/ miércoles 20 de mayo de 2020

“Sabes del riesgo, pero algo te impide irte"

Médicos residentes libran batalla contra el Covid-19

Alma está a 40 centímetros de la boca de un paciente con Covid-19. Tiene 30 segundos para mantener con vida al enfermo.

Frente a ella, el paciente respira con mascarilla. Su saturación de oxígeno en la sangre es menor al 80%. Lo normal sería más de 94%.

La doctora residente sólo tiene una oportunidad para hacer la intubación. En uno o dos minutos, el paciente puede bajar su saturación de oxígeno hasta 5%. Lo siguiente es el paro cardiaco por hipoxia.

Durante la maniobra, Alma y los dos médicos que la acompañan también cortan la respiración del paciente mediante medicamentos que lo inducirán a un sueño profundo.


En el primer minuto administran medicamento analgésico, después un bloqueador muscular para abrir las cuerdas vocales y un hipnótico para inducir al paciente al sueño que le hará perder la conciencia mientras dure el procedimiento.

En el segundo minuto comienza la laringoscopia e introduce el tubo o sonda endotraqueal. Al final se le suministrará otra dosis para mantener el sueño del paciente.

La vía aérea es muy dolorosa, introducir el laringoscopio y el tubo es como una incisión quirúrgica.

Mientras Alma hace el procedimiento recuerda que sus maestros le han dicho lo parecido que pueden ser la vía aérea y la del estómago. Ahora lo comprueba en los tejidos vivos.

Previamente pinza el tubo para que no salgan secreciones, ni aerosoles del paciente, se suelta hasta que ya se conecta al ventilador.

Al quitarle la mascarilla al paciente le quedan 30 segundos para maniobrar el laringoscopio e introducir el tubo. No más, lo repite una y otra vez. Mueve las manos lo más rápido que puede dentro la caja de acrílico que también se colocó sobre la cabeza del paciente.

En el sitio donde hace la secuencia rápida de intubación se escuchan tosidos de otros enfermos cuyos pulmones aún siguen ventilando.

Alma ya tiene habilidad en las manos, pero es inevitable que su sistema nervioso comience a segregar adrenalina como respuesta de defensa. Su cuerpo suda aún más dentro del traje protector, le resulta incómodo, sus lentes se empañan, la respiración se agita, el mundo se reduce al esfuerzo que hace para mantener con vida al paciente.

Mantiene el pulso firme, nadie parece verla cuando al fin queda colocado el tubo en la vía aérea. Termina. El paciente vuelve a respirar… ella también.

“Al que le dé miedo que se vaya”

Hace meses nunca hubiera imaginado que estaría intubando pacientes con Covid-19, durante sus guardias de la residencia en Anestesiología, la cual realiza en un hospital del sector salud del Estado de México.

Hoy sabe que un algoritmo clínico determinó que los anestesiólogos y médicos intensivistas sean quienes hagan la intubación.

Pero lo que también dice dicha disposición hospitalaria es que la intubación la hagan los médicos con más experiencia en estas especialidades. Ella tiene dos años en su residencia de Anestesiología.

Esta realidad es parte de la nueva normalidad que anuncian las autoridades sanitarias, quienes ya programaron la reapertura gradual de actividades económicas y sociales.

Para ella, la nueva normalidad es enfrentar de cerca al Covid-19. Aún con la curva aplanada en los contagios.

Alma recuerda que al iniciar el ascenso de contagios, los residentes de tercer año comenzaron a realizar las laringoscopias. Ante la llegada de más casos positivos les tocó a los de segundo grado.

Y es que en su hospital los médicos adscritos hacen pocas intubaciones. Otros doctores de más trayectoria fueron retirados por estar en edad o situación de riesgo. Hay quienes también solicitaron vacaciones.

“Al que le dé miedo morirse que se vaya, esto tuvieron que haber pensado antes de estudiar medicina”. Es la advertencia que le hicieron en el área de enseñanza de su residencia.

La nueva normalidad en su hospital también provoca que residentes, quienes estudian otras especialidades como urología o traumatología, sean los responsables de cuidar a pacientes con Covid-19.

Ellos debieron aprender rápido el manejo de los ventiladores, coordinados por un neumólogo o un médico de terapia intensiva.

A principios de año, Alma recibió la noticia de que su hospital sería Covid y comenzaron a retirar a enfermos de otros padecimientos.

Dudó de las dimensiones reales de la pandemia, incluso en ese tiempo ni era pandemia.

“No lo veía como algo de vida o muerte”, dice. Después vino el repunte.

