sobrevenga una nevada, deduce Agustín. El Año Nuevo, junto con su esposa y sus hijos lo esperarán rodeando el fogón de la cocina, afuera sería imposible para esta familia que habita en las faldas del volcán Xinantécatl.

— ¡Todavía faltan los fríos de enero, eso es lo mero fuerte! —expresa don Agustín Quintana.

Este sábado la familia Quintana aún planeaba lo que prepararía para cenar en Año Nuevo, no mucho porque el presupuesto es corto para los nueve integrantes y lo que sacaron con la venta de los borregos se fue en la cena de Navidad.

“Estamos pensando en un molito o un pozole con su ponche, algo sencillo, no hay mucho dinero”, explica María, que funge como administradora en su hogar. El frío y las carencias son evidentes en este hogar mexiquense.

La comunidad de Agua Blanca tiene un aproximado de 40 familias y se ubica a unos 130 kilómetros de la capital del Estado de México. Para llegar se toma la carretera Toluca-Texcaltitlán y para ingresar se debe acceder por un camino de terracería de unos tres kilómetros que termina hasta las primeras viviendas, luego todo es campo y se debe caminar.

Allí Agustín y María formaron su hogar y procrearon a sus cinco hijos, para sostenerse económicamente crían borregos que venden en el mercado de Texcaltitlán y cultivan hortalizas como rábanos, lechuga y coliflor para autoconsumo. Se debe sembrar al interior de un invernadero, porque el frío lo mata todo, aclara María.

“Ahorita no estamos cultivando porque el frío no deja, incluso en el invernadero les cae el hielo a las verduras”, afirma María.

La vivienda de la familia Quintana Estrada consta de tres piezas, dos de madera y una de concreto. Un cuarto en el que duermen sus hijas mayores, la cocina levantada de puros maderos de capote y un cuarto que construyeron con tabique que consiguieron mediante un programa.

La pequeña cocina reluce los maderos humeados con el hollín negro del fogón que los mantiene calientes durante todo el día. Allí piensan esperar el Año Nuevo, es el lugar más cálido de la vivienda.

“Aquí se siente menos el frío, aunque entra el aire por arriba pero ya hemos juntado mucha leña para que aguante toda la noche la lumbre”, comenta sonriente María Félix, le causa risa que se le relacione con la actriz de la época de oro del cine.

Hace dos años atrás los Quintana debían arreglárselas sin luz eléctrica, con el fogón y velas para alumbrarse de noche. En un rincón de la casa luce un poste con un panel solar que en algún momento se instaló con otros instrumentos en Agua Blanca y El Capulín, la comunidad vecina, pero dejaron de funcionar y la compostura es cara, dice Agustín.

La familia, al igual que el resto de los pobladores, todo el tiempo se ven ataviada con suéteres, rebozos y gorros porque el clima cambia a cada rato. Los niños son los más afectados y relucen sus mejillas quemadas por el aire con chapas rojizas.

— ¿Y hacen posadas? —No, aquí no, sólo el día 24 hacemos misa y arrullamos al Niño Dios en la iglesia, —responde Agustín.

En el pequeño ejido, los festejos decembrinos no existen, un contraste con Toluca donde se instaló incluso una pista de hielo, que Lupita y Alondra, las dos hijas pequeñas de la familia, no logran ni imaginar.

“Pusimos nuestro arbolito navideño, pero eso es todo”, menciona Agustín, mientras señala un árbol de Navidad que instalaron afuera del cuarto de sus hijas.

En la habitación, María muestra las cinco cobijas que deben usar para soportar el frío de las madrugadas. El cuarto aunque es de madera, tiene paredes repelladas de concreto para hacerla más caliente. Allí la campesina tiene un Cristo de gran tamaño, al lado de una imagen de la Virgen del Rosario y del otro costado la Virgen de Guadalupe, a la que le hacen su festejo cada 12 de diciembre.

Los Quintana se expresan contentos por la entrevista, pocas veces reciben visitas pero su amabilidad y sencillez sobresale, es una familia ejemplar que en medio de las carencias trabaja a diario por mantener su hogar.

El Año Nuevo no significa mucho para ellos, como en las zonas urbanas donde se despilfarra en cenas onerosas, entregar regalos o comer uvas, en la casa de los Quintana su único ritual será darse un abrazo, poner un poco de música con el viejo modular que Agustín compró hace años y rodear el fogón hasta la medianoche.

—Ya parecemos como elotes, dándonos vueltas y vueltas en el fogón, —expresa el criador de borregos con una mueca de sonrisa.

La familia nos despide y nos da un abrazo de fin de año, no se dicen sorprendidos por vivir desde hace 40 años en las faldas del Xinantécatl, pero sortear el frío a diario, ya es una hazaña. El día deja ver los rayos del sol y da tregua al pequeño ejido. La visita culmina.

