/ martes 3 de agosto de 2021

Pierde su empleo por la pandemia y encuentra el sustento en las esquinas de Ecatepec

Tras meses complicados para su familia, Irving optó por probar suerte como malabarista; actividad que considera como "un arte"

Desde que inicio la pandemia de Covid-19 la vida no ha sido fácil para Irving y su familia; tras perder su empleo, se vio obligado a trabajar en las calles.

Antes de la emergencia sanitaria, arrojar cosas al aire y manipularlas para hacer simples trucos, era solo una diversión para él; después se convirtió en un trabajo que ahora le permite obtener algo de dinero.

A sus 25 años, la vida de Irving no era tan complicada antes de la pandemia, laboraba como montacarguista en una empresa ubicada en Ecatepec y al termino de su jornada, salía a disfrutar de su soltería en compañía de amigos, recuerda.

Su sueldo le bastaba para mantenerse y aportar en casa; sin embargo con al primera ola de contagios de Covid-19, también llegaron los recortes laborales.

“Fue a mediados de abril del 2020 cuando me quede sin empleo. Con lo que me dieron de finiquito y un poquito que tenía ahorrado pudimos sobrellevarla, unos días después a mi papá le dieron las gracias y tuvimos que apretarnos el cinturón. Pensamos que esto era cuestión de unos meses”, dijo.

Sin embargo la pandemia se alargó. Su padre de 62 años, quien es parte de la población vulnerable, tampoco conseguía trabajo y el dinero cada vez más se hacía menos y las preocupaciones aumentaban.

Irving acostumbraba jugar lanzando cualquier objeto que tuviera a la mano, desde platos, cucharas, pelotas y hasta vasos para manipularlos. Tras cuatro meses sin empleo, decidió probar suerte en las calles como malabarista.

“Al principio por pena y nervios, todo se me caía, a la gente le causaba risa y me regalaba unas monedas. Se divertían por mi falta de destreza, pero al final era algo de dinero y lo necesitábamos".

Recuerda al principio varios automovilistas le "aconsejaron" que mejor se vistiera de payaso; los comentarios le causaban tristeza, pero no lo desanimaron; por el contrario, lo alentaron a continuar.

Conoció a más artistas callejeros, que como él se vieron obligados a trabajar en los semáforos para buscar sustento. Fueron ellos quienes le enseñaron algunas técnicas para dominar el lanzamiento de objetos.

Con el paso de los días, Irving ha perfeccionado su arte, primero con las clavas (objetos con forma de basto que usan los malabaristas), después antorchas y actualmente lo hace con machetes que se encuentran afilados.

Las muchas cicatrices que el joven luce en ambas manos son por cortadas que el filo de los machetes le han ocasionado por los meses de practica.

Irving es un malabarista itinerante, no le gusta quedarse mucho tiempo en algún crucero. Asegura que la ser el paso obligado de los automovilistas es difícil que una vez que le dieron una moneda, le vuelvan a regalar otra.

“El malabarismo callejero es una manera sana de poder ganarte unas monedas. Es arte que llevamos a los semáforos. La gente cree que es algo para malvivientes, pero esto requiere de mucha dedicación y disciplina”, externó.

Mencionó que al principio fue por necesidad, pero el paso de los meses y después de perfeccionar su estilo, le gusta lo que hace y “se aferra”.

Asegura que en la calle nunca ha sido insultado, pero en muchas ocasiones la indiferencia de la gente pega más. En cuanto a lo económico refirió que hay “días buenos y malos”.

Asegura que más que un simple malabarista, se considera un artista circense que desea aprender más y espera poder acudir a talleres como el de la “Machincuepa” en Teotihuacán donde aprenden nuevas técnicas.

Por su parte, luego de pasar entre 5 y 6 horas en los semáforos, Irving al llegar a su casa practica otras dos o tres horas al día.