“Yo ni sé quién eres”

Los pacientes despiertos ven llegar al equipo de Alma. Portan los trajes tyvek, mascarillas, goggles, guantes, caretas y botas quirúrgicas. Llevan las cajas donde guardan el videolaringoscopio, medicamentos e instrumental necesario.

“¡Hay no!, ahí vienen los que entuban (sic)”, dice uno de los pacientes que está despierto y los ve pasar.

Alma hace una pausa en su narración que permite recrear toda esta historia. Este último recuerdo pesa. No puede borrar esas palabras que ha escuchado entre los enfermos de Covid-19.

Antes de ir al área de enfermos de Covid estaba en el quirófano. Ahí recibieron la llamada de medicina interna para intubar a un paciente.

Tras preparar medicamentos e instrumental suben a piso tres doctores. Uno va a intubar, otro suministrará los medicamentos y checará signos vitales. El tercero permanecerá atento, a distancia, en caso de que se requiera otro medicamento o instrumental para evitar contaminación de sus aditamentos.

En su hospital son afortunados. Cuentan con un videolaringoscopio.

Si sólo tuvieran un laringoscopio normal se tendrían que acercar más a la vía aérea del paciente, lo cual implica aspirar todas sus secreciones y aerosoles.

Alma sabe que en otros hospitales han adaptado una cámara al laringoscopio normal.

Al llegar al sitio donde están los pacientes con Covid-19, el videolaringoscopio va emplayado y guardado en una bolsa que sella de manera hermética. También llevan tubos de diferentes calibres y jeringas cargadas. Además de la caja de acrílico para colocarla sobre la cabeza del enfermo.

El paciente está despierto. Alma le explica la necesidad de hacer el procedimiento. Le aclara que no es curativo, sólo de soporte. El enfermo debe firmar para dar su consentimiento.

Recuerda que algunos pacientes no han aceptado. Otros ya no están conscientes cuando llega el equipo de anestesiólogos.

Los pacientes sólo ven trajes blancos, mascarillas y protectores quirúrgicos. No saben quién los atiende.

“Traes el traje que cubre todo y no sé quién eres”, le dice un paciente a Alma.

Hace unos minutos vio que intubaron a un enfermo de una cama cercana. En un principio se trató de separar a los intubados y no intubados. Ahora comparten espacios.

Quienes están internados tienen una constante, son personas que registraron una mayor exposición al virus. No pudieron quedarse en casa.

La edad no es factor de protección. Alma ha visto casos de policías, custodios de centros preventivos y empleados de limpieza, entre otros empleos.

“Me enojaba mucho cuando me decían que me quedara en la casa, vivo al día”, le comenta otro paciente. “Si no llevo dinero a mi casa, ¿quién lo va a llevar?”.

La pregunta viene de un adulto mayor que trabajaba en la recolección de basura. Tiene la voz entrecortada.

“Si yo supiera que esto me iba a pasar, si yo supiera que se mueren, si hubiera sabido, si alguien me hubiera dicho señorita, yo me hubiera quedado en mi casa, todo va a pasar, me voy a morir…”. Alma escucha. Trata de tranquilizarlo.

En sus guardias también ha visto a los pacientes sufrir ese fuerte dolor de cabeza y articulaciones que implica el Covid-19.

Esta enfermedad es poco tratable. La doctora residente ha confirmado que en cuestión de horas una persona que presentaba síntomas controlables puede requerir intubación, no da tiempo ni de cambiarlos de cama.

Alma percibe que el Covid-19 tiene más presentaciones. El órgano de choque no sólo es el pulmón, también puede manifestarse en el intestino o los riñones.

“Ya renuncia”

El año pasado, Alma vivió una crisis de las vías respiratorias por un padecimiento que arrastra desde la infancia. Hoy sigue valorando si permanece en el servicio. Ingresar a la residencia fue un proceso difícil y tardado.

“Ya renuncia”, es la sentencia que escucha al regresar a su hogar. Ella trata de estudiar todos los días sobre la pandemia y ve vídeos para reforzar su capacitación de protección. Duerme bien.

En realidad, la renuncia es una idea vaga entre ella y sus compañeros de hospital, donde son mayoría los residentes y personal sin mucha seguridad en los contratos. Tal vez no están los más expertos, simplemente quienes deben estar.

Alma tiene confianza, pese a la incertidumbre de cuando inició la oleada del virus. Y en su hospital no ha sabido de contagios de Covid-19.

Al llegar a su guardia, después de medirle la temperatura, comienza la jornada donde escuchará de manera permanente el código CV. Por los altavoces se van reportando los casos de Covid que arriban o salen del hospital.

