/ domingo 21 de junio de 2020

"Dejé de festejar cuando mataron a mi hija Jessi"

Abel Sevilla celebró su cumpleaños, un día antes a la desaparición de su hija

En los ojos de Abel Sevilla pareciera que aún se refleja la sonrisa de su hija Jessica. Una última escena que convivió con ella antes de ser ser asesinada. Recuerda frases corta. Jessica le dijo que le harían una comida con pastel por el cumpleaños de Abel; también recuerda que esa fue la última vez que pensó en un festejo.

La joven de 29 años edad en ese entonces, desapareció al siguiente día en el municipio de Otzolotepec y fue hallada sin vida en el paraje El Hielo del municipio de Huixquilucan.

"Dejé de festejar el día que me mataron a mi Jessi, para mí ya no hay días del padre o cumpleaños", solloza Abel del otro lado de la bocina del celular. Aunque la entrevista es a distancia, el dolor del padre activista cala. Se asimila y ventila empatía.

El 3 de agosto Abel cumple años. Un día previo a la desaparición y asesinato de su hija Jessi, la mayor de su hogar.

La vida y la muerte se ensañaron con Abel, porque cada cumpleaños debe recordar la escena por la mañana, cuando entró a la habitación de su hija para despedirse e irse a ruletear con el taxi.

"Me acuerdo bien, porque ese día yo entré a su cuarto para despedirme y ella me dijo que me iban a preparar algo", recuerda.

En medio de la cuarentena generada por el Covid-19, Abel Sevilla sigue manejando su taxi. Una unidad alquilada, porque no hay recursos para uno propio. Sobre ello, le vuelven otros recuerdos que le apretujan el corazón. Su hija Jessi, como le dice, le ofreció el día de su cumpleaños, como una forma de regalo, darle algo de dinero para pagar el enganche de un taxi propio.

"No lo he dicho nunca, pero esa vez yo le platiqué a mi hija que me ofrecían un taxi y me contestó: yo te doy el dinero del anticipo, pero se quedó en una ilusión", recuerda Abel.


DÍA DEL PADRE

Los festejos por el Día del Padre eran fechas felices para la familia de Abel. Jessica se anticipaba con regalos y al ser la mayor de sus hijas, él y su esposa Juana Pedraza, atesoraban cada acción de la joven doctora.

"Jessi fue la primera de mis hijas, no era necesario que fuera día del padre, ella me regalaba un pantalón o una camisa", dice Abel sobre su hija.

Esta fecha no habrá festejo, asegura. Sus hijas ya le anticiparon sobre una comida y abrazos; pero Abel no aceptó.

No por desdeñar al resto de sus hijas, porque las ama igual, pero se despedazaría con el llanto y prefiere salir a ruletear con su taxi.

"Yo creo que nos cobraron por adelantado algo que no teníamos que pagar", repone para referirse a la vida. A los asesinos de su hija.


CUARENTENA

En los días de cuarentena obligados, Abel no puede parar. Ni porque su salud esté en riesgo. Tienen otras hijas, una de ellas en plena licenciatura y está Leonardo, su nieto e hijo de Jessica.

"Los gastos no paran, aunque somos familia de trabajo, no podemos con tanto", dice Abel.

Aún más, las muertes que ha causado el virus en todo el país, el estado y ahí mismo en su municipio, pone el temor sobre la mesa de su familia. Comen con éste y se acuestan pensando en éste.

"Yo salgo a oscuras de mi casa para trabajar y regreso a oscuras, cuando ya es de noche, pero aún así es difícil", relata.

Hace unas semanas su esposa Juana pidió ayuda a las instituciones de gobierno para crear su taller de costura, pero la ignoran y no hay más entradas económicas.

Desde que inició la cuarentena, la Fiscalía ha detenido sus investigaciones, incluso desde antes de la crisis, ya se habían olvidado de su hija, reclama.

Ni porque un reportero independiente llevó el caso de Jessica a la conferencia mañanera del Presidente, Andrés Manuel López Obrador, han recibido llamadas para darles avances.

"El presidente lo mencionó hace poco, y dijo que se iba a investigar", reprime Abel.

El sábado Abel y su esposa Juana se sumaron al plantón que sostienen grupos de padres activistas de desaparecidos.

Les inquieta también el futuro de Leo, y buscan reunirse con otros activistas para crear un frente para auspiciar a hijos de víctimas de feminicidio en el país, que permita garantizar el futuro de su nieto.

"Él, mi hijo, apenas está creciendo", dice Abel.

Por lo menos lo que resta de este año, en que se cumplen tres años del asesinato de su hija mayor, Abel planea insistir. Sí, seguir insistiendo hasta que le alcance para un pedazo de justicia, aunque solo ha hallado paredes en la Fiscalía.

"En la Fiscalía saben más de lo que nos dicen", reprocha de nueva cuenta el activista.

Los festejos pondrán esperar para otra vida, parece que asimila Abel. Mientras, prefiere salir a conducir su taxi y pensar en esa ilusión que tenía de que su hija Jessi le ayudara a pagar su coche de alquiler. Ese será su Día del Padre.


