/ jueves 25 de enero de 2018

Sobreviven con papas y 30 pesos diarios en La Siervita

Las familias campesinas no pueden acceder a la canasta básica

Zinacantepec, México.- Cecilia García apura sus manos para lavar un par de papas pepenadas en los cultivos que se emplea para sacar unos pesos en la semana. El agua casi congelada que sale desde la llave de su tinaco, hace la labor más difícil, pero el hambre es más dura.

En el barrio de La Siervita, municipio de Zinacantepec, las contadas 50 familias que lo habitan se dedican de lleno a la pepena de papas y la cosecha de avena en los cultivos del municipio vecino de Texcaltitlán. Es el único empleo seguro de la región y que por lo menos no los deja sin comer.

—Ahorita no estamos yendo a diario porque hace mucho frío, pero si vamos seguido, —revela la joven madre de dos pequeños.

Su estatura, rostro y cuerpo casi de una niña, hace difícil creer que es una mujer casada y jefa de familia, pero en La Siervita, es el único futuro que vislumbran y al que se orillan todas las jóvenes de su edad.

Ubicado a unos 120 kilómetros de la capital del Estado de México, sobre la carretera Toluca-Texcaltitlán, La Siervita se instala a las faldas del volcán Xinantécatl, donde no hay centro de salud, escuelas, tiendas de abastecimiento, apenas luz eléctrica y una toma de agua potable.

“Aquí construimos con mi esposo, es sólo un cuarto grande para dormir y la cocina”, expone Cecilia, al referirse a su vivienda hecha como el resto del barrio, con maderos y láminas, tapizado en su interior con cartón para contener los fríos del invierno.

 

Las jornadas en los cultivos de papa y avena no dejan por día más de 30 pesos de sueldo, sin embargo, lo mitigan con la pepena que puedan hacer una vez que acaba la cosecha y que les deja despensa para unas semanas.

— ¿Y qué es lo que comen a diario?

—Pura papa, a veces un poco de carne, huevo o pollo, pero es raro, —revela Cecilia. La pregunta se vuelve obvia al igual que las carencias.

La única tienda se ubica a pie de carretera, donde se surten, si pueden, de lo básico como huevo, sardina y rara vez un refresco de cola.

De acuerdo con un informe de la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos “José Dolores López Domínguez”, (CIOAC-JDLD), 65% de los trabajadores agrícolas de las zonas rurales del país tiene, desde hace varios años, problemas para acceder a la canasta alimentaria.

Siendo sólo 8% de los hogares rurales los que pueden acceder a la canasta mínima alimentaria, sobre todo en el sureste del país.

El estudio también advierte que en 2018 la situación para estas familias podría agudizarse hasta el final del sexenio, debido al tortillazo, al gasolinazo y al índice inflacionario superior al 3 por ciento.

A unos metros de la casa de Cecilia, se ubica la de Rosa, otra joven de la misma edad y madre de un pequeño. Ella no ha podido construir su casa y vive con sus suegros.

Su independencia económica es solo un anhelo, al igual que el comprar una blusa o un par de zapatos nuevos. En La Siervita eso no es posible.

“Así la vamos pasando, el niño se me enfermó el otro día y no había medicinas”, explaya Rosa. Su rostro es desencajado al igual que de Cecilia.

Las manos de las jóvenes madres lucen resecas por el frío y el cabello siempre polveado o con gorros para evitar los ventarrones del monte.

—Ya sólo estamos esperando a que pase enero para regresar a la siembra, —explican las mujeres. El invierno, al igual que el hambre, son sus peores enemigos. Pero lo palean.

Zinacantepec, México.- Cecilia García apura sus manos para lavar un par de papas pepenadas en los cultivos que se emplea para sacar unos pesos en la semana. El agua casi congelada que sale desde la llave de su tinaco, hace la labor más difícil, pero el hambre es más dura.

En el barrio de La Siervita, municipio de Zinacantepec, las contadas 50 familias que lo habitan se dedican de lleno a la pepena de papas y la cosecha de avena en los cultivos del municipio vecino de Texcaltitlán. Es el único empleo seguro de la región y que por lo menos no los deja sin comer.

—Ahorita no estamos yendo a diario porque hace mucho frío, pero si vamos seguido, —revela la joven madre de dos pequeños.

Su estatura, rostro y cuerpo casi de una niña, hace difícil creer que es una mujer casada y jefa de familia, pero en La Siervita, es el único futuro que vislumbran y al que se orillan todas las jóvenes de su edad.

Ubicado a unos 120 kilómetros de la capital del Estado de México, sobre la carretera Toluca-Texcaltitlán, La Siervita se instala a las faldas del volcán Xinantécatl, donde no hay centro de salud, escuelas, tiendas de abastecimiento, apenas luz eléctrica y una toma de agua potable.

“Aquí construimos con mi esposo, es sólo un cuarto grande para dormir y la cocina”, expone Cecilia, al referirse a su vivienda hecha como el resto del barrio, con maderos y láminas, tapizado en su interior con cartón para contener los fríos del invierno.

 

Las jornadas en los cultivos de papa y avena no dejan por día más de 30 pesos de sueldo, sin embargo, lo mitigan con la pepena que puedan hacer una vez que acaba la cosecha y que les deja despensa para unas semanas.

— ¿Y qué es lo que comen a diario?

—Pura papa, a veces un poco de carne, huevo o pollo, pero es raro, —revela Cecilia. La pregunta se vuelve obvia al igual que las carencias.

La única tienda se ubica a pie de carretera, donde se surten, si pueden, de lo básico como huevo, sardina y rara vez un refresco de cola.

De acuerdo con un informe de la Central Independiente de Obreros Agrícolas y Campesinos “José Dolores López Domínguez”, (CIOAC-JDLD), 65% de los trabajadores agrícolas de las zonas rurales del país tiene, desde hace varios años, problemas para acceder a la canasta alimentaria.

Siendo sólo 8% de los hogares rurales los que pueden acceder a la canasta mínima alimentaria, sobre todo en el sureste del país.

El estudio también advierte que en 2018 la situación para estas familias podría agudizarse hasta el final del sexenio, debido al tortillazo, al gasolinazo y al índice inflacionario superior al 3 por ciento.

A unos metros de la casa de Cecilia, se ubica la de Rosa, otra joven de la misma edad y madre de un pequeño. Ella no ha podido construir su casa y vive con sus suegros.

Su independencia económica es solo un anhelo, al igual que el comprar una blusa o un par de zapatos nuevos. En La Siervita eso no es posible.

“Así la vamos pasando, el niño se me enfermó el otro día y no había medicinas”, explaya Rosa. Su rostro es desencajado al igual que de Cecilia.

Las manos de las jóvenes madres lucen resecas por el frío y el cabello siempre polveado o con gorros para evitar los ventarrones del monte.

—Ya sólo estamos esperando a que pase enero para regresar a la siembra, —explican las mujeres. El invierno, al igual que el hambre, son sus peores enemigos. Pero lo palean.

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