/ lunes 4 de octubre de 2021

#TodoComunica | Comunicación en riesgo, necesaria en esta época

¿Si usted estuviera a punto de vivir una situación de riesgo -en cualquier ámbito de su vida- le gustaría ser advertido para preservar su salud, integridad y patrimonio? Es muy probable que su respuesta sea “sí”. Saber de algún peligro con antelación nos ayudaría a decidir correctamente. Ese es el objetivo primordial de la comunicación de riesgo: que toda persona “sea capaz de tomar decisiones informadas para mitigar los efectos de la amenaza (riesgo), como el brote de una enfermedad, y tomar las medidas y acciones de protección y prevención”.

De acuerdo con las organizaciones Mundial de la Salud (OMS) y Panamericana de la Salud (OPS), la comunicación de riesgo es el “intercambio en tiempo real, de información, recomendaciones y opiniones, entre expertos y/o funcionarios y personas que se enfrentan a una amenaza (riesgo) para su sobrevivencia, su salud o su bienestar económico o social” y permite “identificar y poder manejar, desde un inicio, los rumores, así como la desinformación y otros desafíos de la comunicación”.

El desgajamiento del Cerro del Chiquihuite, en Tlalnepantla, es ejemplo de las omisiones que concluyeron en una tragedia para las familias que ahí habitaban: la irresponsabilidad de las autoridades –de los tres órdenes de gobierno- que durante 30 años atrás permitieron el asentamiento poblacional en una zona peligrosa. Las autoridades se hicieron “de la vista gorda” y ahí el resultado: muertes y familias que dejarán un patrimonio edificado en muchos años.

Impedir que la gente siguiera ahí, debió ser la primera –y firme- decisión, pero eran votos; por ello funcionaba pavimentarles sus calles, dotarles de energía eléctrica, telefonía y permitir la actividad comercial en la zona. Nadie quiso asumir el costo político de evitar el asentamiento.

Otro caso es San Mateo Atenco, en el Valle de Toluca. Durante décadas muchas de las personas que ahí viven, sufren las inundaciones y pierden parte de su patrimonio… y no pasa nada. Nadie asume el costo de impedir los asentamientos y la ciudadanía tampoco se hace corresponsable ante una amenaza recurrente.

En la pandemia por COVID-19 que sobrevivimos, muchos de los contagios y las muertes se hubieran evitado con una comunicación responsable, clara, oportuna y suficiente que advirtiera las amenazas de una circunstancia tan compleja de salud.

La comunicación de riesgo es esencial para salvar vidas y requiere la presencia, atención e intención activa de quienes saben de los riesgos (expertos), los responsables de la acción pública (autoridades) y quienes son afectadas y afectados (ciudadanía). Sería pertinente que las próximas autoridades municipales empleen esa comunicación para prevenir tragedias.

PERCEPCIÓN

¿Pasará la propuesta de Reforma Energética del Ejecutivo federal?

Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UAEMéx.

Facebook: ricardo.joya.94 / Twitter: @RJoyaC


¿Si usted estuviera a punto de vivir una situación de riesgo -en cualquier ámbito de su vida- le gustaría ser advertido para preservar su salud, integridad y patrimonio? Es muy probable que su respuesta sea “sí”. Saber de algún peligro con antelación nos ayudaría a decidir correctamente. Ese es el objetivo primordial de la comunicación de riesgo: que toda persona “sea capaz de tomar decisiones informadas para mitigar los efectos de la amenaza (riesgo), como el brote de una enfermedad, y tomar las medidas y acciones de protección y prevención”.

De acuerdo con las organizaciones Mundial de la Salud (OMS) y Panamericana de la Salud (OPS), la comunicación de riesgo es el “intercambio en tiempo real, de información, recomendaciones y opiniones, entre expertos y/o funcionarios y personas que se enfrentan a una amenaza (riesgo) para su sobrevivencia, su salud o su bienestar económico o social” y permite “identificar y poder manejar, desde un inicio, los rumores, así como la desinformación y otros desafíos de la comunicación”.

El desgajamiento del Cerro del Chiquihuite, en Tlalnepantla, es ejemplo de las omisiones que concluyeron en una tragedia para las familias que ahí habitaban: la irresponsabilidad de las autoridades –de los tres órdenes de gobierno- que durante 30 años atrás permitieron el asentamiento poblacional en una zona peligrosa. Las autoridades se hicieron “de la vista gorda” y ahí el resultado: muertes y familias que dejarán un patrimonio edificado en muchos años.

Impedir que la gente siguiera ahí, debió ser la primera –y firme- decisión, pero eran votos; por ello funcionaba pavimentarles sus calles, dotarles de energía eléctrica, telefonía y permitir la actividad comercial en la zona. Nadie quiso asumir el costo político de evitar el asentamiento.

Otro caso es San Mateo Atenco, en el Valle de Toluca. Durante décadas muchas de las personas que ahí viven, sufren las inundaciones y pierden parte de su patrimonio… y no pasa nada. Nadie asume el costo de impedir los asentamientos y la ciudadanía tampoco se hace corresponsable ante una amenaza recurrente.

En la pandemia por COVID-19 que sobrevivimos, muchos de los contagios y las muertes se hubieran evitado con una comunicación responsable, clara, oportuna y suficiente que advirtiera las amenazas de una circunstancia tan compleja de salud.

La comunicación de riesgo es esencial para salvar vidas y requiere la presencia, atención e intención activa de quienes saben de los riesgos (expertos), los responsables de la acción pública (autoridades) y quienes son afectadas y afectados (ciudadanía). Sería pertinente que las próximas autoridades municipales empleen esa comunicación para prevenir tragedias.

PERCEPCIÓN

¿Pasará la propuesta de Reforma Energética del Ejecutivo federal?

Profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la UAEMéx.

Facebook: ricardo.joya.94 / Twitter: @RJoyaC