/ sábado 17 de diciembre de 2022

"Es mejor que estar en la calle": las navidades en el albergue de Pilares

El fin de año son 40 migrantes que la pasarán en el refugio, quizás otros se les sumarán, también “Rasputia”, la gatita que trajeron de El Salvador

Hasta donde estamos sentados con don Armando Vilchis y Mauricio Magaña, se acercó ronroneando “Rasputia”, una gatita parda que bebe tranquilamente agua de un plato que le disponen en un rincón de la cocina y luego peina su pelaje. Mientras la gatita se pasea sobre los pies, don Armando explica que la Navidad y el Año Nuevo siempre se celebran allí en el albergue “Hermanos en el Camino”.

“Siempre hay algo, siempre hay alguien que se compadece y nos trae unos pollos”, dice el activista, quien lleva 12 años refugiando en su taller mecánico a los migrantes de El Salvador, Venezuela, Guatemala y Honduras.


“La gatita también es migrante”, comenta Muaricio, pues asegura que en una de las caravanas trajeron a “Rasputia” cuando aún era una cría de unos meses.

El albergue siempre luce a oscuras, en los pasillos formados por las literas no entra la luz y solo se filtran los rayos de sol por los resquicios que deja el techo de lámina que da al patio del taller.

Podrían encender las luces, pero igual que todo allí, es escasa y se debe estirar para los gastos diarios.

A unos días de Navidad y Año Nuevo hay unos 40 migrantes en el albergue de Pilares en Metepec. Don Armando pronostica que unos cinco a diez, se irán en los siguientes días, porque el 27 de diciembre se abre la frontera por el Título 42.

“El título 42 es lo que hace el Gobierno de Estados Unidos para reforzar la frontera pero a la vez la abre y se puede pasar”, explica don Armando.

Esa oportunidad la aprovecharán algunos de los que se hospedan en el refugio, pero Mauricio Magaña no, él esperará a que le entreguen la visa para poder transitar por el país.

“El tren no es fácil, hay gente mala y hace frío. Con la Visa me voy en camión”, comenta Mauricio.

Y Mauricio lleva esperando ese documento siete meses en el albergue y casi un año ya en el país. Llegó a Tapachula, Chiapas, donde durmió tres meses en un auditorio.


Foto: Daniel Camacho | El Sol de Toluca

“Caminé dieciocho días para llegar aquí al albergue, así llegué desde Tapachula”, recuerda Mauricio.

“Con hambre, frío, muy cansado pero yo les decía que siguiéramos”, externa.

Por eso expresa que pasar la Navidad en el albergue, es mejor que en la calle. Una especie de paraíso que ofrece don Armando sin ningún costo.

“Aquí nunca te dejan sin comer, un café o un plato de arroz”, explaya Mauricio. Y don Armando le completa, acentuando que hacer el bien siempre es gratis.

Aunque pareciera que al albergue no llegó la Navidad, porque hace falta el arbolito y los adornos, el ambiente es lo único que requieren. Hay esperanza y deseos de seguir, dicen los migrantes.

“Yo lo que pediría de deseo es que tengamos un plato en la mesa con mis hermanos migrantes”, dice Mauricio y ríen los demás migrantes que escuchan la entrevista. Del lado de los dormitorios femeninos salió Gaby y otra mujer. Gaby con una toalla para ducharse y la otra mujer con un hule en la cabeza.

“Diles Gaby que tú llegaste aquí pagando dos mil dólares, que engañaron y te veniste colgada del camión”, dice don Armando a la joven y ella solo ríe con el acento tropical.

Lo único que adorna las paredes rotas y de cobijas del albergue, es un cuadro de la Virgen de Guadalupe. Eso y la empatía de don Armando con su prójimo, le dan forma a este hogar migrante.

Hasta donde estamos sentados con don Armando Vilchis y Mauricio Magaña, se acercó ronroneando “Rasputia”, una gatita parda que bebe tranquilamente agua de un plato que le disponen en un rincón de la cocina y luego peina su pelaje. Mientras la gatita se pasea sobre los pies, don Armando explica que la Navidad y el Año Nuevo siempre se celebran allí en el albergue “Hermanos en el Camino”.

“Siempre hay algo, siempre hay alguien que se compadece y nos trae unos pollos”, dice el activista, quien lleva 12 años refugiando en su taller mecánico a los migrantes de El Salvador, Venezuela, Guatemala y Honduras.


“La gatita también es migrante”, comenta Muaricio, pues asegura que en una de las caravanas trajeron a “Rasputia” cuando aún era una cría de unos meses.

El albergue siempre luce a oscuras, en los pasillos formados por las literas no entra la luz y solo se filtran los rayos de sol por los resquicios que deja el techo de lámina que da al patio del taller.

Podrían encender las luces, pero igual que todo allí, es escasa y se debe estirar para los gastos diarios.

A unos días de Navidad y Año Nuevo hay unos 40 migrantes en el albergue de Pilares en Metepec. Don Armando pronostica que unos cinco a diez, se irán en los siguientes días, porque el 27 de diciembre se abre la frontera por el Título 42.

“El título 42 es lo que hace el Gobierno de Estados Unidos para reforzar la frontera pero a la vez la abre y se puede pasar”, explica don Armando.

Esa oportunidad la aprovecharán algunos de los que se hospedan en el refugio, pero Mauricio Magaña no, él esperará a que le entreguen la visa para poder transitar por el país.

“El tren no es fácil, hay gente mala y hace frío. Con la Visa me voy en camión”, comenta Mauricio.

Y Mauricio lleva esperando ese documento siete meses en el albergue y casi un año ya en el país. Llegó a Tapachula, Chiapas, donde durmió tres meses en un auditorio.


Foto: Daniel Camacho | El Sol de Toluca

“Caminé dieciocho días para llegar aquí al albergue, así llegué desde Tapachula”, recuerda Mauricio.

“Con hambre, frío, muy cansado pero yo les decía que siguiéramos”, externa.

Por eso expresa que pasar la Navidad en el albergue, es mejor que en la calle. Una especie de paraíso que ofrece don Armando sin ningún costo.

“Aquí nunca te dejan sin comer, un café o un plato de arroz”, explaya Mauricio. Y don Armando le completa, acentuando que hacer el bien siempre es gratis.

Aunque pareciera que al albergue no llegó la Navidad, porque hace falta el arbolito y los adornos, el ambiente es lo único que requieren. Hay esperanza y deseos de seguir, dicen los migrantes.

“Yo lo que pediría de deseo es que tengamos un plato en la mesa con mis hermanos migrantes”, dice Mauricio y ríen los demás migrantes que escuchan la entrevista. Del lado de los dormitorios femeninos salió Gaby y otra mujer. Gaby con una toalla para ducharse y la otra mujer con un hule en la cabeza.

“Diles Gaby que tú llegaste aquí pagando dos mil dólares, que engañaron y te veniste colgada del camión”, dice don Armando a la joven y ella solo ríe con el acento tropical.

Lo único que adorna las paredes rotas y de cobijas del albergue, es un cuadro de la Virgen de Guadalupe. Eso y la empatía de don Armando con su prójimo, le dan forma a este hogar migrante.

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