Ha visto llorar a algunas enfermeras cuando el código CV anuncia que el destino final es patología. Confirmación de un deceso. Desanima. Distinto cuando el aviso refiere que el paciente va de un piso a ambulancias. Es un alta, los aplausos son instantáneos.

El iniciar su guardia implica un reforzamiento de piel. Se quita la ropa para vestir un traje quirúrgico desechable, además de mascarilla y goggles.

Posteriormente viene el traje tyvek, el cual debe ser colocado con cuidado para no contaminarlo, que el exterior no toque su cuerpo.

Utiliza tres pares de guantes, primero unos de nitrilo, luego unos de látex, y después otros de nitrilo. Luego una careta y una bata quirúrgica. Abajo del tyvek también va un gorro quirúrgico y en los pies refuerza con botas quirúrgicas.

Esta lista para entrar al área Covid. El área negra donde están los pacientes.

Cuando regrese será el mismo ritual a la inversa, acompañado de spray de cloro para irse lavando las manos conforme se quite los guantes. Durante la guardia cada intubación representa un baño.

Ya con toda la protección deberá resistir ese blindaje de piel.

Con la mascarilla N95 no puede sacar todo el aire. Además, todo debe ir apretado para que no haya fugas. Los puentes nasales duelen después de 15 minutos. Las salientes óseas se comprimen, puede haber ampollas o quemaduras en la piel.

Los primeros días sentía que se iba a desmayar. Otro colega le confesó que quería arrancarse el traje, el calor le disparaba la ansiedad.

Ella lo ha sentido, todo lo que inhala está caliente, termina respirando con la boca, el tyvek representa bañarse en sudor, una y otra vez.

“Lo que me tocó”

Alma sabe que esto no ha acabado. Siente frustración cuando después de una guardia, con las imágenes de los pacientes de Covid-19 en su mente, encuentra en las calles a personas que no se protegen.

“Sí ha pasado por mi mente renunciar, pero ha sido una idea vaga. Hay algo que te impide irte, sabes que estás en riesgo… pero es como lo que me tocó”, expresa la doctora residente.

En su hospital quedan pocos ventiladores disponibles y los ingresos de pacientes continúan. No es el mejor momento, pero ella pronto regresará a su guardia. La historia volverá a comenzar.

Alma está a 40 centímetros de la boca de un paciente con Covid-19. Tiene 30 segundos para mantener con vida al enfermo.

Frente a ella, el paciente respira con mascarilla. Su saturación de oxígeno en la sangre es menor al 80%. Lo normal sería más de 94%.

La doctora residente sólo tiene una oportunidad para hacer la intubación. En uno o dos minutos, el paciente puede bajar su saturación de oxígeno hasta 5%. Lo siguiente es el paro cardiaco por hipoxia.

Durante la maniobra, Alma y los dos médicos que la acompañan también cortan la respiración del paciente mediante medicamentos que lo inducirán a un sueño profundo.


En el primer minuto administran medicamento analgésico, después un bloqueador muscular para abrir las cuerdas vocales y un hipnótico para inducir al paciente al sueño que le hará perder la conciencia mientras dure el procedimiento.

En el segundo minuto comienza la laringoscopia e introduce el tubo o sonda endotraqueal. Al final se le suministrará otra dosis para mantener el sueño del paciente.

La vía aérea es muy dolorosa, introducir el laringoscopio y el tubo es como una incisión quirúrgica.

Mientras Alma hace el procedimiento recuerda que sus maestros le han dicho lo parecido que pueden ser la vía aérea y la del estómago. Ahora lo comprueba en los tejidos vivos.

Previamente pinza el tubo para que no salgan secreciones, ni aerosoles del paciente, se suelta hasta que ya se conecta al ventilador.

Al quitarle la mascarilla al paciente le quedan 30 segundos para maniobrar el laringoscopio e introducir el tubo. No más, lo repite una y otra vez. Mueve las manos lo más rápido que puede dentro la caja de acrílico que también se colocó sobre la cabeza del paciente.

En el sitio donde hace la secuencia rápida de intubación se escuchan tosidos de otros enfermos cuyos pulmones aún siguen ventilando.

Alma ya tiene habilidad en las manos, pero es inevitable que su sistema nervioso comience a segregar adrenalina como respuesta de defensa. Su cuerpo suda aún más dentro del traje protector, le resulta incómodo, sus lentes se empañan, la respiración se agita, el mundo se reduce al esfuerzo que hace para mantener con vida al paciente.

