/ sábado 1 de septiembre de 2018

En medio del dolor, la lucha por homicidio de Fátima

El feminicidio de la niña de 12 años en 2015, lanzó a Lorena Gutiérrez al activismo


Lerma, México.- “¡Es un feminicidio! mataron a una niña de doce años y ocho meses”, reclama Lorena Gutiérrez Rangel y repite. “La destrozó él (José Juan), Luis Ángel y Misaél, los tres mataron a mi hija”, enlistando a los agresores de su hija.

Sus reclamos los hace frente a los reporteros en una de tantas conferencias que ofrece. Esta vez lo hace frente al Poder Judicial. Es la madre una menor de 12 años asesinada el 5 de febrero de 2015 en el municipio de Lerma.

Aún sin poder contener el coraje que lleva en las entrañas del corazón, repite sus gritos porque le arrebataron a su pequeña.

Foto especial

La madre activista, burlando las amenazas de muerte que le han hecho los homicidas de Fátima y las recomendaciones del Poder Judicial, de no hablar con la prensa, suelta en llanto y habla claro sobre su caso. Sin temor.

El día que asesinaron a Fátima, había salido de la secundaria a las dos de la tarde, pero 45 minutos después se encontró con la muerte, en esa brecha que subía a diario desde la carretera Toluca-Naucalpan hasta su casa en La Lupita Casas Viejas de Huitzitzilapan, Lerma, donde fue hallada sin vida horas más tarde. Una muerte brutal que a tres años y siete meses su familia aún no puede describir sin soltar en llanto.

"Ayer dejaron libre a uno de los tres homicidas de mi hija, se llama José Juan Hernández, la jueza así nada más como así, lo dejó libre", dijo Lorena, aquella ocasión frente a las instalaciones del Poder Judicial y luego de haber sostenido una breve reunión al interior, donde nuevamente no encontró respuestas.

El jueves 08 de junio de 2017 en los juzgados de Lerma, una jueza encargada del caso de Fátima, dejó en libertad a uno de los tres acusados del homicidio.

"Nos han amenazado de muerte ahí en frente de la jueza, su papá me amenazó en la sala de audiencia, me dijo que comenzara a temblar, que porque yo ya había firmado mi sentencia de muerte", revela Lorena, con coraje más que con temor.

La familia Quintana Gutiérrez, ha pensado en irse al extranjero y su domicilio lo han abandonado, su vivienda actualmente es una casa de seguridad para su protección. Viven dos infiernos, el de la muerte de su hija y la persecución de la revictimización por apostar por el activismo.

Lo ocurrido aquel día 5 de febrero del 2015, Lorena lo tienen marcado como cicatriz en la memoria.

Para buscar a Fátima, ese día sonaron las campanas de la iglesia de Casas Viejas y el pueblito de no más de 200 personas salió a buscar a la niña. Sus padres lo cuentan todo a detalle, aunque les duele, pero describen lo sangriento de cómo encontraron el cuerpo.

foto especial

“¡Fue una monstruosidad lo que le hicieron a mi hija!” -recordó la activista, con la voz temblorosa.

-¿La vio así? Se le pregunta, “Sí, le abrieron el pecho treinta centímetros, le abrieron las entrepiernas. ¡La violaron!”, describe. Los padres activistas como Lorena obligadamente se hacen criminalistas, porque estudian a fondo los casos de sus hijos.

El camino por la justicia para Lorena continuará en los juzgados federales, donde piensan apelar y conseguir un amparo para echar atrás la decisión de la jueza y regresar a quien consideran uno de los homicidas de su hija.

“El miedo ya lo perdimos, a Fátima ya la perdimos, lo que no permitimos perder es la esperanza de justicia”, revela.



Activismo en las calles

El pequeño salón del hotel aún no se ha llenado. La prensa no se hace presente, pero ellas, las madres de las víctimas, acudieron a la cita desde tempranas horas. Entre el grupo está Lorena Gutiérrez.

Se trata de un foro para hablar sobre el feminicidio en el Estado de México, de las cifras y sobre todo el dolor que ignora el gobierno.

Lorena es la primera en hablar. No se guarda nada.

