/ sábado 21 de mayo de 2022

Hambre emocional, de la impulsividad a la consciencia

La alimentación tiene una relación estrecha con nuestros circuitos de placer y recompensa a nivel de sistema nervioso central, específicamente en el límbico

Nuestras emociones parecen determinar la manera en que los relacionamos con la comida.

De hecho, nuestros primeros años de vida se ven marcados con la forma en que nuestros padres o tutores nos proveen de ciertos alimentos.

“Desde pequeños nuestra mamá nos daba alimentos cuidando su presentación, y así ella nos demostraba su afecto, y cuando estamos grandes la manera de apapacharnos cuando nos sentimos tristes es autocomplacernos con la comida, es decir, elegir alimentos que más nos gustan, que generalmente son no saludables y están adicionados con ciertos ingredientes que nos hacen adictos a ellos”, señala la nutrióloga Eva García Manjarrez, en entrevista con El Sol de Toluca.

De esta manera, algunos de nosotros aprendimos a recurrir a la comida como una forma de sentir un poco de confort o tranquilidad, sobre todo cuando nos sentimos tristes, solos o aburridos.

El problema con dicho comportamiento que repetimos de manera inconsciente es que podemos desarrollar ciertos trastornos alimenticios, como la obesidad, la cual es una enfermedad que afecta a 7 de cada 10 mexicanos, asegura la especialista.

Además, esta problemática también tiene relación con la denominada “hambre emocional”, a través de la cual intentamos satisfacer nuestras necesidades emocionales con alimentos, sin tener necesariamente un “hambre real”.

Y es que la alimentación tiene una relación estrecha con nuestros circuitos de placer y recompensa a nivel de sistema nervioso central, específicamente en el sistema límbico, asociado a las emociones, describe la psicóloga Ana Priscila Santiago Albarrán.

Por ello, cuando una persona tiene ciertos trastornos a nivel emocional, como depresión o ansiedad, su apetito se ve disminuido o aumenta por arriba de lo considerado normal.

“Entonces, se juega en dos polos extremos y no existe un equilibrio. Por ejemplo, hay evidencia científica de que a mayor estrés o síntomas de tristeza, nuestros circuitos de recompensa van a querer ser activados mediante la elección de los alimentos que sean más fáciles de conseguir y que no requieran casi ningún proceso para ser preparados”, comenta Santiago Albarrán.

En ese sentido, la especialista en psicología comenta que los alimentos conseguidos de forma más inmediata son los alimentos con poco valor nutrimental y altamente procesados, es así que la ingesta de comida saludable y fresca pasa a un segundo plano.

Esto con el paso del tiempo se irá repitiendo, y la persona terminará por desarrollar una cierta adicción por alimentos poco nutritivos que servirán de “recompensa” ante un estado emocional negativo.

“Toda sustancia y alimento que entra a nuestro organismo, en algún momento vamos a requerir más de ellos. Funge como, más o menos, una adicción. Hay ciertos alimentos que son altamente adictivos.

“Al estar activados estos circuitos de recompensa y placer, nuestro organismo cada vez irá solicitando más y más de este tipo de alimento”, sostiene Santiago Albarrán.

De esta manera, dicha conducta se convierte en espontánea y no se da pie a la reflexión, es decir, no existe ese proceso de la elaboración del individuo para decir: “Estoy sintiendo esta emoción, que puedo nombrar como angustia o tristeza, y por eso elijo este tipo de alimentos”.

Por ello, para que una persona salga de este círculo que se convierte en vicioso debe recurrir a la psicoterapia.

“La labor psicoterapeuta que se hace con estos pacientes va encaminada hacia el nombramiento de emociones, que en este caso están asociadas con la comida, de esta manera es que la persona podrá ir sanando”, enfatiza Santiago Albarrán.

Industria alimentaria y emociones

A partir de los 70 y 80 la industria alimentaria comienza un “boom”, pues sus ventas comienzan a aumentar de manera considerable.

Es en este momento que las marcas comienzan a vincular sus productos con nuestros estados emocionales.

“La alimentación es un vínculo, entonces de alguna manera muchas de estas marcas se valen del primer vínculo que tenemos: el materno. A nivel inconsciente cuando existe un trastorno de depresión o ansiedad también hay una correlación con un sentimiento de vacío interno, y se quiere llenar con algo que sea muy gratificante, que nos recuerda a una etapa de infancia o simbiótica.