Finalmente el joven indicó que durante las luces rojas, es poca gente a bordo de sus vehículos quienes responden sacando la mano con una moneda para darles. Eso no lo desanima por el contrario lo vuelve más perseverante.


Desde que inicio la pandemia de Covid-19 la vida no ha sido fácil para Irving y su familia; tras perder su empleo, se vio obligado a trabajar en las calles.

Antes de la emergencia sanitaria, arrojar cosas al aire y manipularlas para hacer simples trucos, era solo una diversión para él; después se convirtió en un trabajo que ahora le permite obtener algo de dinero.

A sus 25 años, la vida de Irving no era tan complicada antes de la pandemia, laboraba como montacarguista en una empresa ubicada en Ecatepec y al termino de su jornada, salía a disfrutar de su soltería en compañía de amigos, recuerda.

Su sueldo le bastaba para mantenerse y aportar en casa; sin embargo con al primera ola de contagios de Covid-19, también llegaron los recortes laborales.

“Fue a mediados de abril del 2020 cuando me quede sin empleo. Con lo que me dieron de finiquito y un poquito que tenía ahorrado pudimos sobrellevarla, unos días después a mi papá le dieron las gracias y tuvimos que apretarnos el cinturón. Pensamos que esto era cuestión de unos meses”, dijo.

Sin embargo la pandemia se alargó. Su padre de 62 años, quien es parte de la población vulnerable, tampoco conseguía trabajo y el dinero cada vez más se hacía menos y las preocupaciones aumentaban.

Irving acostumbraba jugar lanzando cualquier objeto que tuviera a la mano, desde platos, cucharas, pelotas y hasta vasos para manipularlos. Tras cuatro meses sin empleo, decidió probar suerte en las calles como malabarista.

“Al principio por pena y nervios, todo se me caía, a la gente le causaba risa y me regalaba unas monedas. Se divertían por mi falta de destreza, pero al final era algo de dinero y lo necesitábamos".

Recuerda al principio varios automovilistas le "aconsejaron" que mejor se vistiera de payaso; los comentarios le causaban tristeza, pero no lo desanimaron; por el contrario, lo alentaron a continuar.

Conoció a más artistas callejeros, que como él se vieron obligados a trabajar en los semáforos para buscar sustento. Fueron ellos quienes le enseñaron algunas técnicas para dominar el lanzamiento de objetos.

Con el paso de los días, Irving ha perfeccionado su arte, primero con las clavas (objetos con forma de basto que usan los malabaristas), después antorchas y actualmente lo hace con machetes que se encuentran afilados.

Las muchas cicatrices que el joven luce en ambas manos son por cortadas que el filo de los machetes le han ocasionado por los meses de practica.

Irving es un malabarista itinerante, no le gusta quedarse mucho tiempo en algún crucero. Asegura que la ser el paso obligado de los automovilistas es difícil que una vez que le dieron una moneda, le vuelvan a regalar otra.

“El malabarismo callejero es una manera sana de poder ganarte unas monedas. Es arte que llevamos a los semáforos. La gente cree que es algo para malvivientes, pero esto requiere de mucha dedicación y disciplina”, externó.

Mencionó que al principio fue por necesidad, pero el paso de los meses y después de perfeccionar su estilo, le gusta lo que hace y “se aferra”.

Asegura que en la calle nunca ha sido insultado, pero en muchas ocasiones la indiferencia de la gente pega más. En cuanto a lo económico refirió que hay “días buenos y malos”.

Asegura que más que un simple malabarista, se considera un artista circense que desea aprender más y espera poder acudir a talleres como el de la “Machincuepa” en Teotihuacán donde aprenden nuevas técnicas.

Por su parte, luego de pasar entre 5 y 6 horas en los semáforos, Irving al llegar a su casa practica otras dos o tres horas al día.

Finalmente el joven indicó que durante las luces rojas, es poca gente a bordo de sus vehículos quienes responden sacando la mano con una moneda para darles. Eso no lo desanima por el contrario lo vuelve más perseverante.


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