Mantiene el pulso firme, nadie parece verla cuando al fin queda colocado el tubo en la vía aérea. Termina. El paciente vuelve a respirar… ella también.

“Al que le dé miedo que se vaya”

Hace meses nunca hubiera imaginado que estaría intubando pacientes con Covid-19, durante sus guardias de la residencia en Anestesiología, la cual realiza en un hospital del sector salud del Estado de México.

Hoy sabe que un algoritmo clínico determinó que los anestesiólogos y médicos intensivistas sean quienes hagan la intubación.

Pero lo que también dice dicha disposición hospitalaria es que la intubación la hagan los médicos con más experiencia en estas especialidades. Ella tiene dos años en su residencia de Anestesiología.

Esta realidad es parte de la nueva normalidad que anuncian las autoridades sanitarias, quienes ya programaron la reapertura gradual de actividades económicas y sociales.

Para ella, la nueva normalidad es enfrentar de cerca al Covid-19. Aún con la curva aplanada en los contagios.

Alma recuerda que al iniciar el ascenso de contagios, los residentes de tercer año comenzaron a realizar las laringoscopias. Ante la llegada de más casos positivos les tocó a los de segundo grado.

Y es que en su hospital los médicos adscritos hacen pocas intubaciones. Otros doctores de más trayectoria fueron retirados por estar en edad o situación de riesgo. Hay quienes también solicitaron vacaciones.

“Al que le dé miedo morirse que se vaya, esto tuvieron que haber pensado antes de estudiar medicina”. Es la advertencia que le hicieron en el área de enseñanza de su residencia.

La nueva normalidad en su hospital también provoca que residentes, quienes estudian otras especialidades como urología o traumatología, sean los responsables de cuidar a pacientes con Covid-19.

Ellos debieron aprender rápido el manejo de los ventiladores, coordinados por un neumólogo o un médico de terapia intensiva.

A principios de año, Alma recibió la noticia de que su hospital sería Covid y comenzaron a retirar a enfermos de otros padecimientos.

Dudó de las dimensiones reales de la pandemia, incluso en ese tiempo ni era pandemia.

“No lo veía como algo de vida o muerte”, dice. Después vino el repunte.

“Yo ni sé quién eres”

Los pacientes despiertos ven llegar al equipo de Alma. Portan los trajes tyvek, mascarillas, goggles, guantes, caretas y botas quirúrgicas. Llevan las cajas donde guardan el videolaringoscopio, medicamentos e instrumental necesario.

“¡Hay no!, ahí vienen los que entuban (sic)”, dice uno de los pacientes que está despierto y los ve pasar.

Alma hace una pausa en su narración que permite recrear toda esta historia. Este último recuerdo pesa. No puede borrar esas palabras que ha escuchado entre los enfermos de Covid-19.

Antes de ir al área de enfermos de Covid estaba en el quirófano. Ahí recibieron la llamada de medicina interna para intubar a un paciente.

Tras preparar medicamentos e instrumental suben a piso tres doctores. Uno va a intubar, otro suministrará los medicamentos y checará signos vitales. El tercero permanecerá atento, a distancia, en caso de que se requiera otro medicamento o instrumental para evitar contaminación de sus aditamentos.

En su hospital son afortunados. Cuentan con un videolaringoscopio.

Si sólo tuvieran un laringoscopio normal se tendrían que acercar más a la vía aérea del paciente, lo cual implica aspirar todas sus secreciones y aerosoles.

Alma sabe que en otros hospitales han adaptado una cámara al laringoscopio normal.

Al llegar al sitio donde están los pacientes con Covid-19, el videolaringoscopio va emplayado y guardado en una bolsa que sella de manera hermética. También llevan tubos de diferentes calibres y jeringas cargadas. Además de la caja de acrílico para colocarla sobre la cabeza del enfermo.

El paciente está despierto. Alma le explica la necesidad de hacer el procedimiento. Le aclara que no es curativo, sólo de soporte. El enfermo debe firmar para dar su consentimiento.

Recuerda que algunos pacientes no han aceptado. Otros ya no están conscientes cuando llega el equipo de anestesiólogos.

Los pacientes sólo ven trajes blancos, mascarillas y protectores quirúrgicos. No saben quién los atiende.

“Traes el traje que cubre todo y no sé quién eres”, le dice un paciente a Alma.

Hace unos minutos vio que intubaron a un enfermo de una cama cercana. En un principio se trató de separar a los intubados y no intubados. Ahora comparten espacios.