En los ojos de Abel Sevilla pareciera que aún se refleja la sonrisa de su hija Jessica. Una última escena que convivió con ella antes de ser ser asesinada. Recuerda frases corta. Jessica le dijo que le harían una comida con pastel por el cumpleaños de Abel; también recuerda que esa fue la última vez que pensó en un festejo.

La joven de 29 años edad en ese entonces, desapareció al siguiente día en el municipio de Otzolotepec y fue hallada sin vida en el paraje El Hielo del municipio de Huixquilucan.

"Dejé de festejar el día que me mataron a mi Jessi, para mí ya no hay días del padre o cumpleaños", solloza Abel del otro lado de la bocina del celular. Aunque la entrevista es a distancia, el dolor del padre activista cala. Se asimila y ventila empatía.

El 3 de agosto Abel cumple años. Un día previo a la desaparición y asesinato de su hija Jessi, la mayor de su hogar.

La vida y la muerte se ensañaron con Abel, porque cada cumpleaños debe recordar la escena por la mañana, cuando entró a la habitación de su hija para despedirse e irse a ruletear con el taxi.

"Me acuerdo bien, porque ese día yo entré a su cuarto para despedirme y ella me dijo que me iban a preparar algo", recuerda.

En medio de la cuarentena generada por el Covid-19, Abel Sevilla sigue manejando su taxi. Una unidad alquilada, porque no hay recursos para uno propio. Sobre ello, le vuelven otros recuerdos que le apretujan el corazón. Su hija Jessi, como le dice, le ofreció el día de su cumpleaños, como una forma de regalo, darle algo de dinero para pagar el enganche de un taxi propio.

"No lo he dicho nunca, pero esa vez yo le platiqué a mi hija que me ofrecían un taxi y me contestó: yo te doy el dinero del anticipo, pero se quedó en una ilusión", recuerda Abel.


DÍA DEL PADRE

Los festejos por el Día del Padre eran fechas felices para la familia de Abel. Jessica se anticipaba con regalos y al ser la mayor de sus hijas, él y su esposa Juana Pedraza, atesoraban cada acción de la joven doctora.

"Jessi fue la primera de mis hijas, no era necesario que fuera día del padre, ella me regalaba un pantalón o una camisa", dice Abel sobre su hija.

Esta fecha no habrá festejo, asegura. Sus hijas ya le anticiparon sobre una comida y abrazos; pero Abel no aceptó.

No por desdeñar al resto de sus hijas, porque las ama igual, pero se despedazaría con el llanto y prefiere salir a ruletear con su taxi.

"Yo creo que nos cobraron por adelantado algo que no teníamos que pagar", repone para referirse a la vida. A los asesinos de su hija.


CUARENTENA

En los días de cuarentena obligados, Abel no puede parar. Ni porque su salud esté en riesgo. Tienen otras hijas, una de ellas en plena licenciatura y está Leonardo, su nieto e hijo de Jessica.

"Los gastos no paran, aunque somos familia de trabajo, no podemos con tanto", dice Abel.

Aún más, las muertes que ha causado el virus en todo el país, el estado y ahí mismo en su municipio, pone el temor sobre la mesa de su familia. Comen con éste y se acuestan pensando en éste.

"Yo salgo a oscuras de mi casa para trabajar y regreso a oscuras, cuando ya es de noche, pero aún así es difícil", relata.

Hace unas semanas su esposa Juana pidió ayuda a las instituciones de gobierno para crear su taller de costura, pero la ignoran y no hay más entradas económicas.

Desde que inició la cuarentena, la Fiscalía ha detenido sus investigaciones, incluso desde antes de la crisis, ya se habían olvidado de su hija, reclama.

Ni porque un reportero independiente llevó el caso de Jessica a la conferencia mañanera del Presidente, Andrés Manuel López Obrador, han recibido llamadas para darles avances.

"El presidente lo mencionó hace poco, y dijo que se iba a investigar", reprime Abel.

El sábado Abel y su esposa Juana se sumaron al plantón que sostienen grupos de padres activistas de desaparecidos.

Les inquieta también el futuro de Leo, y buscan reunirse con otros activistas para crear un frente para auspiciar a hijos de víctimas de feminicidio en el país, que permita garantizar el futuro de su nieto.

"Él, mi hijo, apenas está creciendo", dice Abel.

Por lo menos lo que resta de este año, en que se cumplen tres años del asesinato de su hija mayor, Abel planea insistir. Sí, seguir insistiendo hasta que le alcance para un pedazo de justicia, aunque solo ha hallado paredes en la Fiscalía.

"En la Fiscalía saben más de lo que nos dicen", reprocha de nueva cuenta el activista.

Los festejos pondrán esperar para otra vida, parece que asimila Abel. Mientras, prefiere salir a conducir su taxi y pensar en esa ilusión que tenía de que su hija Jessi le ayudara a pagar su coche de alquiler. Ese será su Día del Padre.


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