Un billete de 50 pesos puede ser más o menos valioso para nosotros; todo depende de su aspecto físico y que tan bien conservado se encuentre el billete.
Si está muy nuevo, o es un billete recién salido del banco, entonces esos 50 pesos nos parecerán más valiosos de lo que son en realidad. Por el contrario, si está arrugado, gastado o rayado, entonces ese Morelos nos parecerán bastantes menos de lo que vale.
En un estudio publicado en el Journal of Consumer Research, dos investigadores especializados en marketing estudiaron cómo la apariencia de un billete afecta al valor que subjetivamente le otorgamos.
Tal y como explica Pierre Barthélémy en su libro “Experimentos de ciencia improbable”, a un grupo de personas se les ofreció diez dólares por resolver una serie de anagramas. A los que lo lograron, entonces, se les ofreció un doble o nada:
Si resolvían un último anagrama, ganarían un billete de veinte dólares (nuevo o usado, según el caso) que se les mostraba; si no, perderían la recompensa. Podían también declinar la oferta y marcharse con el dinero que ya habían conseguido.
El resultado de dicho experimento arrojó que más de dos tercios de quienes habían recibido el billete de diez usado y se enfrentaban a la promesa de uno de veinte nuevecito probaban suerte. Por el contrario, quienes tenían en su poder un lustroso billete de diez y podían ganar uno de veinte usado se mostraban más relaciones, a razón de tres cada diez sujetos.
Otros experimentos similares realizados por esto si investigadores arrojaban siempre la misma tendencia: los billetes usados eran menospreciados por más gente, como si valieran menos.