/ miércoles 21 de octubre de 2020

Crónica | La tragedia de los hermanos Rogelio y Samuel que murieron ahogados

Los jóvenes acudieron el lunes pasado al tianguis de San Bernabé a realizar la compra de un auto

El claxon de reversa de la camioneta del Semefo es lo único que se escucha en la escena, también el flujo del río y el silencio en el Puente de San Bernabé en el municipio de Almoloya de Juárez. Un par de peritos en overoles blancos extendió dos bolsas junto al coche gris. Al interior están los cuerpos sin vida de los hermanos Rogelio y Samuel.

La escena policiaca duró tres días. En ella los hermanos Rogelio y Samuel al centro. El pueblo de San Bernabé estuvo atento en la búsqueda infertil de los dos primeros días, en el hallazgo, el rescate del auto y el traslado de los dos cuerpos. Allí culminó el hecho para ellos, pero para don Pablo y su familia, el delirio no se irá.

"Yo supe que eran mis hijos, luego luego que la gente me dio señas", cuenta don Pablo con unos ojos cristalizados y las ropas que no se ha cambiado desde el lunes.

Los ojos de los primos, tíos y esposas miran sin parpadear las labores de los peritos. Se cristalizan por las maniobras de los paramédicos y en el instante que por fin se pueden ver los cuerpos de los hermanos que el lunes se tragaron las aguas negras del río Lerma.

"¡Papá, te hablan!", se rompe el silencio cuando los peritos piden que se acerque don Pablo al acordonamiento. El hombre de 1.50 de estatura se mira más bajo aún, porque se encorva al ver los cuerpos de sus hijos. Los buscó tres días y parece no saber cómo entender que son ellos.

LUNES

El lunes Rogelio, de 28 y su hermano Samuel de 24 años, le dijeron a don Pablo que iban a San Bernabé al tianguis a apalabrar la compra del coche gris tipo Estratus. Era una rutina que debía acabar antes del anochecer.

"Somos del ejido de Santa María Nativitas en Jiquipilco, de ahí salieron mis hijos", recuerda don Pablo.

El lunes los dos hermanos estaban emocionados con el auto, al que le cromaron los rines de negro antes de cerrar el trato y al que probaron unos kilómetros en la carretera Toluca-Ixtlahuaca. Esa fue su desgracia. En qué momento pensaron eso Rogelio y Samuel, dice don Pablo.

"La gente me dijo que escucharon un enfrenón", advierte don Pablo. Luego corrió el alboroto en el pueblo de San Bernabé, pidieron el auxilio a Protección Civil y a la policía. Pero las aguas negras se tragaron en pocos minutos el Estratus gris.

"La gente dice que el que les vendía el coche alcanzó a salir", revela don Pablo.

"Dicen que todavía les dijo a la gente, ayúdenlos, hay dos atrapados", cuenta el campesino.

La noche trabó la búsqueda, y los rescatistas creyeron que era un mero rumor.

"Yo vine al siguiente día y pregunté con el de los rines, él me dio la certeza de que eran mis hijos", reprocha don Pablo.


ESPERA

La familia de Rogelio y Samuel durmieron al lado del río, al campo abierto hasta el miércoles.

También el pueblo de San Bernabé veló con ellos y la familia de don Pablo agradeció con una comitiva de carnitas, refrescos, agua y uno de los primos de los hermanos repartió un costal de naranjas para apaciguar el calor abrazador.

Con varillas y un tubo picotearon el lodo del caudal. Pasadas las 14:00 horas alguien gritó que tocaron con metal.

"Anduvimos pique y pique el agua hasta que lo hallamos", dice don Pablo. Pero la negrura del río extendió una media hora más el rescate.

"El río los arrastró de aquí hasta allá", explica don Pablo. Es el más entero de la familia y el que organizó la búsqueda.

"Mi esposa también vino y ellas son las esposas de mis hijos", señala don Pablo a dos jovencitas que tienen los ojos rojizos.


UN DÍA AMARGO

El día parece que sabe aun más agrio que las naranjas que repartió el joven de la gorra roja. Los rostros son duros y se tuestan con el sol que abraza en San Bernabé. Lo que demoró tres días, los peritos lo hicieron en minutos. Fotografiaron el parabrisas, el toldo y el interior del Estratus.

Lo hicieron en minutos, pero para la familia de don Pablo que mira la escena detrás del acordonamiento, el tiempo se estira demasiado.

"Ojalá que me los dejen llevar sin necropsia", dice don Pablo, mientras los cuerpos de sus hijos son echados a bolsas blancas y luego a la camioneta del Semefo.