“¡Lo voy a decir todo, no me voy a callar nada!”, refiere previo al inicio en el pasillo de ese hotel cuatro estrellas.

En el pequeño salón apenas caben unas 20 madres activistas y unos seis reporteros que atendieron la convocatoria.

También están presentes la Maestra María de la Luz Estrada, coordinadora del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio y la asesora legal, Ana Yeli Pérez Garrido. Ambas organizan a las mujeres para rotarse en el micrófono.

Sobre una mesa instalada al costado del salón, se dispusieron bocadillos y café, pero las mujeres no piensan en el antojo, sólo quieren hablar. Algunas portan fotografías. Ahí está Nadia, Fátima y Mariana.



Lorena ya ha tomado el micrófono

Todas escuchan atentas, y por algún momento transfieren ese dolor de la pérdida de sus hijas al resto de los asistentes. Lo comparten y transforman en fuerza.

Foto especial

“¡Yo no quiero vivir como prisionera en mi país! ¡No es justo, porque seguimos siendo violentadas!”, reprocha Lorena con la voz quebrantada frente a las activistas.

Repite lo que ha dicho desde hace tres años y medio sin cansarse y sus relatos conducen a aquel 5 de febrero de 2015 en que ocurrió el asesinato de su hija en el poblado de La Lupita.

Entre sus fragmentos de recuerdos, relata el hallazgo de la sudadera, el cuchillo ensangrentado, dice que lo primero que encontró fue su tenis, y un pedazo de su pants escolar.

“Estaban drogados, los alcancé pero se me escaparon, le grité a mi esposo que ya había encontrado a mi hija”, recuerda sobre los agresores de su hija.

El juez le ha notificado que tiene prohibido nombrar a José Juan en sus entrevistas, uno de los tres implicados en el homicidio, pero es imposible recomponer las escenas sin considerarle, aclara.

Aquella ocasión, cuando Fátima desapareció y se inició sus búsqueda, Lorena recuerda que pasó sobre una llanta y tierra removida, pero no imaginó que en ese terreno baldío Fátima había sido semienterrada. Pierde la noción del tiempo pero prosigue.

“Sólo se le miraba un brazo, el resto del cuerpo estaba enterrado, yo no quería darme cuenta que acababan de matar a mi hija”, recrudece Lorena en sus relatos.

También habla de las primeras amenazas recibidas tras el feminicidio. Lo dice claro, el martirio comenzaba.

“Esa vez me gritaron que me arrepentiría por no dejar que el pueblo los linchara, y ahora digo que sí me arrepiento, porque ahí comenzó el martirio”, señala. Esas mismas palabras las habría de escuchar repetirse el día de la sentencia a los dos hermanos involucrados en el caso.

“¡Maldita perra! Comienza a temblar”, repite la amenaza que recibió hace tres años y medio y que le zumba como eco.

También advierte de otras amenazas: “Nos balearon la casa y tuvimos que pedir refugió”.

Desde hace tiempo Lorena, esposo, hijos y nietos viven en una casa de seguridad dispuesta por un organismo internacional para protegerlos de cualquier agresión.

El miedo los desplazó dos veces a la frontera. No revela su dirección exacta por las razones obvias.

“Mis niños no pueden vivir como prisioneros, comiendo frijoles”, sostiene la madre activista.

El rostro demacrado por tres años y medio de lágrimas, Lorena las intenta disfrazar con un maquillaje suave que usó este día. Se arregló un poco el cabello, se puso un vestido y tacones para llegar presentable al foro.

Minutos más tarde, el polvo facial se le escurrió con lo salado de las lágrimas de coraje que vuelven a brotarle.

El perito del Semefo que revisó a mi hija me dijo que había sido una guerrera, porque aunque la fracturaron de todo su cuerpo, seguía con vida, la tuvieron que rematar con piedras

Lorena Gutiérrez

En ese pequeño salón, donde el dolor lo absorbe todo, incluso los rostros se desencajan al escuchar el relato de la madre.

“¡Yo le exijo al gobierno justicia!”, reprocha Lorena.

En esas cuatro horas de foro, en cada participación las madres activistas soltaron lágrimas y gritaron nuevamente justicia, le reclamaron al Estado y le preguntaron cómo reparará su daño.