“Así, estas marcas nos guían para avocar una imagen, un eslogan o un color para que elijamos este producto que me recordará un episodio de gratificación, sin embargo, esta elección es la más fácil, no la más pensada”, detalla la especialista en psicología.

Por otro lado, la industria alimentaria es muy inteligente, asegura García Manjarrez, y sabe cómo manipularnos dentro de nuestras bases psicológicas; sabe qué es lo que llama nuestra atención.

Incluso, unas de las estrategias utilizadas por la industria de alimentos es la de los colores. Por ejemplo, Mc Donalds y Burger King hicieron muchos estudios de mercadotecnia y llegaron la conclusión que los colores anaranjados o rojos hacen que aumente nuestro apetito, por ello sus logos tienen dichos tonos.

“De hecho, nosotros como nutriólogos clínicos utilizamos charolas color rojo para llevarle los alimentos a los pacientes que estén en hospitales, y que tengan un mayor apetito”, enfatiza García Manjarrez.

Dentro de todo esto también están los empaques llamativos. Recordemos que muchas marcas, a lo largo de su existencia, han utilizado animales o dibujos animados para llamar la atención de los consumidores más pequeños.

“En los empaques de Zucaritas estaba el tigre Toño; esta estrategia servía a la industria de cereales a aumentar sus ventas, porque te muestran una imagen amigable y de esta manera demostraban que ‘alguien’ se preocupaba por la salud de tu hijo, pero esto también les servía para no dejar en claro la información nutricional; no dejaban en claro que sus productos están llenos de azúcar”, destaca la especialista en nutrición.

Cabe mencionar que en México, en los últimos años, se ha restringido el uso de dibujos animados que inciten a los consumidores a comprar un cierto tipo de alimentos.

De acuerdo con información del gobierno federal, la NOM 051 prohíbe que los envases contengan personajes infantiles, dibujos animados, celebridades, entre otros elementos interactivos que estén dirigidos a los niños para incitar a consumir, comprar o elegir algún producto.

Además, ciertos alimentos procesados y envasados deben contar con un etiquetado frontal, con el cual se pretende ayudar a los consumidores a tomar una decisión de compra informada.

A través del etiquetado también se advierte sobre los ingredientes dañinos para nuestra salud.

Conciencia alimentaria

Si bien la mayoría de nosotros elegimos lo que comemos de manera inconsciente o con base en emociones negativas que nos llevaban a consumir ciertos alimentos de manera automática para sentirnos reconfortados, es necesario tomar conciencia de qué está causando el que se suba de peso u otras enfermedades relacionadas a hábitos alimenticios no saludables.

“Debo ser consiente. Soy consciente de que cuando me regañan, cuando me enojo con mi hermana me siento mal emocionalmente, y para ayudarme en esta situación tiendo a consumir alimentos que he comido, tal vez desde pequeño, y que no me están haciendo bien, pues es algo momentáneo y a la larga me hacen más daño que bien”, explica García Manjarrez.

En esa conciencia sería necesario conocer cuando comemos por una necesidad fisiológica y cuándo la impulsividad y nuestro sentido de recompensa nos ganan

Entonces, dice Santiago Albarrán, lo mejor es hacer una análisis rápido de qué es lo mejor para mí.

“Tienen que ver con un tema de impulsividad y conductual. Se sugiere no tomar una decisión de manera inmediata. Una de las herramientas para dar un freno a esa impulsividad por la ingesta de alimentos que no son nutritivos tiene que ver con el control inhibitorio, esto es: frenar la conducta”, detalla.

Y para frenar esa conducta que nos dice la especialista basta con colocar nuestro cronometro por cinco minutos, en este lapso se realizan respiraciones profundas y debemos autocuestionarnos: por qué quiero comer este alimento, de qué manera podría suplirlo con una variante saludable.

Este ejercicio de toma de conciencia tiene que ejercitarse, hasta que seamos capaces por completo de tomar decisiones de manera mucho más reflexiva, de esta manera se corta por completo la impulsividad.

Finalmente, Santiago Albarrán comenta que quien ya es consciente de que sufre ciertos trastornos alimenticios, asociados a estados emocionales que te hacen comer por impulsividad, debe acudir a un especialista, para que tenga el apoyo que requiere y así identificar qué le provoca esa “hambre emocional”.