Quienes están internados tienen una constante, son personas que registraron una mayor exposición al virus. No pudieron quedarse en casa.

La edad no es factor de protección. Alma ha visto casos de policías, custodios de centros preventivos y empleados de limpieza, entre otros empleos.

“Me enojaba mucho cuando me decían que me quedara en la casa, vivo al día”, le comenta otro paciente. “Si no llevo dinero a mi casa, ¿quién lo va a llevar?”.

La pregunta viene de un adulto mayor que trabajaba en la recolección de basura. Tiene la voz entrecortada.

“Si yo supiera que esto me iba a pasar, si yo supiera que se mueren, si hubiera sabido, si alguien me hubiera dicho señorita, yo me hubiera quedado en mi casa, todo va a pasar, me voy a morir…”. Alma escucha. Trata de tranquilizarlo.

En sus guardias también ha visto a los pacientes sufrir ese fuerte dolor de cabeza y articulaciones que implica el Covid-19.

Esta enfermedad es poco tratable. La doctora residente ha confirmado que en cuestión de horas una persona que presentaba síntomas controlables puede requerir intubación, no da tiempo ni de cambiarlos de cama.

Alma percibe que el Covid-19 tiene más presentaciones. El órgano de choque no sólo es el pulmón, también puede manifestarse en el intestino o los riñones.

“Ya renuncia”

El año pasado, Alma vivió una crisis de las vías respiratorias por un padecimiento que arrastra desde la infancia. Hoy sigue valorando si permanece en el servicio. Ingresar a la residencia fue un proceso difícil y tardado.

“Ya renuncia”, es la sentencia que escucha al regresar a su hogar. Ella trata de estudiar todos los días sobre la pandemia y ve vídeos para reforzar su capacitación de protección. Duerme bien.

En realidad, la renuncia es una idea vaga entre ella y sus compañeros de hospital, donde son mayoría los residentes y personal sin mucha seguridad en los contratos. Tal vez no están los más expertos, simplemente quienes deben estar.

Alma tiene confianza, pese a la incertidumbre de cuando inició la oleada del virus. Y en su hospital no ha sabido de contagios de Covid-19.

Al llegar a su guardia, después de medirle la temperatura, comienza la jornada donde escuchará de manera permanente el código CV. Por los altavoces se van reportando los casos de Covid que arriban o salen del hospital.

Ha visto llorar a algunas enfermeras cuando el código CV anuncia que el destino final es patología. Confirmación de un deceso. Desanima. Distinto cuando el aviso refiere que el paciente va de un piso a ambulancias. Es un alta, los aplausos son instantáneos.

El iniciar su guardia implica un reforzamiento de piel. Se quita la ropa para vestir un traje quirúrgico desechable, además de mascarilla y goggles.

Posteriormente viene el traje tyvek, el cual debe ser colocado con cuidado para no contaminarlo, que el exterior no toque su cuerpo.

Utiliza tres pares de guantes, primero unos de nitrilo, luego unos de látex, y después otros de nitrilo. Luego una careta y una bata quirúrgica. Abajo del tyvek también va un gorro quirúrgico y en los pies refuerza con botas quirúrgicas.

Esta lista para entrar al área Covid. El área negra donde están los pacientes.

Cuando regrese será el mismo ritual a la inversa, acompañado de spray de cloro para irse lavando las manos conforme se quite los guantes. Durante la guardia cada intubación representa un baño.

Ya con toda la protección deberá resistir ese blindaje de piel.

Con la mascarilla N95 no puede sacar todo el aire. Además, todo debe ir apretado para que no haya fugas. Los puentes nasales duelen después de 15 minutos. Las salientes óseas se comprimen, puede haber ampollas o quemaduras en la piel.

Los primeros días sentía que se iba a desmayar. Otro colega le confesó que quería arrancarse el traje, el calor le disparaba la ansiedad.

Ella lo ha sentido, todo lo que inhala está caliente, termina respirando con la boca, el tyvek representa bañarse en sudor, una y otra vez.

“Lo que me tocó”

Alma sabe que esto no ha acabado. Siente frustración cuando después de una guardia, con las imágenes de los pacientes de Covid-19 en su mente, encuentra en las calles a personas que no se protegen.

“Sí ha pasado por mi mente renunciar, pero ha sido una idea vaga. Hay algo que te impide irte, sabes que estás en riesgo… pero es como lo que me tocó”, expresa la doctora residente.

En su hospital quedan pocos ventiladores disponibles y los ingresos de pacientes continúan. No es el mejor momento, pero ella pronto regresará a su guardia. La historia volverá a comenzar.

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