El día ha sido amargo para don Pablo y los suyos. Ahora vendrán el velorio y el entierro. Y luego, quizás siga el delirio.

El claxon de reversa de la camioneta del Semefo es lo único que se escucha en la escena, también el flujo del río y el silencio en el Puente de San Bernabé en el municipio de Almoloya de Juárez. Un par de peritos en overoles blancos extendió dos bolsas junto al coche gris. Al interior están los cuerpos sin vida de los hermanos Rogelio y Samuel.

La escena policiaca duró tres días. En ella los hermanos Rogelio y Samuel al centro. El pueblo de San Bernabé estuvo atento en la búsqueda infertil de los dos primeros días, en el hallazgo, el rescate del auto y el traslado de los dos cuerpos. Allí culminó el hecho para ellos, pero para don Pablo y su familia, el delirio no se irá.

"Yo supe que eran mis hijos, luego luego que la gente me dio señas", cuenta don Pablo con unos ojos cristalizados y las ropas que no se ha cambiado desde el lunes.

Los ojos de los primos, tíos y esposas miran sin parpadear las labores de los peritos. Se cristalizan por las maniobras de los paramédicos y en el instante que por fin se pueden ver los cuerpos de los hermanos que el lunes se tragaron las aguas negras del río Lerma.

"¡Papá, te hablan!", se rompe el silencio cuando los peritos piden que se acerque don Pablo al acordonamiento. El hombre de 1.50 de estatura se mira más bajo aún, porque se encorva al ver los cuerpos de sus hijos. Los buscó tres días y parece no saber cómo entender que son ellos.

LUNES

El lunes Rogelio, de 28 y su hermano Samuel de 24 años, le dijeron a don Pablo que iban a San Bernabé al tianguis a apalabrar la compra del coche gris tipo Estratus. Era una rutina que debía acabar antes del anochecer.

"Somos del ejido de Santa María Nativitas en Jiquipilco, de ahí salieron mis hijos", recuerda don Pablo.

El lunes los dos hermanos estaban emocionados con el auto, al que le cromaron los rines de negro antes de cerrar el trato y al que probaron unos kilómetros en la carretera Toluca-Ixtlahuaca. Esa fue su desgracia. En qué momento pensaron eso Rogelio y Samuel, dice don Pablo.

"La gente me dijo que escucharon un enfrenón", advierte don Pablo. Luego corrió el alboroto en el pueblo de San Bernabé, pidieron el auxilio a Protección Civil y a la policía. Pero las aguas negras se tragaron en pocos minutos el Estratus gris.

"La gente dice que el que les vendía el coche alcanzó a salir", revela don Pablo.

"Dicen que todavía les dijo a la gente, ayúdenlos, hay dos atrapados", cuenta el campesino.

La noche trabó la búsqueda, y los rescatistas creyeron que era un mero rumor.

"Yo vine al siguiente día y pregunté con el de los rines, él me dio la certeza de que eran mis hijos", reprocha don Pablo.


ESPERA

La familia de Rogelio y Samuel durmieron al lado del río, al campo abierto hasta el miércoles.

También el pueblo de San Bernabé veló con ellos y la familia de don Pablo agradeció con una comitiva de carnitas, refrescos, agua y uno de los primos de los hermanos repartió un costal de naranjas para apaciguar el calor abrazador.

Con varillas y un tubo picotearon el lodo del caudal. Pasadas las 14:00 horas alguien gritó que tocaron con metal.

"Anduvimos pique y pique el agua hasta que lo hallamos", dice don Pablo. Pero la negrura del río extendió una media hora más el rescate.

"El río los arrastró de aquí hasta allá", explica don Pablo. Es el más entero de la familia y el que organizó la búsqueda.

"Mi esposa también vino y ellas son las esposas de mis hijos", señala don Pablo a dos jovencitas que tienen los ojos rojizos.


UN DÍA AMARGO

El día parece que sabe aun más agrio que las naranjas que repartió el joven de la gorra roja. Los rostros son duros y se tuestan con el sol que abraza en San Bernabé. Lo que demoró tres días, los peritos lo hicieron en minutos. Fotografiaron el parabrisas, el toldo y el interior del Estratus.

Lo hicieron en minutos, pero para la familia de don Pablo que mira la escena detrás del acordonamiento, el tiempo se estira demasiado.

"Ojalá que me los dejen llevar sin necropsia", dice don Pablo, mientras los cuerpos de sus hijos son echados a bolsas blancas y luego a la camioneta del Semefo.

El día ha sido amargo para don Pablo y los suyos. Ahora vendrán el velorio y el entierro. Y luego, quizás siga el delirio.

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