El salón quedó solo. La intención se cumplió, el mal augurio de poca asistencia se rompió.


Lerma, México.- “¡Es un feminicidio! mataron a una niña de doce años y ocho meses”, reclama Lorena Gutiérrez Rangel y repite. “La destrozó él (José Juan), Luis Ángel y Misaél, los tres mataron a mi hija”, enlistando a los agresores de su hija.

Sus reclamos los hace frente a los reporteros en una de tantas conferencias que ofrece. Esta vez lo hace frente al Poder Judicial. Es la madre una menor de 12 años asesinada el 5 de febrero de 2015 en el municipio de Lerma.

Aún sin poder contener el coraje que lleva en las entrañas del corazón, repite sus gritos porque le arrebataron a su pequeña.

Foto especial

La madre activista, burlando las amenazas de muerte que le han hecho los homicidas de Fátima y las recomendaciones del Poder Judicial, de no hablar con la prensa, suelta en llanto y habla claro sobre su caso. Sin temor.

El día que asesinaron a Fátima, había salido de la secundaria a las dos de la tarde, pero 45 minutos después se encontró con la muerte, en esa brecha que subía a diario desde la carretera Toluca-Naucalpan hasta su casa en La Lupita Casas Viejas de Huitzitzilapan, Lerma, donde fue hallada sin vida horas más tarde. Una muerte brutal que a tres años y siete meses su familia aún no puede describir sin soltar en llanto.

"Ayer dejaron libre a uno de los tres homicidas de mi hija, se llama José Juan Hernández, la jueza así nada más como así, lo dejó libre", dijo Lorena, aquella ocasión frente a las instalaciones del Poder Judicial y luego de haber sostenido una breve reunión al interior, donde nuevamente no encontró respuestas.

El jueves 08 de junio de 2017 en los juzgados de Lerma, una jueza encargada del caso de Fátima, dejó en libertad a uno de los tres acusados del homicidio.

"Nos han amenazado de muerte ahí en frente de la jueza, su papá me amenazó en la sala de audiencia, me dijo que comenzara a temblar, que porque yo ya había firmado mi sentencia de muerte", revela Lorena, con coraje más que con temor.

La familia Quintana Gutiérrez, ha pensado en irse al extranjero y su domicilio lo han abandonado, su vivienda actualmente es una casa de seguridad para su protección. Viven dos infiernos, el de la muerte de su hija y la persecución de la revictimización por apostar por el activismo.

Lo ocurrido aquel día 5 de febrero del 2015, Lorena lo tienen marcado como cicatriz en la memoria.

Para buscar a Fátima, ese día sonaron las campanas de la iglesia de Casas Viejas y el pueblito de no más de 200 personas salió a buscar a la niña. Sus padres lo cuentan todo a detalle, aunque les duele, pero describen lo sangriento de cómo encontraron el cuerpo.

foto especial

“¡Fue una monstruosidad lo que le hicieron a mi hija!” -recordó la activista, con la voz temblorosa.

-¿La vio así? Se le pregunta, “Sí, le abrieron el pecho treinta centímetros, le abrieron las entrepiernas. ¡La violaron!”, describe. Los padres activistas como Lorena obligadamente se hacen criminalistas, porque estudian a fondo los casos de sus hijos.

El camino por la justicia para Lorena continuará en los juzgados federales, donde piensan apelar y conseguir un amparo para echar atrás la decisión de la jueza y regresar a quien consideran uno de los homicidas de su hija.

“El miedo ya lo perdimos, a Fátima ya la perdimos, lo que no permitimos perder es la esperanza de justicia”, revela.



Activismo en las calles

El pequeño salón del hotel aún no se ha llenado. La prensa no se hace presente, pero ellas, las madres de las víctimas, acudieron a la cita desde tempranas horas. Entre el grupo está Lorena Gutiérrez.

Se trata de un foro para hablar sobre el feminicidio en el Estado de México, de las cifras y sobre todo el dolor que ignora el gobierno.

Lorena es la primera en hablar. No se guarda nada.

“¡Lo voy a decir todo, no me voy a callar nada!”, refiere previo al inicio en el pasillo de ese hotel cuatro estrellas.