Nuestras emociones parecen determinar la manera en que los relacionamos con la comida.

De hecho, nuestros primeros años de vida se ven marcados con la forma en que nuestros padres o tutores nos proveen de ciertos alimentos.

“Desde pequeños nuestra mamá nos daba alimentos cuidando su presentación, y así ella nos demostraba su afecto, y cuando estamos grandes la manera de apapacharnos cuando nos sentimos tristes es autocomplacernos con la comida, es decir, elegir alimentos que más nos gustan, que generalmente son no saludables y están adicionados con ciertos ingredientes que nos hacen adictos a ellos”, señala la nutrióloga Eva García Manjarrez, en entrevista con El Sol de Toluca.

De esta manera, algunos de nosotros aprendimos a recurrir a la comida como una forma de sentir un poco de confort o tranquilidad, sobre todo cuando nos sentimos tristes, solos o aburridos.

El problema con dicho comportamiento que repetimos de manera inconsciente es que podemos desarrollar ciertos trastornos alimenticios, como la obesidad, la cual es una enfermedad que afecta a 7 de cada 10 mexicanos, asegura la especialista.

Además, esta problemática también tiene relación con la denominada “hambre emocional”, a través de la cual intentamos satisfacer nuestras necesidades emocionales con alimentos, sin tener necesariamente un “hambre real”.

Y es que la alimentación tiene una relación estrecha con nuestros circuitos de placer y recompensa a nivel de sistema nervioso central, específicamente en el sistema límbico, asociado a las emociones, describe la psicóloga Ana Priscila Santiago Albarrán.

Por ello, cuando una persona tiene ciertos trastornos a nivel emocional, como depresión o ansiedad, su apetito se ve disminuido o aumenta por arriba de lo considerado normal.

“Entonces, se juega en dos polos extremos y no existe un equilibrio. Por ejemplo, hay evidencia científica de que a mayor estrés o síntomas de tristeza, nuestros circuitos de recompensa van a querer ser activados mediante la elección de los alimentos que sean más fáciles de conseguir y que no requieran casi ningún proceso para ser preparados”, comenta Santiago Albarrán.

En ese sentido, la especialista en psicología comenta que los alimentos conseguidos de forma más inmediata son los alimentos con poco valor nutrimental y altamente procesados, es así que la ingesta de comida saludable y fresca pasa a un segundo plano.

Esto con el paso del tiempo se irá repitiendo, y la persona terminará por desarrollar una cierta adicción por alimentos poco nutritivos que servirán de “recompensa” ante un estado emocional negativo.

“Toda sustancia y alimento que entra a nuestro organismo, en algún momento vamos a requerir más de ellos. Funge como, más o menos, una adicción. Hay ciertos alimentos que son altamente adictivos.

“Al estar activados estos circuitos de recompensa y placer, nuestro organismo cada vez irá solicitando más y más de este tipo de alimento”, sostiene Santiago Albarrán.

De esta manera, dicha conducta se convierte en espontánea y no se da pie a la reflexión, es decir, no existe ese proceso de la elaboración del individuo para decir: “Estoy sintiendo esta emoción, que puedo nombrar como angustia o tristeza, y por eso elijo este tipo de alimentos”.

Por ello, para que una persona salga de este círculo que se convierte en vicioso debe recurrir a la psicoterapia.

“La labor psicoterapeuta que se hace con estos pacientes va encaminada hacia el nombramiento de emociones, que en este caso están asociadas con la comida, de esta manera es que la persona podrá ir sanando”, enfatiza Santiago Albarrán.

Industria alimentaria y emociones

A partir de los 70 y 80 la industria alimentaria comienza un “boom”, pues sus ventas comienzan a aumentar de manera considerable.

Es en este momento que las marcas comienzan a vincular sus productos con nuestros estados emocionales.

“La alimentación es un vínculo, entonces de alguna manera muchas de estas marcas se valen del primer vínculo que tenemos: el materno. A nivel inconsciente cuando existe un trastorno de depresión o ansiedad también hay una correlación con un sentimiento de vacío interno, y se quiere llenar con algo que sea muy gratificante, que nos recuerda a una etapa de infancia o simbiótica.

