Murió don Nacho. Falleció a las 14:00 horas sentado en el viejo sillón en que pasaba las horas tejiendo sus rosarios en el barrio de Zopilocalco. Doña Margarita, la pareja que conoció en la última etapa de sus años, lo acompañó en esa última escena que regala la vida.
“Me voy Mago, siento que me voy”, le dijo a Margarita, la noche anterior en que aún, dice, carcajearon.
Sus últimas palabras salieron con el aliento que permite el aire de un suspiro: “me dijo, hijo, me duelen los pies y luego repitió que ya se iba, no dejes sola a tu mamá”, recuerda Israel, su hijo postizo.
El cuerpo este miércoles aún buscaba espacio para ser velado en la calle Benito Juárez, al interior de un local marcado con el 534 del barrio de Zopilocalco. Justo en la entrada a ese barrio, y en ese local prestado de cuatro por cuatro metros, Mago asegura, fueron felices los últimos años.
El barrio lo arropó este miércoles, era querido don Nacho entre los comerciantes, tenderos, franeleros, carniceros y cualquiera que lo veía pasar a diario para ir a vender sus rosarios frente a la catedral y los Portales.
“Él vendía rosarios en el centro, muy trabajador el señor”, relatan los vecinos que llegaron al local a despedirlo y le juntaron veladoras, café y pan para la velada.
Su historia es ambigua, como dolorosa. Dice doña Mago que lo conoció hace unos 15 años, se enamoró y se juntaron. Se sabe que era de Cacalomacán y a los 13 años lo echaron de su casa. De ahí comenzó a vagar por la vida.
“Nos juntamos, éramos su familia, él era muy alegre y fui feliz con él aquí”, dice Margarita. Recuerda a Nacho sentado en ese viejo sillón donde el personaje de Zopilocalco tejía a diario.
El lugar en sí, es humilde, tres viejos sillones, una estufa de gas, el refrigerador y una cama al fondo. Paredes desnudas de las que cuelgan unos viejos retratos, y la cortina de metal corroído que se cubre con un par de cortinas. Hay docenas de collares verdes, morados amarillos colgados sobre un lacito clavado a la pared.
Sobre el piso hay unas veladoras que apenas prenden, al lado unas cajas amontonadas de la despensa que consiguió Margarita en algún programa. A sus 66 años no hay otras formas de sobrevivir. Don Nacho aún así encaró a la vida, dice su esposa.
Le gustaban las canciones de los Tigres del Norte, los danzones y cantaba las de Rigo Tovar”, sonríe Mago al recordar en ese viejo sillón en la que está sentada. Sobre sus manos sostiene el retrato de su esposo. Nacho se mira sonriente y aplaudiendo en una iglesia.
El próximo 13 de diciembre Ignacio Cortés cumpliría sus 84 años, un día después del festejo a la Virgen de Guadalupe de la que era devoto. La muerte se le adelantó y no le dio esa tregua final.
“Si lo hubiera conocido de joven, también me enamoraba”, sonríe Margarita.