En el pequeño salón apenas caben unas 20 madres activistas y unos seis reporteros que atendieron la convocatoria.

También están presentes la Maestra María de la Luz Estrada, coordinadora del Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio y la asesora legal, Ana Yeli Pérez Garrido. Ambas organizan a las mujeres para rotarse en el micrófono.

Sobre una mesa instalada al costado del salón, se dispusieron bocadillos y café, pero las mujeres no piensan en el antojo, sólo quieren hablar. Algunas portan fotografías. Ahí está Nadia, Fátima y Mariana.



Lorena ya ha tomado el micrófono

Todas escuchan atentas, y por algún momento transfieren ese dolor de la pérdida de sus hijas al resto de los asistentes. Lo comparten y transforman en fuerza.

Foto especial

“¡Yo no quiero vivir como prisionera en mi país! ¡No es justo, porque seguimos siendo violentadas!”, reprocha Lorena con la voz quebrantada frente a las activistas.

Repite lo que ha dicho desde hace tres años y medio sin cansarse y sus relatos conducen a aquel 5 de febrero de 2015 en que ocurrió el asesinato de su hija en el poblado de La Lupita.

Entre sus fragmentos de recuerdos, relata el hallazgo de la sudadera, el cuchillo ensangrentado, dice que lo primero que encontró fue su tenis, y un pedazo de su pants escolar.

“Estaban drogados, los alcancé pero se me escaparon, le grité a mi esposo que ya había encontrado a mi hija”, recuerda sobre los agresores de su hija.

El juez le ha notificado que tiene prohibido nombrar a José Juan en sus entrevistas, uno de los tres implicados en el homicidio, pero es imposible recomponer las escenas sin considerarle, aclara.

Aquella ocasión, cuando Fátima desapareció y se inició sus búsqueda, Lorena recuerda que pasó sobre una llanta y tierra removida, pero no imaginó que en ese terreno baldío Fátima había sido semienterrada. Pierde la noción del tiempo pero prosigue.

“Sólo se le miraba un brazo, el resto del cuerpo estaba enterrado, yo no quería darme cuenta que acababan de matar a mi hija”, recrudece Lorena en sus relatos.

También habla de las primeras amenazas recibidas tras el feminicidio. Lo dice claro, el martirio comenzaba.

“Esa vez me gritaron que me arrepentiría por no dejar que el pueblo los linchara, y ahora digo que sí me arrepiento, porque ahí comenzó el martirio”, señala. Esas mismas palabras las habría de escuchar repetirse el día de la sentencia a los dos hermanos involucrados en el caso.

“¡Maldita perra! Comienza a temblar”, repite la amenaza que recibió hace tres años y medio y que le zumba como eco.

También advierte de otras amenazas: “Nos balearon la casa y tuvimos que pedir refugió”.

Desde hace tiempo Lorena, esposo, hijos y nietos viven en una casa de seguridad dispuesta por un organismo internacional para protegerlos de cualquier agresión.

El miedo los desplazó dos veces a la frontera. No revela su dirección exacta por las razones obvias.

“Mis niños no pueden vivir como prisioneros, comiendo frijoles”, sostiene la madre activista.

El rostro demacrado por tres años y medio de lágrimas, Lorena las intenta disfrazar con un maquillaje suave que usó este día. Se arregló un poco el cabello, se puso un vestido y tacones para llegar presentable al foro.

Minutos más tarde, el polvo facial se le escurrió con lo salado de las lágrimas de coraje que vuelven a brotarle.

El perito del Semefo que revisó a mi hija me dijo que había sido una guerrera, porque aunque la fracturaron de todo su cuerpo, seguía con vida, la tuvieron que rematar con piedras

Lorena Gutiérrez

En ese pequeño salón, donde el dolor lo absorbe todo, incluso los rostros se desencajan al escuchar el relato de la madre.

“¡Yo le exijo al gobierno justicia!”, reprocha Lorena.

En esas cuatro horas de foro, en cada participación las madres activistas soltaron lágrimas y gritaron nuevamente justicia, le reclamaron al Estado y le preguntaron cómo reparará su daño.

El salón quedó solo. La intención se cumplió, el mal augurio de poca asistencia se rompió.

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