Toluca, México.- El aire gélido cubre la mañana y penetra por los techos de madera de las casas en el ejido de Agua Blanca. Aún falta el frío de enero y tal vez sobrevenga una nevada, deduce Agustín. El Año Nuevo, junto con su esposa y sus hijos lo esperarán rodeando el fogón de la cocina, afuera sería imposible para esta familia que habita en las faldas del volcán Xinantécatl.

— ¡Todavía faltan los fríos de enero, eso es lo mero fuerte! —expresa don Agustín Quintana.

Este sábado la familia Quintana aún planeaba lo que prepararía para cenar en Año Nuevo, no mucho porque el presupuesto es corto para los nueve integrantes y lo que sacaron con la venta de los borregos se fue en la cena de Navidad.

“Estamos pensando en un molito o un pozole con su ponche, algo sencillo, no hay mucho dinero”, explica María, que funge como administradora en su hogar. El frío y las carencias son evidentes en este hogar mexiquense.

La comunidad de Agua Blanca tiene un aproximado de 40 familias y se ubica a unos 130 kilómetros de la capital del Estado de México. Para llegar se toma la carretera Toluca-Texcaltitlán y para ingresar se debe acceder por un camino de terracería de unos tres kilómetros que termina hasta las primeras viviendas, luego todo es campo y se debe caminar.

Allí Agustín y María formaron su hogar y procrearon a sus cinco hijos, para sostenerse económicamente crían borregos que venden en el mercado de Texcaltitlán y cultivan hortalizas como rábanos, lechuga y coliflor para autoconsumo. Se debe sembrar al interior de un invernadero, porque el frío lo mata todo, aclara María.

“Ahorita no estamos cultivando porque el frío no deja, incluso en el invernadero les cae el hielo a las verduras”, afirma María.

La vivienda de la familia Quintana Estrada consta de tres piezas, dos de madera y una de concreto. Un cuarto en el que duermen sus hijas mayores, la cocina levantada de puros maderos de capote y un cuarto que construyeron con tabique que consiguieron mediante un programa.

La pequeña cocina reluce los maderos humeados con el hollín negro del fogón que los mantiene calientes durante todo el día. Allí piensan esperar el Año Nuevo, es el lugar más cálido de la vivienda.

“Aquí se siente menos el frío, aunque entra el aire por arriba pero ya hemos juntado mucha leña para que aguante toda la noche la lumbre”, comenta sonriente María Félix, le causa risa que se le relacione con la actriz de la época de oro del cine.

Hace dos años atrás los Quintana debían arreglárselas sin luz eléctrica, con el fogón y velas para alumbrarse de noche. En un rincón de la casa luce un poste con un panel solar que en algún momento se instaló con otros instrumentos en Agua Blanca y El Capulín, la comunidad vecina, pero dejaron de funcionar y la compostura es cara, dice Agustín.

La familia, al igual que el resto de los pobladores, todo el tiempo se ven ataviada con suéteres, rebozos y gorros porque el clima cambia a cada rato. Los niños son los más afectados y relucen sus mejillas quemadas por el aire con chapas rojizas.

— ¿Y hacen posadas? —No, aquí no, sólo el día 24 hacemos misa y arrullamos al Niño Dios en la iglesia, —responde Agustín.

En el pequeño ejido, los festejos decembrinos no existen, un contraste con Toluca donde se instaló incluso una pista de hielo, que Lupita y Alondra, las dos hijas pequeñas de la familia, no logran ni imaginar.

“Pusimos nuestro arbolito navideño, pero eso es todo”, menciona Agustín, mientras señala un árbol de Navidad que instalaron afuera del cuarto de sus hijas.

En la habitación, María muestra las cinco cobijas que deben usar para soportar el frío de las madrugadas. El cuarto aunque es de madera, tiene paredes repelladas de concreto para hacerla más caliente. Allí la campesina tiene un Cristo de gran tamaño, al lado de una imagen de la Virgen del Rosario y del otro costado la Virgen de Guadalupe, a la que le hacen su festejo cada 12 de diciembre.

Los Quintana se expresan contentos por la entrevista, pocas veces reciben visitas pero su amabilidad y sencillez sobresale, es una familia ejemplar que en medio de las carencias trabaja a diario por mantener su hogar.

El Año Nuevo no significa mucho para ellos, como en las zonas urbanas donde se despilfarra en cenas onerosas, entregar regalos o comer uvas, en la casa de los Quintana su único ritual será darse un abrazo, poner un poco de música con el viejo modular que Agustín compró hace años y rodear el fogón hasta la medianoche.

—Ya parecemos como elotes, dándonos vueltas y vueltas en el fogón, —expresa el criador de borregos con una mueca de sonrisa.

La familia nos despide y nos da un abrazo de fin de año, no se dicen sorprendidos por vivir desde hace 40 años en las faldas del Xinantécatl, pero sortear el frío a diario, ya es una hazaña. El día deja ver los rayos del sol y da tregua al pequeño ejido. La visita culmina.

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