“Así, estas marcas nos guían para avocar una imagen, un eslogan o un color para que elijamos este producto que me recordará un episodio de gratificación, sin embargo, esta elección es la más fácil, no la más pensada”, detalla la especialista en psicología.

Por otro lado, la industria alimentaria es muy inteligente, asegura García Manjarrez, y sabe cómo manipularnos dentro de nuestras bases psicológicas; sabe qué es lo que llama nuestra atención.

Incluso, unas de las estrategias utilizadas por la industria de alimentos es la de los colores. Por ejemplo, Mc Donalds y Burger King hicieron muchos estudios de mercadotecnia y llegaron la conclusión que los colores anaranjados o rojos hacen que aumente nuestro apetito, por ello sus logos tienen dichos tonos.

“De hecho, nosotros como nutriólogos clínicos utilizamos charolas color rojo para llevarle los alimentos a los pacientes que estén en hospitales, y que tengan un mayor apetito”, enfatiza García Manjarrez.

Dentro de todo esto también están los empaques llamativos. Recordemos que muchas marcas, a lo largo de su existencia, han utilizado animales o dibujos animados para llamar la atención de los consumidores más pequeños.

“En los empaques de Zucaritas estaba el tigre Toño; esta estrategia servía a la industria de cereales a aumentar sus ventas, porque te muestran una imagen amigable y de esta manera demostraban que ‘alguien’ se preocupaba por la salud de tu hijo, pero esto también les servía para no dejar en claro la información nutricional; no dejaban en claro que sus productos están llenos de azúcar”, destaca la especialista en nutrición.

Cabe mencionar que en México, en los últimos años, se ha restringido el uso de dibujos animados que inciten a los consumidores a comprar un cierto tipo de alimentos.

De acuerdo con información del gobierno federal, la NOM 051 prohíbe que los envases contengan personajes infantiles, dibujos animados, celebridades, entre otros elementos interactivos que estén dirigidos a los niños para incitar a consumir, comprar o elegir algún producto.

Además, ciertos alimentos procesados y envasados deben contar con un etiquetado frontal, con el cual se pretende ayudar a los consumidores a tomar una decisión de compra informada.

A través del etiquetado también se advierte sobre los ingredientes dañinos para nuestra salud.

Conciencia alimentaria

Si bien la mayoría de nosotros elegimos lo que comemos de manera inconsciente o con base en emociones negativas que nos llevaban a consumir ciertos alimentos de manera automática para sentirnos reconfortados, es necesario tomar conciencia de qué está causando el que se suba de peso u otras enfermedades relacionadas a hábitos alimenticios no saludables.

“Debo ser consiente. Soy consciente de que cuando me regañan, cuando me enojo con mi hermana me siento mal emocionalmente, y para ayudarme en esta situación tiendo a consumir alimentos que he comido, tal vez desde pequeño, y que no me están haciendo bien, pues es algo momentáneo y a la larga me hacen más daño que bien”, explica García Manjarrez.

En esa conciencia sería necesario conocer cuando comemos por una necesidad fisiológica y cuándo la impulsividad y nuestro sentido de recompensa nos ganan

Entonces, dice Santiago Albarrán, lo mejor es hacer una análisis rápido de qué es lo mejor para mí.

“Tienen que ver con un tema de impulsividad y conductual. Se sugiere no tomar una decisión de manera inmediata. Una de las herramientas para dar un freno a esa impulsividad por la ingesta de alimentos que no son nutritivos tiene que ver con el control inhibitorio, esto es: frenar la conducta”, detalla.

Y para frenar esa conducta que nos dice la especialista basta con colocar nuestro cronometro por cinco minutos, en este lapso se realizan respiraciones profundas y debemos autocuestionarnos: por qué quiero comer este alimento, de qué manera podría suplirlo con una variante saludable.

Este ejercicio de toma de conciencia tiene que ejercitarse, hasta que seamos capaces por completo de tomar decisiones de manera mucho más reflexiva, de esta manera se corta por completo la impulsividad.

Finalmente, Santiago Albarrán comenta que quien ya es consciente de que sufre ciertos trastornos alimenticios, asociados a estados emocionales que te hacen comer por impulsividad, debe acudir a un especialista, para que tenga el apoyo que requiere y así identificar qué le provoca esa “hambre emocional”.

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